Artículo de Antonio
Robles
El
origen del catalanismo
siempre se ha vinculado a la reivindicación de la cultura y la
lengua catalanas. Posiblemente fuera así el espíritu que lo
inspiró. Pero como movimiento político con más de un siglo de
existencia, ha acabado por convertirse en el arma más eficaz de la
burguesía catalana para neutralizar al proletariado interno y a la
oleada de mano de obra barata llegada de fuera. A la clase obrera en
suma. Y a sus hijos, aquellos que después de una generación han
logrado alcanzar cierta ilustración o preparación técnica, que
están encuadrados en trabajos liberales, son funcionariados de la
Generalidad - con especial incidencia en la educación -, o han
logrado crear pequeñas empresas de servicios o del ramo de la
construcción. Los neutralizó en parte al incorporarlos a sus
propios intereses a través del ascensor social, en parte por la
presión y el domino de la hegemonía cultural catalanista, que se ha
hecho con el control social y político.
Después de plantarle batalla a finales del siglo XIX y principios del XX, el movimiento obrero empezó a caer en la trampa del catalanismo con la IIª República, pero sólo ha sido con el pujolismo cuando ha sido disuelta toda divergencia de clase, en una engañosa y única clase social nacionalista. Sin duda hay simbología de izquierdas por doquier, pero no políticas de izquierdas. Solo nacional catalanismo, la única clase social a la que no puedes obviar si quieres medrar, y en cualquier caso, si no quieres pasar por enemigo de Cataluña.
“Somos
unas cuatrocientas personas, no hay muchos más, nos encontramos en
todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos en el Palau,
en el Liceo, en el núcleo familiar y coincidimos en muchos lugares,
seamos o no parientes", dejó dicho el escanyapobres
del Palau de la Música, Lluís Millet en el libro L’Oasis
català, de los periodistas Cullell y Farrás.
El
corrupto Millet sabe lo que se dice. De
los 25 apellidos más frecuentes en Cataluña, ninguno es de origen
catalán. García es el primero (170.614 ciudadanos).
Le siguen Martínez, Sánchez, López, Rodríguez…, pero hemos de
esperar hasta el nº 26 para encontrar el primer apellido catalán,
Vila, con 18.021 ciudadanos. Nada reseñable si nos quedáramos en la
mera estadística. Sin embargo, su representación en el Parlamento
es casi inexistente: en los 35 años de gobiernos de la Generalidad
desde 1980, ni
un solo conseller tiene ningún de los dos apellido de entre los
cinco más frecuentes. Y de todos los presidentes del
Parlamento, sólo uno tiene el segundo apellido, Pascual, de origen
no catalán. Me refiero a Ernest Benach i Pascual. De hecho, un
grupo minoritario de familias con apellidos que
únicamente están presentes en un 13% de la población de toda
Cataluña, copan el 40% de los cargos políticos. Enfoquemos aún más
fino, sólo
13 familias con alrededor de 2.000 miembros copan el
20% de todos los diputados de CiU y ERC y casi el mismo 20% del
secretariado de la ANC.
La
relación descompensada de diputados en el Parlamento aún es más
escandalosa si le añadimos al apellido, la lengua en que se
expresan. Es vergonzoso que habiendo un 55,3% de catalanes que tienen
por lengua materna el castellano y un 31% la lengua catalana, la
representación en el Parlamento esté tan descompensada. Apellidos y
lengua van a la par. Sólo el 21,67 % son castellanohablantes (otra
cosa es que utilicen su lengua) y el resto, 79,38 %
catalanohablantes. Una sutil segregación, no menor que la que ha
sufrido y sufre aún la mujer. De la totalidad de los diputados, el
70 % son hombres. Como referencia de segregación, el sector de la
población más marginado a lo largo de la historia ya no es la
mujer, sino los ciudadanos con apellidos no catalanes y lengua
española, a pesar de ser mayoritarios. No queda siquiera el
consuelo de la normativa legal en la elaboración de listas donde la
mujer ha de tener una presencia, al menos, del 40%. Es la llamada
paridad electoral. Una discriminación positiva que, en el caso de
los castellanohablantes, se torna en negativa desde la escuela: ni
siquiera permiten a los niños castellanohablantes poder estudiar una
sola asignatura en castellano.
Esta
descompensación entre apellidos, lengua y representación política
es en sí misma segregadora, pero si nos fijamos a quienes
representan tales políticos e introducimos el detalle de la clase
social, nos encontramos con un dato definitivo: Cuanto más alta es
la clase social, más apoyo se da al secesionismo. Los ciudadanos con
menos ingresos, (de 0 a 1.200 €, que representan el 22% de la
población de Cataluña, alcanzan el 32,57% de los partidarios de la
independencia. Los que disponen de una renta de entre 1.200 a 2.000
aumenta el apoyo a ésta hasta el 38,82% y representan el 28% de la
población de Cataluña en general. Si subimos la renta de 2.000 a
3.000, sube el apoyo a la secesión hasta el 56,17%. Respecto a la
población de Cataluña, representan sólo el 18% del total. Y el
tramo con mayor apoyo al secesionismo, lo representan los que
sobrepasan los 3.000 €. mensuales con un total del 67,91%, de un
total de la población del 32 %. (Barómetro
de Opinión Política del CEO).
Dicho
de otro modo, el apoyo al independentismo es inversamente
proporcional a la clase social más baja y a los que tienen por
lengua materna el castellano y apellidos no catalanes. Pero entonces,
¿qué hace un comunista de ICV, Raül Romeva, encamado con un
partido de derechas (CiU), y otro independentista (ERC)?
Aparentemente es una contradicción, pero no la hay. La izquierda en
Cataluña desde el
PSUC de la IIª República ha sido dirigida por hijos
de la burguesía catalanista. Exactamente lo mismo que ha ocurrido en
el
PSC desde que suplantara en 1977 la Federación
socialista del PSOE en Cataluña. En el caso de ERC es
difícil identificarla con la izquierda; en realidad, si se le
cambiara el nombre por el de “Liga Norte” nadie se daría
cuenta.
Así,
toda la izquierda ha jugado en el mismo espacio mental del
catalanismo por convicción o aplastada por el
síndrome de Cataluña. ¿qué diferencia hay entre la
vida personal y política del actual Sindic de Greuges, el comunista
Rafael Ribó, el Socialista Pascual Maragall o el representante de la
derecha catalana, Artur Mas? En cuanto a modo de vida, ninguna. Todos
han vivido de la administración con sueldos fabulosos y vida social
de clase alta. Se trata de seguir disfrutándola, pero la corrupción
y la codicia han despertado lo peor del nacional catalanismo.
¿A qué
estamos asistiendo con esta agitación tan peligrosa de los
sentimientos? A intentar seguir con el control y poder políticos de
esas cuatrocientas familias y allegados cebados en estos 35 años de
pujolismo para seguir detentando el poder económico que siempre han
tenido. Porque téngalo en cuenta, la
Independencia es un desastre para los ciudadanos de Cataluña,
pero un gran negocio para esas élites extractivas que hoy
representan la clase política catalana, los empresarios del 3%, y el
ejército de maestros y periodistas, que ejercen de mercenarios de la
cosa nacional, y viven a salvo de la intemperie dónde mal viven la
mayoría de catalanes corrientes.
¡Qué
extraña sociedad en la que vivimos! Los que detentan el poder hace
35 años, los que dominan toda la administración, medios de
comunicación y control social, los que ocupan la mayoría aplastante
de puestos en educación, los empresarios que viven a costa de los
presupuestos de la Generalidad; es decir, los que disfrutan la mayor
renta per cápita de Cataluña, en una palabra, los que mejor han
vivido y viven en Cataluña; ellos, precisamente ellos, se postulan
como víctimas de una España que nos roba y de unos colonos internos
empeñados en acabar con la cultura y la lengua catalanas.
¿Se
puede ser más impresentable? ¿Se puede decir a cientos de miles de
parados y mileuristas, la mayoría trabajadores del cinturón
procedentes de la emigración y mayoritariamente castellanohablantes
con los peores sueldos de la sociedad y ningún poder político, que
son un peligro para la lengua catalana, y sus familiares del resto de
España, vagos redomados que se pasan la vida en el bar viviendo a
costa del sudor de Cataluña?
Olvídense
de la morralla pluricultural, de la democracia de cartón piedra, de
la cohesión social a medida, a medida de su puto interés, de las
aulas de acogida de usar y tirar y toda su falsa tolerancia para el
NO-DO de TV3. Pura hipocresía, folklore humanitario. Que no falte un
negrito en la cabecera de la manifestación, ni un asiático de ojos
rasgados, somos la humanidad. Que no falte un discapacitado y un
exiliado de Lituania, de Escocia o de Quebec. Todo es falso. Aquí,
cuando han tenido oportunidad de demostrar su tolerancia, el respeto
al bilingüismo, la coexistencia con la bandera del “otro”,
imponen una lengua, prohíben otra y encima pasan por víctimas.
Cuando han tenido la oportunidad de amparar a los más castigados por
la crisis han recortado en políticas de empleo, en asistencia
social, en educación y seguridad social, han dejado de pagar a
farmacias, han congelado sueldos y se han apropiado de pagas extras.
¿Para qué? ¿Para apuntalar a los desahuciados, parados y enfermos?
No para seguir con sus gastos en la construcción nacional. Para eso
siempre tienen dinero. La gente ociosa se aburre. Y suele confundir
necesidades.
Toda la
Meridiana parecía lo que era, un parvulario. Se nota la mano de la
antigua comisaria lingüística, Carmen Forcadell. Era la obra de una
maestra de preescolar con sus cartulinas de colores, sus aviones de
recortes y la escenografía militar asumida como niños. Una sociedad
opulenta con tiempo para jueguecitos infantiles sin reparar en los
daños colaterales que puede provocar. Que ha provocado ya.
Mientras
tanto, en aquellos pisos de la meridiana que sirvieron de pantalla
para su demostración de fuerza, gentes sencillas, parados y
cabreados, como en tantos barrios de Cataluña, esperan un nuevo
trabajo, o su primer trabajo, esperan en las listas de espera de la
seguridad social, esperan y se desesperan. Ni un detalle, ni siquiera
una mención al pasar por delante de la plaza Tolerancia, en memora
de las 21 víctimas caídas bajo las bombas de ETA y los 43 heridos
en el atentado de Hipercor. Allí estaba Bildu, los amigos batasunos,
y muy posiblemente los 43.000 catalanes que les votaron días antes
del atentado en las elecciones europeas.
En
Cataluña, como en cualquier sociedad civilizada y democrática, debe
haber espacio para diversas ideologías. También para la izquierda.
En Cataluña no hay. Necesitamos un partido de izquierdas que nos
devuelva al menos la dignidad para luchar por un mundo más justo. De
personas, no de territorios. Una izquierda para vivir libres de tanta
manipulación emocional y tanta mentira patriótica. Que se dedique a
cosas tan sencillas como procurar trabajo, una educación eficaz y
una sanidad ágil y digna. Para todos. La emancipación social, antes
que ninguna otra cosa, fue la asunción de la propia alienación y la
capacidad para tomar conciencia de tal condición para salir de ella.
K.Marx denunció a la religión como el Opio
del pueblo. ¿Acaso es otra cosa el nacionalismo que
una sobredosis de opio identitario?
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