Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
Dice un
-todavía- Senador del Partido Popular de Andalucía que trabajar es cosa de
gilipollas. Que por eso él se dedica a la política. Escándalo mayúsculo. Sin
embargo, nos escandalizamos injustamente. Cómo puede ser motivo de escándalo
algo tan sabido, inmemorial, rancio, y que sucede coram populo y no sólo de
forma tan explícita sino tan descarada. Sólo hay que echar un vistazo a sus
currícula. Miren (sin lascivia), por ejemplo, el de Ródope de Triana, tan evidente. Paradigmático, ¡homérico!
Este desahogo
del fulano del PP tal vez nos sirva, además, para comprender por qué el PP de
Andalucía no haya llegado nunca a gobernar y parezca que no desea otra cosa
sino no tener nunca que hacerlo. Les pasa como al mono del cuento de Lugones,
que sabiendo hablar, lo ocultaba para que no le obligasen a trabajar. No desean
el gobierno, no les interesa. Sus oligarcas tienen cumplidamente alcanzado su
objetivo: vivir -a lo grande- sin trabajar; y, si es posible, de paso,
enriquecerse. De modo que les da igual ocho que ochenta, con tal de que el
pesebre esté lleno.
Pero no son sólo
los del PP, ¡qué más quisiéramos!, sono
tutti cosi. Ahí está si no para dar testimonio otra de nuestras más
ilustres inútiles paisanas: Bibiana Aído (el arbolito desde chiquito),
levantándose 10.000 euros al mes a cargo del contribuyente en un país (Ecuador)
donde el salario medio ronda los 450 euros. Paradigma del progre que vive del
cuento, de los cuentos que la secta ha creado para vivir del cuento. En este
caso, del feminismo filantrópico.
Siempre he
pensado que para neutralizar la fuerte gravitación que la política ejerce sobre
los incapaces, que para que la política no constituyese una irresistible
tentación para los oportunistas y los vagos, nadie debería ganar en la política
más de lo que ganaba en sociedad; no más, sino menos: un 10% menos de lo que
hubiese declarado al fisco en los dos años anteriores. De ese modo la política
no sería un refugio de indeseables, sino un servicio público, no sólo ajeno al
interés privado sino incluso prestado, en parte, a costa de éste. Un aliciente
para no encadenarse a los cargos. Así, también, se evitarían conflictos ético/familiares
como el del tal Hernando, portavoz del PSOE en el Congreso: “Cariño, es que si
sigo apoyando a Pedro y eso del “no es no”, ¿cómo pagaremos la hipoteca?”.
Recuerdo de
cuando era pequeño que en mi pueblo los tontos trabajaban. Sin excepción. Cada
cual en lo que podía. Y recuerdo cómo uno de ellos -un primus inter pares; pues
ejercía una especie de tutoría sobre sus compañeros- al concluir la jornada
laboral en la escuela taller en la que se ganaban el pan estos pobres
infelices, salía del trabajo a la cabeza de sus camaradas gritando: ¡¡¡Qué
harto estoy de tontos!!!
Sí, lleva usted
razón, señor senador. Sólo se le ha olvidado añadir una cosa: trabajar es,
además, cosa de gente con dignidad y con vergüenza. Pero qué le voy a decir,
qué sabrán ustedes de eso.
(Publicado
en el blog Ídolos y Llantos, enero de 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario