Páginas

martes, 7 de febrero de 2017

La tapadera (el fin de la trapisonda)


Artículo de Luis Marín Sicilia


“No se juzga ‘por poner las urnas’ sino por desobedecer la orden de no ponerlas, lo mismo que no se multa por ir por la carretera sino por violar la limitación de velocidad para circular por ella”

“Los informales, los enredadores y los mentirosos no pueden seguir jugando con el conjunto de los españoles”


Mientras se les permitió que hicieran de su capa un sayo, a cambio de no molestar con reivindicaciones separatistas, Cataluña fue aparentemente un oasis de paz, progreso y libertad. Sin embargo, las aguas corrían turbias por el subsuelo de la política. Y como la ambición no tiene límites, sobre todo cuando el que gobierna se ve liberado de controles, la glotonería del clan Pujol y la desvergüenza de quienes lo hacían posible rompió las costuras de la tolerancia y un Maragall en la oposición advirtió en sede  parlamentaria de que el problema de la banda era "el tres por ciento"... Y todos entendieron lo que quería decir.

Ante la incapacidad para enfrentarse con los problemas de los ciudadanos, los cuales increparon a los parlamentarios catalanes, recurriendo el pretendido mesías a un helicóptero para acceder a la sede, el astuto Mas, asustado ante el reto de gestionar los intereses generales de su comunidad, buscó refugio en la bandera catalana y el hasta hace poco Arturo se convirtió en un furibundo independentista. Por si fuera poco, el famoso "legado" del padre de Pujol, encubridor del inconfesable enriquecimiento de su clan familiar, abría todo tipo de conjeturas sobre la corrupción política en el otrora pretendido oasis, al tiempo que la denuncia de una  concejal de ERC ponía en marcha la enésima investigación sobre la que ya se conoce como la "banda del tres por ciento".



Ayer, millones y millones de ciudadanos hubimos de padecer el último espectáculo de la intriga, el tinglado y el enredo puesto en escena por una caterva de personajes que pretenden dar un golpe de estado desde las propias instituciones, subvencionado y orquestado por entes e individuos que han hecho de la bandera separatista su medio de vida. Hablan de democracia pero no creen en ella porque no hay democracia sin respeto a la ley. Solo buscan impunidad.

La diferencia entre lo vivido ayer y aquellas movidas que organizaban los proetarras ante los juzgados que entendían de sus causas, radica en su número, dado que los separatistas catalanes disponen del dinero suficiente para compra masiva de voluntades, pero aspiran a la misma rebeldía, a la misma sedición y a la misma impunidad, practicando el acoso y la coacción al poder judicial que es el garante del cumplimiento de las leyes en un Estado de Derecho. Claro que la deriva de los independentistas catalanes, con sus listas negras y su presión desmedida, solo los asemeja a las repúblicas bananeras.

Quienes han protagonizado el vergonzoso acto multitudinario (que por cierto no se acerca ni de lejos a las multitudes que el alcalde Porcioles conseguía aglutinar cuando Franco visitaba Barcelona), y quienes como la alcaldesa Colau o el podemita Iglesias lo han apoyado, no deben seguir mintiendo de forma espuria a los ciudadanos. No se judicializa la política, se impone el cumplimiento de la ley quebrantada. No se juzga "por poner las urnas" sino por desobedecer la orden de no ponerlas, lo mismo que no se multa por ir por la carretera sino por violar la limitación de velocidad para circular por ella.

Que el presidente de una comunidad apoye el vergonzoso espectáculo, como hizo Puigdemont, arguyendo que había que "defender la dignidad del pueblo catalán" nos coloca en la tesitura de entender que deben de enorgullecerse de la banda del tres por ciento. ¿O es que catalanes son solo los separatistas? En realidad lo que Mas y los suyos hicieron ayer de mañana es, como hacen todos los totalitarios, enfrentar a las multitudes adoctrinadas y previamente excitadas con la aplicación de la legalidad, lo que acredita su bajeza moral en el desprecio a una población que engañan y manipulan para encumbrarse políticamente.

Es cierto que la historia de España compendia la épica y la picaresca, donde héroes gigantes contrastan con granujas y pillos, donde la valentía de unos tiene el contrapeso de la traición de otros, donde unos asesinan y otros dan la vida por el prójimo, donde ser caballero no impide que haya muchos truhanes. Pero, precisamente porque somos la nación más vieja de Europa, ha llegado el momento de decir basta con los instrumentos que la ley ofrece, y aplicar las medidas pertinentes a un proceso golpista y sedicioso que, para mayor gravedad, se protagoniza desde las propias instituciones del Estado.

La cansina, repetitiva y agotadora queja separatista, financiada con dinero sustraído de otras obligaciones del estado de bienestar ciudadano, ha hastiado hasta la náusea en tiempos como los actuales, con retos universales que hacen  ridículos los egoísmos provincianos. La vieja Europa rechaza más que nunca el micro nacionalismo alentado en cualquiera de sus regiones cuando lo perentorio ahora es una Unión Europea profundamente cohesionada.

El invento del "derecho a decidir" es otro fraude de los sediciosos, sabedores de que los organismos internacionales no reconocen el derecho de autodeterminación, que es lo que pretenden. Los intentos en Texas, California, Baviera, Veneto y tantas y tantas regiones donde se ha solicitado un referéndum independentista, acabaron cuando los tribunales competentes fallaron negativamente. Aquí los del tres por ciento quieren burlarse de las decisiones judiciales, cuando hasta Ibarretxe tuvo la lealtad de aceptar la negativa a su plan al ser desechado en el Congreso de Diputados. ¿Por que razón las instituciones catalanes van a seguir instaladas en la mentira y la desobediencia? Creo francamente que "hasta aquí hemos llegado".

El Estado se ha cargado de razón y la ciudadanía tiene suficientes elementos de juicio para entender que la ley no se puede violar sistemáticamente. Transgredir la ley impunemente se ha convertido durante demasiado tiempo en  el medio de vida de demasiada gente. Décadas de una educación tóxica y una información sesgada han propiciado que la mentira y el odio inoculen la mente de muchos catalanes. Como dice Félix de Azúa "nadie ha hecho nada para evitar que Cataluña se eduque en el odio", dejando que la política cultural de aquella comunidad esté en manos de irritables y díscolos cipayos.

Como tantos y tantos, Azúa, nacido en Barcelona en 1944, está convencido de que se acabará aplicando el artículo 155 de la Constitución porque "las cesiones solo sirven para echar más leña al fuego, con el agravante de que somos todos los españoles quienes corren con los gastos de las barbaridades del nacionalismo". En el fondo, el separatismo de los dirigentes actuales no ha sido sino la tapadera donde se han camuflado las cañerías de la podredumbre que inundaba su nefasta gestión.

La ley se respetará. Y si se pretende burlarla, no harán falta tanques ni metralletas. Bastarán unas pocas inhabilitaciones y medidas como asumir la competencia sobre los cuerpos de seguridad y los funcionarios catalanes, para garantizar, como dice el artículo citado, "la protección del interés general".



Los informales, los enredadores y los mentirosos no pueden seguir jugando con el conjunto de los españoles. El momento mundial y el reto al que se enfrenta Europa es de tal envergadura que intervenir una autonomía o inhabilitar a algunos miembros corruptos de la clase política metidos a golpistas, es "pecatta minuta" para las decisiones y los sobresaltos que Europa, y España con ella, tendrán que adoptar para no quedar descolgados y aislados en un mundo que se enfrenta a enormes incertidumbres. Por ello, los trapisondistas y la tapadera secesionista que los encubre han llegado a su fin.


1 comentario:

  1. Tiene Vd. toda la razón, pero ya se están echando en falta las anunciadas inhabilitaciones y ceses. España no se merece esta incertidumbre, esta deslealtad.

    ResponderEliminar