Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
William
Faulkner, en su novela The Reivers (publicada aquí bajo el título La escapada),
definía la inteligencia como la habilidad para adaptarse al entorno. Basado en
tal premisa, sostenía que la rata era el animal más inteligente de cuantos
conviven con el hombre. Decía: “Coloco primero a la rata sin el menor género
de dudas. Vive en tu casa sin ayudarte ni a comprarla, ni a construirla, ni a
repararla, ni a pagar la contribución; come lo que tú comes sin ayudarte ni a
cultivarlo, ni a comprarlo y ni siquiera a meterlo dentro de la casa; no te
puedes librar de ella; si no fuera porque practica el canibalismo hace mucho
tiempo que habría heredado la tierra…”.
Siempre he
pensado que Faulkner estaba muy acertado en eso de la inteligencia de la rata,
pero tenía mis dudas respecto a su ubicación en el ranking. El BOJA vino el
otro día a disiparlas. El BOJA dio a Faulkner la validación irrefutable. ¡Qué
grande es el BOJA! ¡Qué manantial inagotable de erudición! Salomón lo hubiese
envidiado.
Me encuentro
entre sus páginas a lo más granado de la nomenklatura funcionarial del régimen
-funcionarios de cámara- saltando de la secretaría general de la Agencia tal a
la secretaría general de la Agencia cual, como trapecistas del circo de
Manolita Chen (“acreditado artista del columpio”, bautizó a uno de ellos
el único viceconsejero decente que he conocido). Cobijados como ratas en las
cloacas de la bastarda administración paralela, plagada de ratas y cucarachas.
Adaptados al entorno… de corrupción. Corrompidos. Usufructuando sus treinta
monedas, sin ostugo ya de dignidad en sus médulas. Supervivientes
incombustibles. A cubierto de la luz (su pregonada Tramparencia) y de la
ética (“Si me comprometiera con la ética, no estaría trabajando aquí”,
dijo una de ellos). Los voy descubriendo entre las páginas del BOJA del mismo
modo en que se sorprende a las ratas cuando se retiran los trastos viejos en un
desván polvoriento. Ratas ilustrísimas.
No digo nombres
(es precisa la discreción, o la prevención, o el miedo, para sobrevivir en un
régimen como este). Lo aconsejaba mi amigo Pericles (q.e.p.d.) con su sabia
ironía grouchomarxista: "José Luis, no digas nombres...".
No abandonarán
nunca el barco; no se verán obligados a hacerlo, porque este régimen durará más
que ellos…y que nuestros nietos.
Es el sino fatal
de un pueblo acomodado a la servidumbre y la limosna.
(Publicado en el blog Ídolos y Llantos,
noviembre de 2016)
Seamos optimistas, quizás algún día llegue un experto exterminador de plagas....
ResponderEliminar