Artículo de Paco Romero
“Hace once años fallecía en Viena Simon Wiesenthal, el más famoso
cazador de nazis”
“Un auténtico héroe, nada que ver con la pandilla de chichinabo
de seguidores rayistas que el último día mercado invernal futbolístico impidió
la cesión del Betis al Rayo Vallecano de un jugador ucraniano”
“Un respeto para los que han dedicado y dedican su vida a perseguir a
nazis de verdad. Y fuerza, mucha fuerza, a los que les sigue siendo imposible
perseguir a sus verdugos, sencillamente porque el telón sigue siendo de
acero”
El pasado verano llegaba al sevillano aeropuerto de San
Pablo, luciendo una camiseta con el escudo de su país y para incorporarse a su
nuevo club, Roman Zozulya, un futbolista ucraniano que ha cometido el “tremendo
error” de apoyar firmemente a su ejército frente a las milicias prorrusas y ser
fiel partidario de que Donetsk y Lugansk no se anexionen a Rusia.
Hace once años fallecía en Viena Simon Wiesenthal, el más
famoso cazador de nazis. Austriaco, de origen judío, dedicó los últimos 60 años
de su vida a buscar por todo el mundo a los dirigentes nazis que habían huido
de Alemania tras la guerra. Hasta 1.100 criminales de guerra llevó en ese
tiempo ante los tribunales.
Un auténtico héroe, nada que ver con la pandilla de chichinabo
de seguidores rayistas que el último día del mercado invernal futbolístico impidió
la cesión del Betis al Rayo Vallecano del mencionado jugador ucraniano. Hablando en nombre no ya del grupo radical Bukaneros sino de la afición vallecana, docena y media de chusmetas acusaron al futbolista de
nazi: pancartas, insultos y descalificaciones a su llegada frenaron la
operación y el jugador hubo de regresar al Betis de Sevilla.
Si el mero adjetivo de nazi, y la
consiguiente comparación, es ya un insulto a los luchadores contra las víctimas
del holocausto, siendo su resultado inmediato imposibilitar el ejercicio del
derecho al trabajo garantizado por el artículo 35 de nuestra Constitución, no
lo es menos lo que ha venido después de la mano de acreditados
representantes de la ultraizquierda, los mismos que, desde su fantaseada
superioridad moral, no se han cortado a la hora de difundir sus aún más graves
deseos:
El primero en aparecer en escena ha sido el rapero Pau
Rivadulla, conocido como Pablo Hasél -ya condenado a dos años de prisión, que
naturalmente no cumplió, por enaltecer el terrorismo de ETA, los Grapo, Terra
Lliure o Al Qaeda-, quien no se cortó en comentar en su perfil de Twitter: "A la plantilla del Betis que defiende
al nazi, si no fuera porque también morirían pilotos y azafatas, les desearía
que su avión se estrellara". Puede observarse el escaso resultado que
ha tenido el fallo del Tribunal Supremo que lo sentenció: “el discurso del odio no está protegido por la libertad de expresión
ideológica”. Y es que, probablemente, las candorosas pretensiones del
artículo 25 de nuestra carta magna (“las
penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas
hacia la reeducación y reinserción social”) sean solo eso: una utopía, una
quimera imposible.
Pero no fue el único trotskista en retratarse:
tras el apoyo de la plantilla bética a su compañero, el concejal podemita del ayuntamiento hispalense (y,
ahí es nada, diputado provincial) Julián Moreno, no se privó de proclamar a los
cuatro vientos tuiteros “Vaya asco que dan los jugadores
del Betis y los directivos de La Liga apoyando al neonazi Zozulya…”.
La disculpa posterior (“… Siempre
defenderé el fútbol que promueve la solidaridad y rechaza cualquier tipo de
violencia”) resulta aún más tragicómica y solo sirve para descubrir la patraña,
la farsa que encierra el personaje.
Los acontecimientos no son sino una demostración más de que
el denigrado fútbol es un fiel reflejo de la sociedad: si hay violencia en su
seno es porque hay desafuero en la hente,
si se da el insulto es porque se fomenta día a día en todos los ámbitos. ¿Qué
más quiere el incapaz Consejo Superior de Deportes o la incompetente Liga de
Fútbol Profesional, perseguidores implacables de masas de seguidores, para
actuar contra los contados y conocidos elementos antisociales que se infiltran
en las organizaciones para inocular el virus de la intolerancia?
¿Imaginan ustedes otro recibimiento del nuevo fichaje, en
seguro loor de multitudes, si la prenda con la que se presentó en Sevilla
hubiese llevado estampada la aclamada imagen de, por ejemplo, un facineroso como el Che o la de cualquier bandera al uso con una estrella
de cinco puntas?
Un respeto -¡óiganlo estos cazanazis de la señorita pepis!-
para los que han dedicado y dedican su vida a perseguir nazis de verdad. Y fuerza,
mucha fuerza, a los que, implorando justicia para cien millones de almas
masacradas durante un siglo siniestro que ahora se rememora, les sigue siendo
imposible perseguir a sus verdugos, sencillamente porque el telón sigue
siendo de acero.
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