Artículo de José Miguel Ridao
La educación se ha convertido en una fábrica de zombis. Tengo compañeros zombis, directivos zombis, inspectores zombis, políticos zombis, y los alumnos que me llegan si no son zombis todavía es porque aún están en proceso de transformación, y a pesar de mis esfuerzos me es imposible parar su muerte en vida. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en que en los claustros se discutían asuntos de importancia, se compartían puntos de vista, hasta nos dábamos mamporros para defender una u otra postura! Signo de que estábamos vivos, de que la sangre latía en nuestras venas y transmitíamos a nuestros discípulos algo más que logses, loes, lomces, competencias y currículos. La burundanga ha entrado en nuestros centros de enseñanza; la utopía de 1984 está más cerca de lo que parece, a pesar de la caída del muro socialista. Otras fuerzas poderosas se imponen en las mentes, las corroen, las vacían de ideas, de sustancia, de vida. Las innovaciones educativas amenazan con ocupar el espacio de las dudas racionales, la tecnología de google invade nuestros cuerpos.
Mientras los políticos juegan en los despachos a cambiarse leyes como cromos, en las aulas cunde el desánimo en gran parte de los profesores. Hay unos pocos, eso sí, que tienen ilusión, que tienen fe, pero es la fe de los conversos: son los que siguen al pie de la letra las consignas de los que mandan para que el rebaño siga siendo rebaño. A los alumnos hay que llamarles alumnado; a los profesores, profesorado, y nos hacen creer que así solucionaremos el problema de la discriminación a la mujer y la igualdad de género, cuando en todo caso alguno o alguna resolverá como mucho sus problemas sexuales, porque lo que es la mente de los chavales discurre por otros derroteros, cada vez más indisciplinada, cada vez más absorbida por un mal uso de las tecnologías, cada vez más inculta. Y sin cultura no hay futuro, o lo hay, pero para que siga todo igual; es decir, para que sigan viviendo del cuento todos los que son legión y se ningunee cada vez más impunemente el sentido común.
Quiero creer, porque soy optimista, que aún quedan unos pocos rebeldes que, aunque resignados, dejarán un poso de inquietud en nuestros hijos, en nuestros alumnos más inmunes a la estulticia, y de ahí partirá la contrarrevolución. Si así fuera, las aguas volverán a su cauce. Sé que suena como las batallas de Star Wars, y que el imperio de la Junta es mucho imperio, pero… ¿quién dijo miedo?
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