Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
Hace ya muchos
años en uno de los libros sapienciales de la Biblia –atribuido al sabio rey
Salomón- se ponía de manifiesto la tremenda inconsistencia de las cosas
mundanas: “…omnia vanitas”. También la mitología registró la evidencia, para
aviso y amonestación de los cándidos mortales.
La sentencia
alumbraba –por contrapunto- un fin trascendente: “…el hombre y la bestia tienen
la misma suerte…en nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad…
¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba…?”
Vivimos una vida
banalizada (“vanalizada” leí el otro día en una sentencia del Tribunal Supremo.
¡Oh, témpora…!) La moderna ingeniería social –con su ética del relativismo, el
pensamiento único y el correctismo político- está ganando la batalla del
adoctrinamiento de las masas. Los medios de comunicación de masas -¡qué cabal
el concepto!: masas”- se han encargado, por su parte, de convertir la vida en
espectáculo. Esa es su contribución y su papel en el modelo que se nos impone,
impregnado de totalitarismo hasta la médula.
Ya no hay
espacio para el individuo. Ni libertad. El poder ha invadido toda privacidad y
toda individualidad es encorsetada en el colectivismo. El poder –y sus medios
de comunicación de masas- dictan ya hasta los sentimientos. Todo es corrupción.
Nada queda ya íntegro. No hay espacio ni siquiera para el sufrimiento.
El sufrimiento
convertido en show. A nadie conmueven ya los dramas de los desdichados,
servidos como un plato más a la hora del telediario. Los cadáveres de los niños
sirven de entretenimiento a los ociosos y de reclamo publicitario a los
filántropos mercaderes de las ONGs. ¡ONG! Mienten hasta en el nombre estas
organizaciones mercantiles que alimentan sus burocráticas estructuras con los
fondos gubernamentales. La solidaridad ya no existe. Tampoco los voluntarios,
ahora mercenarios o, si acaso, necesitados trabajadores explotados por la
oligarquía filantrópica. Las burocráticas multinacionales de la filantropía han
corrompido la compasión. Espectáculo y negocio.
Y, por supuesto,
en la política encontramos lo peor. Si algo hay hoy en la política patria es
eso: frivolidad y espectáculo. Y negocio. Claro que para que hubiese nobleza en
la política sería preciso que los sujetos fuesen ciudadanos, no masa. La
democracia requiere ciudadanía soberana, no rebaño pastoreado. La democracia,
pues, no existe, al menos aquí. Es pura ficción, embeleco.
Y ya lo que nos
faltaba, el premio Nobel de literatura a Bob Dylan. ¿Qué quedará pronto que
ennoblezca lo humano?
Tal vez por eso,
cada vez me gustan más los perros.
(Publicado en el blog Ídolos y Llantos, octubre
de 2016)
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