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viernes, 3 de febrero de 2017

Pera o manzana


                                                     
Artículo de Enric Cabecerans

La crisis económica, que arrastramos desde el año 2008, junto con las tensiones separatistas y una corrupción generalizada, hacen que algunos nos planteemos que el sistema debe ser modificado. Este país necesita cambios estructurales para mejorar la calidad democrática y el bienestar de sus ciudadanos.

Cuando uno tiene que elegir entre dos opciones que no le gustan, o incluso le perjudican, normalmente, elige la menos mala. Esta es la realidad que tenemos en España. A pesar de que existen muchos partidos políticos, solo dos tienen la capacidad de influir en la cosa pública: PP y PSOE, dos grandes organizaciones que han sido las encargadas de dirigir los designios de España, solos o acompañados por partidos nacionalistas.

Actualmente, con la incorporación de Ciudadanos y Podemos, tenemos cuatro partidos consolidados. Sin embargo, este hecho no puede considerarse una mejora, ya que seguimos manteniendo el mismo sistema de partidos que previsiblemente nos lleva al mismo sitio del que partimos. Las nuevas formaciones quieren ser el relevo del PP y del PSOE para continuar con lo mismo que teníamos. No sirve de nada poder elegir, cuando todas las opciones son malas.

Si no hacemos algo al respecto, no conseguiremos otra cosa que lo que ya nos anunciaba Albert Einstein, “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. En ese sentido, cabe recordar la Ley de hierro de la oligarquía elaborada por el pensador, sociólogo y politólogo, Robert Michels, según la cual todo partido político de masas se vuelve oligárquico. Los líderes de los partidos, aunque en su inicio se guíen por la voluntad de las bases, acaban separándose para incrementar o mantener su poder a toda costa, incluso modificando las ideas que defendieron en su momento. Eso es exactamente lo que estamos viendo en los partidos de nuevo cuño.

Conociendo esta realidad, se hace necesario plantear un escenario diferente que permita disminuir el poder de esas élites que acaban controlando sus respectivas organizaciones y modificando, cuando les interesa, lo que fue su cuerpo doctrinal para convertir a su organización en un fin en sí mismo.

Vivimos en la era de las comunicaciones. La radio y la televisión junto con las redes sociales nos proporcionan la posibilidad de ofrecer a todas y cada una de las diferentes alternativas políticas existentes o que puedan surgir, la visibilidad necesaria para que los ciudadanos tengan una información veraz, accesible, gratuita y adecuada sobre cada una de ellas. Sin embargo, hoy existe un control tácito sobre los medios de comunicación que dirige y limita las opciones políticas a las que puede tener acceso la población. Las televisiones autonómicas son un claro ejemplo de ello.

Los medios de comunicación dan más importancia a la imagen del líder que al contenido de su discurso y, en ocasiones, tratan la política como si de un espectáculo se tratara. Quizá los asesores de imagen de los líderes pretenden que nos fijemos más en lo bonito que es el envoltorio que en el contenido, en la capacidad oratoria del líder que en lo factible de las propuestas. En suma, se otorga más valor al vendedor que al producto.

La oferta política debería ser más plural, y para ello, hay que garantizar el acceso a la información de un modo veraz, equitativo y gratuito a todos aquellos que tengan un proyecto de Gobierno para España, y en su caso, para cada una de sus regiones, provincias y municipios.

Pero además de mejorar la oferta política, se hace necesario que los ciudadanos puedan elegir directamente y de forma diferenciada al Presidente del Gobierno por un lado, y a los miembros del Parlamento, por otro. El modelo actual en el que los ciudadanos eligen a los diputados y estos, a su vez, eligen al Presidente, pone en tela de juicio la división de poderes, ya que para acceder a la Presidencia, se necesita tener el control del Parlamento. En los casos donde un partido consigue la mayoría absoluta se hace evidente que la división entre el poder ejecutivo y el poder legislativo es pura ficción. Separar las elecciones de ambos poderes es un primer paso para favorecer el fortalecimiento de nuestra democracia y permitiría tener un Gobierno al día siguiente de las elecciones, evitando la repetición de los procesos electorales, como ha ocurrido recientemente en nuestro país.

En el caso de la elección del Presidente del Gobierno, y para garantizar que el voto de todos los ciudadanos tenga el mismo valor, la elección del ejecutivo debería realizarse en circunscripción única, por mayoría absoluta de la población y abriendo la posibilidad de candidatos independientes. Existen diferentes métodos para hacer posible este escenario, pero una de las alternativas que me generan más confianza es el voto preferencial. En este método, los electores pueden votar a varios candidatos ordenándolos por preferencia, siendo el ganador aquel que consiga el 51% de los votos.

Actualmente, la elección de los parlamentarios, depende en gran medida de las cúpulas de los partidos, ya que los candidatos son propuestos por ellas para garantizar que los diputados sean personas afines al aparato. Las elites de cada organización valoran más la fidelidad que la capacidad y este es uno de los motivos principales por los que el sistema ha degenerado. Este modo de actuar favorece que los partidos políticos se transformen en organizaciones mafiosas o grupos organizados que tratan de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos tal y como lo define la Real Academia de la Lengua en su tercera acepción. La sustitución de personas con capacidad y espíritu crítico, por otras, cuya virtud más apreciada es la fidelidad hacia las elites, hace que el sistema impida la independencia de los miembros electos al estar sujetos a las decisiones de la cúpula. Mientras votemos a partidos en los que el líder determina toda la estructura de su organización, estamos abocados a dar vueltas en círculo.

En condiciones normales, el ser humano busca su propio interés, su bienestar y la mejora de su entorno. Tomando este marco de referencia, creo que la forma más adecuada de elegir a las personas que han de legislar sobre aquello que nos atañe debe ser aquella que favorezca una relación directa entre representados y representante. Para mejorar el sistema propongo la elección por circunscripciones pequeñas, dado que ello nos permite elegir a personas conocidas en su entorno, en las que confiamos por su buen proceder, por su mayor capacidad, o sencillamente porque defienden de modo eficaz nuestros intereses. Este es el punto esencial de esta propuesta, ya que el diputado debe defender los intereses de sus electores y debe rendir cuentas ante ellos. De este modo el poder de la oligarquía de los partidos se atenúa ante la capacidad de los ciudadanos de optar por uno u otro candidato en función de las decisiones que éste tome.

La democracia formalizada exclusivamente a partir de partidos políticos es un modelo del pasado. A principios del siglo XX el 50% de la población no tenía ningún tipo de formación y solo 1,5%  tenía estudios universitarios. Sin embargo, en la actualidad, prácticamente toda la población sabe leer y escribir, y el número de licenciados supera el 32% entre los 25 y los 65 años de edad. La sociedad en su conjunto ha mejorado su nivel de instrucción y cada día hay más ciudadanos que quieren participar en la gestión de los asuntos públicos. Se hace inevitable empezar a andar en esa dirección.

Un modelo que solo nos permite elegir entre pera y manzana es una alternativa pedagógica que se ofrece a los niños para evitar dudas ante una elección múltiple, y quizá pueda ser acertado en determinados casos, pero por lo que respecta a una población mayor de edad y formada se requiere otra cosa.


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