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miércoles, 15 de febrero de 2017

Cazadores de nazis


Artículo de Paco Romero


“Hace once años fallecía en Viena Simon Wiesenthal, el más famoso cazador de nazis”

“Un auténtico héroe, nada que ver con la pandilla de chichinabo de seguidores rayistas que el último día mercado invernal futbolístico impidió la cesión del Betis al Rayo Vallecano de un jugador ucraniano”

Un respeto para los que han dedicado y dedican su vida a perseguir a nazis de verdad. Y fuerza, mucha fuerza, a los que les sigue siendo imposible perseguir a sus verdugos, sencillamente porque el telón sigue siendo de acero”


El pasado verano llegaba al sevillano aeropuerto de San Pablo, luciendo una camiseta con el escudo de su país y para incorporarse a su nuevo club, Roman Zozulya, un futbolista ucraniano que ha cometido el “tremendo error” de apoyar firmemente a su ejército frente a las milicias prorrusas y ser fiel partidario de que Donetsk y Lugansk no se anexionen a Rusia.

Hace once años fallecía en Viena Simon Wiesenthal, el más famoso cazador de nazis. Austriaco, de origen judío, dedicó los últimos 60 años de su vida a buscar por todo el mundo a los dirigentes nazis que habían huido de Alemania tras la guerra. Hasta 1.100 criminales de guerra llevó en ese tiempo ante los tribunales.

Un auténtico héroe, nada que ver con la pandilla de chichinabo de seguidores rayistas que el último día del mercado invernal futbolístico impidió la cesión del Betis al Rayo Vallecano del mencionado jugador ucraniano. Hablando en nombre no ya del grupo radical Bukaneros sino de la afición vallecana, docena y media de chusmetas acusaron al futbolista de nazi: pancartas, insultos y descalificaciones a su llegada frenaron la operación y el jugador hubo de regresar al Betis de Sevilla.

Si el mero adjetivo de nazi, y la consiguiente comparación, es ya un insulto a los luchadores contra las víctimas del holocausto, siendo su resultado inmediato imposibilitar el ejercicio del derecho al trabajo garantizado por el artículo 35 de nuestra Constitución, no lo es menos lo que ha venido después de la mano de acreditados representantes de la ultraizquierda, los mismos que, desde su fantaseada superioridad moral, no se han cortado a la hora de difundir sus aún más graves deseos:

El primero en aparecer en escena ha sido el rapero Pau Rivadulla, conocido como Pablo Hasél -ya condenado a dos años de prisión, que naturalmente no cumplió, por enaltecer el terrorismo de ETA, los Grapo, Terra Lliure o Al Qaeda-, quien no se cortó en comentar en su perfil de Twitter: "A la plantilla del Betis que defiende al nazi, si no fuera porque también morirían pilotos y azafatas, les desearía que su avión se estrellara". Puede observarse el escaso resultado que ha tenido el fallo del Tribunal Supremo que lo sentenció: “el discurso del odio no está protegido por la libertad de expresión ideológica”. Y es que, probablemente, las candorosas pretensiones del artículo 25 de nuestra carta magna (“las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”) sean solo eso: una utopía, una quimera imposible.


Pero no fue el único trotskista en retratarse: tras el apoyo de la plantilla bética a su compañero, el concejal podemita del ayuntamiento hispalense (y, ahí es nada, diputado provincial) Julián Moreno, no se privó de proclamar a los cuatro vientos tuiteros “Vaya asco que dan los jugadores del Betis y los directivos de La Liga apoyando al neonazi Zozulya…”. La disculpa posterior (“… Siempre defenderé el fútbol que promueve la solidaridad y rechaza cualquier tipo de violencia”) resulta aún más tragicómica y solo sirve para descubrir la patraña, la farsa que encierra el personaje.


Los acontecimientos no son sino una demostración más de que el denigrado fútbol es un fiel reflejo de la sociedad: si hay violencia en su seno es porque hay desafuero en la hente, si se da el insulto es porque se fomenta día a día en todos los ámbitos. ¿Qué más quiere el incapaz Consejo Superior de Deportes o la incompetente Liga de Fútbol Profesional, perseguidores implacables de masas de seguidores, para actuar contra los contados y conocidos elementos antisociales que se infiltran en las organizaciones para inocular el virus de la intolerancia?

¿Imaginan ustedes otro recibimiento del nuevo fichaje, en seguro loor de multitudes, si la prenda con la que se presentó en Sevilla hubiese llevado estampada la aclamada imagen de, por ejemplo, un facineroso como el Che o la de cualquier bandera al uso con una estrella de cinco puntas?

Un respeto -¡óiganlo estos cazanazis de la señorita pepis!- para los que han dedicado y dedican su vida a perseguir nazis de verdad. Y fuerza, mucha fuerza, a los que, implorando justicia para cien millones de almas masacradas durante un siglo siniestro que ahora se rememora, les sigue siendo imposible perseguir a sus verdugos, sencillamente porque el telón sigue siendo de acero.

P.S.- La Liga de Fútbol Profesional anuncia una querella por injurias y calumnias contra los seguidores rayistas que, hasta el momento, han podido identificarse. ¿Para qué? ¿Alguien duda que los tribunales ampararán sus prácticas en la “libertad de expresión”, como ya han tenido ocasión de manifestar con ocasión del juicio al concejal de Madrid que -humor negro, dicen- se mofó de una víctima del terrorismo (Irene Villa) y de las tres niñas asesinadas en Alcácer?


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