Páginas

jueves, 9 de febrero de 2017

Azorín y la España de hoy


Artículo de José Miguel Ridao

Presten atención a lo que escribía Azorín en 1902 en su obra “La voluntad”. Ha transcurrido un siglo largo, y por desgracia sus palabras tienen una actualidad inapelable:

—Esto es irremediable, Azorín, si no se cambia todo... Y yo no sé qué es más bochornoso, si la iniquidad de los unos o la mansedumbre de los otros... [...] Y las viejas nacionalidades se van disolviendo... perdiendo todo lo que tienen de pintoresco, trajes, costumbres, literatura, arte... para formar una gran masa humana, uniforme y monótona... Primero es la nivelación en un mismo país; después vendrá la nivelación internacional... Y es preciso... y es inevitable... y es triste [...]

—Yo veo que todos hablamos de regeneración... que todos queremos que España sea un pueblo culto y laborioso... pero no pasamos de estos deseos platónicos... ¡Hay que marchar! Y no se marcha... los viejos son escépticos... los jóvenes no quieren ser románticos... El romanticismo era, en cierto modo, el odio, el desprecio al dinero... y ahora es preciso enriquecerse a toda costa... y para eso no hay como la política... y la política ha dejado de ser romanticismo para ser una industria, una cosa que produce dinero, como la fabricación de tejidos, de chocolates o de cualquier otro producto... Todos clamamos por un renacimiento y todos nos sentimos amarrados en esta urdimbre de falseamientos...

Azorín fue un escritor grande, injustamente olvidado hoy en día. Tenía una lucidez fuera de lo común, aparte de ser un maestro del lenguaje. En este fragmento incluso anticipa algo tan actual como la globalización. Ya son pocos los que tienen la paciencia de demorarse y deleitarse en sus descripciones de paisajes, en el ritmo moroso de una España de carreteros y caminos polvorientos ya perdida para siempre. Lo que no se ha perdido, sin embargo, es ese deseo de enriquecerse a toda costa usando la política; si acaso el problema ha ido a más en toda España. Pero hay una diferencia grande con aquellos hombres de la generación del 98: ellos eran pesimistas, mientras que el español actual está más bien resignado, y si pudiera se arrimaría con gusto a la sopa boba de la política para reclamar su ración. Ocurre que no hay para todos, y el pastel se lo comen los más espabilados o los que tienen menos escrúpulos.

A lo mejor el pesimista soy yo al escribir esto, y no hago más que reeditar un viejo vicio español que comenzó en el 98, pero resulta descorazonador que en un siglo largo hayamos avanzado tan poco. Mientras tanto continúo leyendo a Azorín, y trato de recuperar una pizca del espíritu romántico que tanto se echa en falta entre los jóvenes de hoy, aunque sea escribiendo un artículo de vez en cuando
.




No hay comentarios:

Publicar un comentario