Artículo de Enric Cabecerans
La crisis
económica, que arrastramos desde el año 2008, junto con las tensiones
separatistas y una corrupción generalizada, hacen que algunos nos planteemos
que el sistema debe ser modificado. Este país necesita cambios estructurales
para mejorar la calidad democrática y el bienestar de sus ciudadanos.
Cuando uno tiene
que elegir entre dos opciones que no le gustan, o incluso le perjudican,
normalmente, elige la menos mala. Esta es la realidad que tenemos en España. A
pesar de que existen muchos partidos políticos, solo dos tienen la capacidad de
influir en la cosa pública: PP y PSOE, dos grandes organizaciones que han sido
las encargadas de dirigir los designios de España, solos o acompañados por
partidos nacionalistas.
Actualmente, con la
incorporación de Ciudadanos y Podemos, tenemos cuatro partidos consolidados.
Sin embargo, este hecho no puede considerarse una mejora, ya que seguimos
manteniendo el mismo sistema de partidos que previsiblemente nos lleva al mismo
sitio del que partimos. Las nuevas formaciones quieren ser el relevo del PP y
del PSOE para continuar con lo mismo que teníamos. No sirve de nada poder elegir,
cuando todas las opciones son malas.
Si no hacemos algo
al respecto, no conseguiremos otra cosa que lo que ya nos anunciaba Albert
Einstein, “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. En ese
sentido, cabe recordar la Ley de hierro de la
oligarquía elaborada por el pensador, sociólogo y
politólogo, Robert Michels, según la cual todo partido político de masas se
vuelve oligárquico. Los líderes de los partidos, aunque en su inicio se guíen
por la voluntad de las bases, acaban separándose para incrementar o mantener su
poder a toda costa, incluso modificando las ideas que defendieron en su
momento. Eso es exactamente lo que estamos viendo en los partidos de nuevo
cuño.
Conociendo esta
realidad, se hace necesario plantear un escenario diferente que permita
disminuir el poder de esas élites que acaban controlando sus respectivas
organizaciones y modificando, cuando les interesa, lo que fue su cuerpo
doctrinal para convertir a su organización en un fin en sí mismo.
Vivimos en la era
de las comunicaciones. La radio y la televisión junto con las redes sociales
nos proporcionan la posibilidad de ofrecer a todas y cada una de las diferentes
alternativas políticas existentes o que puedan surgir, la visibilidad necesaria
para que los ciudadanos tengan una información veraz, accesible, gratuita y
adecuada sobre cada una de ellas. Sin embargo, hoy existe un control tácito
sobre los medios de comunicación que dirige y limita las opciones políticas a
las que puede tener acceso la población. Las televisiones autonómicas son un
claro ejemplo de ello.
Los medios de
comunicación dan más importancia a la imagen del líder que al contenido de su
discurso y, en ocasiones, tratan la política como si de un espectáculo se
tratara. Quizá los asesores de imagen de los líderes pretenden que nos fijemos
más en lo bonito que es el envoltorio que en el contenido, en la capacidad
oratoria del líder que en lo factible de las propuestas. En suma, se otorga más
valor al vendedor que al producto.
La oferta política
debería ser más plural, y para ello, hay que garantizar el acceso a la
información de un modo veraz, equitativo y gratuito a todos aquellos que tengan
un proyecto de Gobierno para España, y en su caso, para cada una de sus
regiones, provincias y municipios.
Pero además de
mejorar la oferta política, se hace necesario que los ciudadanos puedan elegir
directamente y de forma diferenciada al Presidente del Gobierno por un lado, y
a los miembros del Parlamento, por otro. El modelo actual en el que los
ciudadanos eligen a los diputados y estos, a su vez, eligen al Presidente, pone
en tela de juicio la división de poderes, ya que para acceder a la Presidencia,
se necesita tener el control del Parlamento. En los casos donde un partido
consigue la mayoría absoluta se hace evidente que la división entre el poder
ejecutivo y el poder legislativo es pura ficción. Separar las elecciones de
ambos poderes es un primer paso para favorecer el fortalecimiento de nuestra
democracia y permitiría tener un Gobierno al día siguiente de las elecciones,
evitando la repetición de los procesos electorales, como ha ocurrido
recientemente en nuestro país.
En el caso de la
elección del Presidente del Gobierno, y para garantizar que el voto de todos
los ciudadanos tenga el mismo valor, la elección del ejecutivo debería realizarse
en circunscripción única, por mayoría absoluta de la población y abriendo la
posibilidad de candidatos independientes. Existen diferentes métodos para hacer
posible este escenario, pero una de las alternativas que me generan más
confianza es el voto
preferencial. En este método, los electores pueden votar a varios
candidatos ordenándolos por preferencia, siendo el ganador aquel que consiga el
51% de los votos.
Actualmente, la
elección de los parlamentarios, depende en gran medida de las cúpulas de los partidos,
ya que los candidatos son propuestos por ellas para garantizar que los
diputados sean personas afines al aparato. Las elites de cada organización
valoran más la fidelidad que la capacidad y este es uno de los motivos
principales por los que el sistema ha degenerado. Este modo de actuar favorece
que los partidos políticos se transformen en organizaciones mafiosas o grupos
organizados que tratan de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos tal
y como lo define la Real Academia de la Lengua en su tercera acepción. La
sustitución de personas con capacidad y espíritu crítico, por otras, cuya
virtud más apreciada es la fidelidad hacia las elites, hace que el sistema impida
la independencia de los miembros electos al estar sujetos a las decisiones de la
cúpula. Mientras votemos a partidos en los que el líder determina toda la
estructura de su organización, estamos abocados a dar vueltas en círculo.
En condiciones
normales, el ser humano busca su propio interés, su bienestar y la mejora de su
entorno. Tomando este marco de referencia, creo que la forma más adecuada de
elegir a las personas que han de legislar sobre aquello que nos atañe debe ser
aquella que favorezca una relación directa entre representados y representante.
Para mejorar el sistema propongo la elección por circunscripciones pequeñas, dado
que ello nos permite elegir a personas conocidas en su entorno, en las que
confiamos por su buen proceder, por su mayor capacidad, o sencillamente porque
defienden de modo eficaz nuestros intereses. Este es el punto esencial de esta
propuesta, ya que el diputado debe defender los intereses de sus electores y
debe rendir cuentas ante ellos. De este modo el poder de la oligarquía de los
partidos se atenúa ante la capacidad de los ciudadanos de optar por uno u otro
candidato en función de las decisiones que éste tome.
La democracia
formalizada exclusivamente a partir de partidos políticos es un modelo del
pasado. A principios del siglo XX el 50% de la población no tenía ningún tipo
de formación y solo 1,5% tenía estudios
universitarios. Sin embargo, en la actualidad, prácticamente toda la población
sabe leer y escribir, y el número de licenciados supera el 32% entre los 25 y
los 65 años de edad. La sociedad en su conjunto ha mejorado su nivel de
instrucción y cada día hay más ciudadanos que quieren participar en la gestión
de los asuntos públicos. Se hace inevitable empezar a andar en esa dirección.
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