Artículo de Antonio Barreda
Prometo decir toda la verdad. Solo me mueve la razón de hablar con la
intención de contar la verdad a mi pueblo, en nombre de todos y cada uno de
ellos. Me dirijo a todos con la fuerza del hombre honrado, con la fuerza de
aquel que habla en nombre del pueblo. Y lo hago mirando un mapa donde las
fronteras están deshilachadas y por donde no corre ya el espíritu de los
antiguos libertadores. La sociedad andaluza está paralizada, muda ante lo que
está pasando durante casi cuarenta años. Ya no hay banderas andaluzas colgadas
en la memoria colectiva del pueblo, ni se borda la palabra libertad en los
balcones de cada casa. Ya no hay voces que griten por la noche los nombres de
todos los que ya no están. Y la sangre de D. Manuel José García Caparrós aun
mancha las calles de Málaga. Tardaron treinta y seis eternos años en darle el
honor de ser hijo predilecto de Andalucía.
Ya no les importa los que no están, ni los que se marcharon a otras
fronteras por otros caminos. Hablan por nosotros en nombre de todos nosotros. Secuestraron
la voluntad popular en el Parlamento. Las largas noches de ausencia se
volvieron perpetuas. Que nadie sepa nada. Que nadie hable nada. Que nadie
escriba nada. Que la palabra no fluya. Anestesiaron la sociedad andaluza a base
de Boja y subvenciones. Callaron la voz de mi pueblo y levantaron un muro a
base de ondas y de tertulias donde solo está el pensamiento único. No hay nada
más allá de la Junta. Solo un nombre. Repiten las consignas del palacio como un
catecismo que luego se refleja en la nómina.
Andalucía es ahora un nombre que el tiempo olvida, es una mujer traicionada
y una madre herida, sangre devorada por un régimen que la asfixia con el
antiguo sudor del hierro feudal. Ahora todo es un río de sueños rotos llenos de
maletas de cartón en trenes donde va la derrota. Han olvidado los siglos de
sufrimiento, el ansia del hambre y las viudas abandonadas en casas blancas. Han
olvidado la memoria y el olor a sudor del viejo esclavo que aún está vivo. No
hay una estrella enterrada con flores en su tumba, ni héroes que ya no conocen
a sus hijos. Ahora traen el silencio en que los adormecen y los asustan cuando
les cuentan al oído que viene el antiguo señorito bajo la forma de un partido,
a reclamar su herencia perdida en los albores de la libertad, y así les tienen,
prisioneros aletargados y silenciosos del eterno cuento del falso dios y del
ángel caído.
Mientras el pueblo sufre otros
viven. El hambre sube al monte y se esconde en los ojos de los niños. El hambre
tiene nombre como de abandonado, de estar mirando a los ojos del pueblo. Pero
está ahí. Solo, entregado a devorar el cuerpo de los hijos, a esconderse tras
las puertas de las casas. A entrar en silencio en las cocinas. Y el palacio
está vacío. Nadie llama a su puerta. Están lejos, contando los días de gloria y
el pago del hombre. Nunca están cuando el pueblo les necesita, cuando las nanas
no pueden callar el hambre del recién nacido, cuando el frío entra por la
ventana un día de invierno. Lejos quedan aquellos que dicen venir a acabar con
el sufrimiento, a dar luz al hogar, a dar olor a los hornos y a dar consuelo a
quien está desesperado. Hablan en su nombre, toman su nombre por encima de
todas las cosas, y se alejan con la palabra que no deja nada en la nevera. El
camino del hambre es eterno en el sur. No hay nadie que no lo nombre, no hay
nadie que no lo vea en las calles, en las casas. Y no pasa nunca de largo. Está
ahí mirando eterno. Escogiendo con el dedo a quién tocar. Todos pasan a su lado
y nadie lo mira, nadie sabe cómo es, pero está ahí delante. Y te llama por tu
nombre.
La vieja palabra del conquistador aún está
presente, aun la nombra la voz callada que espera libertad, que se
pierde por caminos donde sólo queda piedra húmeda y lluvia, sube por los ríos cansados
que barren la errante geografía andaluza. Poderosa
es la señora que nos domina desde palacio, su voz se ilumina como una
bandera ascética, llama a cada uno de los pueblos como si los
poseyera, reclama cada calle, cada plaza, cada casa en su nombre, esconde
el sudor y la sangre entre las maderas del parlamento, y es aquí donde
cree que está el renacido espacio de su trono. Mi pueblo calla el silencio de la vieja herida del colono, porque
nunca tuvo tierra propia pegada entre sus manos, porque nunca se sintió
dueño ni primogénito, lo vistieron con el sumiso uniforme gastado por el
tiempo, lo formaron en filas desde Sierra Nevada hasta el
Guadiana, mientras le robaban a sus hijos y los hicieron a todos mudos. El
silencio de los corderos. Treinta siglos han dejado su huella marcada sobre la
carne, han hundido en la profunda conciencia el indiviso, el dolor de
ser desposeídos uno a uno de su propia herencia. Ahora otros se apropian
de su pasado y escriben sobre nosotros una nueva historia ciega
donde no queda ninguna esperanza.
Pero ahora el palacio está inquieto. La princesa está deshojando si
quedarse en el trono del palacio de San Telmo o quedarse en el trono de España.
Los vendedores de humo hace meses que están contando la soldada. No hay nada
mejor que la princesa. No hay nada mejor que lo que nos trae la princesa. La
princesa trae la luz. El siglo de las luces vuelve con ella a Andalucía. Cuando
habla la princesa es infalible. Los viejos jacobinos hace años que se marcharon
ya del partido. Hace años que todo lo dejan al principio de Peter en Andalucía.
Nada importa. Nada ya les importa. Los dos que gobernaron antes que ella están
hoy sentados en los juzgados. No tienen referentes históricos a los que acudir,
ni herencia que defender. Callan la memoria de todo lo que hicieron. Callan los
desagües y las cañerías por donde se fueron los dineros de la formación y los
ERE.
Y mientras, más de un millón de parados formaban largas colas en Andalucía.
Entonces los juzgados empezaron a recodar los nombres de todos los que no
tenían liquidez para pagar la hipoteca, porque no tenían ni para llenar cada
noche la nevera. Nadie se acordaba de ellos. Pero hablaban en su nombre.
Hablaban por boca de ellos dentro de los coches oficiales y del Parlamento. Con
los privilegios de los antiguos tribunos de la plebe, con la seguridad de la
nómina y con la seguridad de los cuatro años de mandato. Y entonces desataron
los viejos demonios que habitaban en las entrañas de las sierras. Siempre señalando a Madrid. Confrontando como
forma de obtener votos.
Ahora es el momento,
ahora toca hablar. Retomar la palabra y la libertad. A todos me dirijo en el
nombre de mi pueblo. A todos los que estáis ahí. A todos los que nadie
escucha. A todos los que nadie ve. A todos los invisibles. A todos los que no
tienen nombre. A todos los que callan. A todos los que viven sin vivir. A todos
a los que nadie llama. A todos los olvidados. A todos los que sufren. A todos
los que gritan en silencio. A todos los que pasan hambre. A todos los que nadie
ve. A todos los que no existen. A todos los que sueñan. A todos los que duermen
eternamente. A todos los que nunca estarán. A todos a los que se espera. A
todos los que nunca llegan. A todos los que no pueden ver la luz. A todos los
que piensan. A todos los que luchan. A todos los que son justos. A todos los
llamados. A todos los elegidos. A todos los que viven en blanco y negro. A
todos los que se posicionan. A todos los que se señalan. A todos los que piden
justicia. A todos los que dan el paso. A todos los que exigen. A todos los que
creen. A todos los que piden sus derechos. A todos los
que nombraron a la libertad. No estáis solos. Yo estoy a vuestro lado. Yo soy
uno de vosotros. Llamadme por vuestro nombre. Llamadme desde donde estéis.
Llamadme a gritos.
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