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lunes, 23 de enero de 2017

En el nombre del padre



Artículo de Antonio Barreda


Prometo decir toda la verdad. Solo me mueve la razón de hablar con la intención de contar la verdad a mi pueblo, en nombre de todos y cada uno de ellos. Me dirijo a todos con la fuerza del hombre honrado, con la fuerza de aquel que habla en nombre del pueblo. Y lo hago mirando un mapa donde las fronteras están deshilachadas y por donde no corre ya el espíritu de los antiguos libertadores. La sociedad andaluza está paralizada, muda ante lo que está pasando durante casi cuarenta años. Ya no hay banderas andaluzas colgadas en la memoria colectiva del pueblo, ni se borda la palabra libertad en los balcones de cada casa. Ya no hay voces que griten por la noche los nombres de todos los que ya no están. Y la sangre de D. Manuel José García Caparrós aun mancha las calles de Málaga. Tardaron treinta y seis eternos años en darle el honor de ser hijo predilecto de Andalucía. 

Ya no les importa los que no están, ni los que se marcharon a otras fronteras por otros caminos. Hablan por nosotros en nombre de todos nosotros. Secuestraron la voluntad popular en el Parlamento. Las largas noches de ausencia se volvieron perpetuas. Que nadie sepa nada. Que nadie hable nada. Que nadie escriba nada. Que la palabra no fluya. Anestesiaron la sociedad andaluza a base de Boja y subvenciones. Callaron la voz de mi pueblo y levantaron un muro a base de ondas y de tertulias donde solo está el pensamiento único. No hay nada más allá de la Junta. Solo un nombre. Repiten las consignas del palacio como un catecismo que luego se refleja en la nómina.

Andalucía es ahora un nombre que el tiempo olvida, es una mujer traicionada y una madre herida, sangre devorada por un régimen que la asfixia con el antiguo sudor del hierro feudal. Ahora todo es un río de sueños rotos llenos de maletas de cartón en trenes donde va la derrota. Han olvidado los siglos de sufrimiento, el ansia del hambre y las viudas abandonadas en casas blancas. Han olvidado la memoria y el olor a sudor del viejo esclavo que aún está vivo. No hay una estrella enterrada con flores en su tumba, ni héroes que ya no conocen a sus hijos. Ahora traen el silencio en que los adormecen y los asustan cuando les cuentan al oído que viene el antiguo señorito bajo la forma de un partido, a reclamar su herencia perdida en los albores de la libertad, y así les tienen, prisioneros aletargados y silenciosos del eterno cuento del falso dios y del ángel caído.

Mientras el pueblo sufre otros viven. El hambre sube al monte y se esconde en los ojos de los niños. El hambre tiene nombre como de abandonado, de estar mirando a los ojos del pueblo. Pero está ahí. Solo, entregado a devorar el cuerpo de los hijos, a esconderse tras las puertas de las casas. A entrar en silencio en las cocinas. Y el palacio está vacío. Nadie llama a su puerta. Están lejos, contando los días de gloria y el pago del hombre. Nunca están cuando el pueblo les necesita, cuando las nanas no pueden callar el hambre del recién nacido, cuando el frío entra por la ventana un día de invierno. Lejos quedan aquellos que dicen venir a acabar con el sufrimiento, a dar luz al hogar, a dar olor a los hornos y a dar consuelo a quien está desesperado. Hablan en su nombre, toman su nombre por encima de todas las cosas, y se alejan con la palabra que no deja nada en la nevera. El camino del hambre es eterno en el sur. No hay nadie que no lo nombre, no hay nadie que no lo vea en las calles, en las casas. Y no pasa nunca de largo. Está ahí mirando eterno. Escogiendo con el dedo a quién tocar. Todos pasan a su lado y nadie lo mira, nadie sabe cómo es, pero está ahí delante. Y te llama por tu nombre.

La vieja palabra del conquistador aún está presente, aun la nombra la voz callada que espera libertad, que se pierde por caminos donde sólo queda piedra húmeda y lluvia, sube por los ríos cansados que barren la errante geografía andaluza. Poderosa es la señora que nos domina desde palacio, su voz se ilumina como una bandera ascética, llama a cada uno de los pueblos como si los poseyera, reclama cada calle, cada plaza, cada casa en su nombre, esconde el sudor y la sangre entre las maderas del parlamento, y es aquí donde cree que está el renacido espacio de su trono. Mi pueblo calla el silencio de la vieja herida del colono, porque nunca tuvo tierra propia pegada entre sus manos, porque nunca se sintió dueño ni primogénito, lo vistieron con el sumiso uniforme gastado por el tiempo, lo formaron en filas desde Sierra Nevada hasta el Guadiana, mientras le robaban a sus hijos y los hicieron a todos mudos. El silencio de los corderos. Treinta siglos han dejado su huella marcada sobre la carne, han hundido en la profunda conciencia el indiviso, el dolor de ser desposeídos uno a uno de su propia herencia. Ahora otros se apropian de su pasado y escriben sobre nosotros una nueva historia ciega donde no queda ninguna esperanza.

Pero ahora el palacio está inquieto. La princesa está deshojando si quedarse en el trono del palacio de San Telmo o quedarse en el trono de España. Los vendedores de humo hace meses que están contando la soldada. No hay nada mejor que la princesa. No hay nada mejor que lo que nos trae la princesa. La princesa trae la luz. El siglo de las luces vuelve con ella a Andalucía. Cuando habla la princesa es infalible. Los viejos jacobinos hace años que se marcharon ya del partido. Hace años que todo lo dejan al principio de Peter en Andalucía. Nada importa. Nada ya les importa. Los dos que gobernaron antes que ella están hoy sentados en los juzgados. No tienen referentes históricos a los que acudir, ni herencia que defender. Callan la memoria de todo lo que hicieron. Callan los desagües y las cañerías por donde se fueron los dineros de la formación y los ERE.

Y mientras, más de un millón de parados formaban largas colas en Andalucía. Entonces los juzgados empezaron a recodar los nombres de todos los que no tenían liquidez para pagar la hipoteca, porque no tenían ni para llenar cada noche la nevera. Nadie se acordaba de ellos. Pero hablaban en su nombre. Hablaban por boca de ellos dentro de los coches oficiales y del Parlamento. Con los privilegios de los antiguos tribunos de la plebe, con la seguridad de la nómina y con la seguridad de los cuatro años de mandato. Y entonces desataron los viejos demonios que habitaban en las entrañas de las sierras.  Siempre señalando a Madrid. Confrontando como forma de obtener votos.

Ahora es el momento, ahora toca hablar. Retomar la palabra y la libertad. A todos me dirijo en el nombre de mi pueblo. A todos los que estáis ahí. A todos los que nadie escucha. A todos los que nadie ve. A todos los invisibles. A todos los que no tienen nombre. A todos los que callan. A todos los que viven sin vivir. A todos a los que nadie llama. A todos los olvidados. A todos los que sufren. A todos los que gritan en silencio. A todos los que pasan hambre. A todos los que nadie ve. A todos los que no existen. A todos los que sueñan. A todos los que duermen eternamente. A todos los que nunca estarán. A todos a los que se espera. A todos los que nunca llegan. A todos los que no pueden ver la luz. A todos los que piensan. A todos los que luchan. A todos los que son justos. A todos los llamados. A todos los elegidos. A todos los que viven en blanco y negro. A todos los que se posicionan. A todos los que se señalan. A todos los que piden justicia. A todos los que dan el paso. A todos los que exigen. A todos los que creen. A todos los que piden sus derechos. A todos los que nombraron a la libertad. No estáis solos. Yo estoy a vuestro lado. Yo soy uno de vosotros. Llamadme por vuestro nombre. Llamadme desde donde estéis. Llamadme a gritos.


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