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domingo, 5 de febrero de 2017

De tontos y listos



Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)


Dice un -todavía- Senador del Partido Popular de Andalucía que trabajar es cosa de gilipollas. Que por eso él se dedica a la política. Escándalo mayúsculo. Sin embargo, nos escandalizamos injustamente. Cómo puede ser motivo de escándalo algo tan sabido, inmemorial, rancio, y que sucede coram populo y no sólo de forma tan explícita sino tan descarada. Sólo hay que echar un vistazo a sus currícula. Miren (sin lascivia), por ejemplo, el de Ródope de Triana, tan evidente. Paradigmático, ¡homérico!

Y es que en eso se ha convertido la política en este país: en un refugio frente al trabajo. La política aquí es el arte de garrapatear; es decir, de vivir como un parásito a cuerpo de rey emérito -valga la redundancia-, a costa de los necios y exprimidos currantes.

Este desahogo del fulano del PP tal vez nos sirva, además, para comprender por qué el PP de Andalucía no haya llegado nunca a gobernar y parezca que no desea otra cosa sino no tener nunca que hacerlo. Les pasa como al mono del cuento de Lugones, que sabiendo hablar, lo ocultaba para que no le obligasen a trabajar. No desean el gobierno, no les interesa. Sus oligarcas tienen cumplidamente alcanzado su objetivo: vivir -a lo grande- sin trabajar; y, si es posible, de paso, enriquecerse. De modo que les da igual ocho que ochenta, con tal de que el pesebre esté lleno.

Pero no son sólo los del PP, ¡qué más quisiéramos!, sono tutti cosi. Ahí está si no para dar testimonio otra de nuestras más ilustres inútiles paisanas: Bibiana Aído (el arbolito desde chiquito), levantándose 10.000 euros al mes a cargo del contribuyente en un país (Ecuador) donde el salario medio ronda los 450 euros. Paradigma del progre que vive del cuento, de los cuentos que la secta ha creado para vivir del cuento. En este caso, del feminismo filantrópico.

Siempre he pensado que para neutralizar la fuerte gravitación que la política ejerce sobre los incapaces, que para que la política no constituyese una irresistible tentación para los oportunistas y los vagos, nadie debería ganar en la política más de lo que ganaba en sociedad; no más, sino menos: un 10% menos de lo que hubiese declarado al fisco en los dos años anteriores. De ese modo la política no sería un refugio de indeseables, sino un servicio público, no sólo ajeno al interés privado sino incluso prestado, en parte, a costa de éste. Un aliciente para no encadenarse a los cargos. Así, también, se evitarían conflictos ético/familiares como el del tal Hernando, portavoz del PSOE en el Congreso: “Cariño, es que si sigo apoyando a Pedro y eso del “no es no”, ¿cómo pagaremos la hipoteca?”.

Recuerdo de cuando era pequeño que en mi pueblo los tontos trabajaban. Sin excepción. Cada cual en lo que podía. Y recuerdo cómo uno de ellos -un primus inter pares; pues ejercía una especie de tutoría sobre sus compañeros- al concluir la jornada laboral en la escuela taller en la que se ganaban el pan estos pobres infelices, salía del trabajo a la cabeza de sus camaradas gritando: ¡¡¡Qué harto estoy de tontos!!!

Sí, lleva usted razón, señor senador. Sólo se le ha olvidado añadir una cosa: trabajar es, además, cosa de gente con dignidad y con vergüenza. Pero qué le voy a decir, qué sabrán ustedes de eso. 


(Publicado en el blog Ídolos y Llantos, enero de 2017)


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