Artículo de Luis Marín Sicilia
“Unos se afanan en culpar a los demás de la desgracia de cualquier
humilde, al tiempo que no se afanan con igual intensidad en buscar las vías
complejas de su remedio”
“Otros se quejan, contagiados por los separatistas, de ser las víctimas
que soportan el nivel de vida de otros más desfavorecidos”
“Para evitar la vuelta a la tribu, la actual sociedad angustiada debe
buscar la razón, los principios y la coherencia, como vacuna más eficaz para
huir del contagio”
En esta época caracterizada por no mantener sólidamente el rumbo determinado, el simplismo y los falsos doctores tienen el campo abonado para expandir tesis inconsistentes y dislates carentes de la más mínima racionalidad. Uno de esos desatinos es la insistencia, cada vez más generalizada, del uso conjunto e indiscriminado del masculino y el femenino para referirse a un grupo mixto, que se engloba en el plural neutro, y que constituye una de las mayores incorrecciones del uso del lenguaje.
Como dice la RAE, tales desdoblamientos son innecesarios y artificiosos desde el punto de vista lingüístico, ya que el uso genérico del masculino designa a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Solo cuando la oposición de sexos es relevante se justifica la contraposición: "el desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de la misma edad".
Tal incorrección, surgida del feminismo más cutre, está contaminando a sectores influyentes de la sociedad, lo que pone de manifiesto lo incómodo que resulta a muchas personas de relevancia y dignidad teóricas, no dejarse llevar por una sociedad líquida que pone en peligro su popularidad si no olvida la solidez de los principios, las convicciones y los conocimientos más elementales. Y se dejan llevar, para halagar a ese público adormecido, por ese deprimente y lacónico rosario de "niños y niñas", "ciudadanos y ciudadanas", "compañeros y compañeras" y un largo etcétera que acredita el contagio, la transmisión de unos sentimientos, simpatías, gustos, vicios y costumbres tan pueriles como improcedentes.
Pero más lamentable aún es el contagio que, en el campo abierto de la política, se está produciendo con lo peor y más deleznable del sentimiento separatista que anida en determinados sectores egoístas e insolidarios de la geografía española. Esa terrible enfermedad, que afecta a la fructífera convivencia de la ciudadanía nacional, está contaminando a sectores y personas que jamás hubiéramos sospechado que caerían en el desprecio a los demás que lleva implícita la epidemia separatista.
Que sea la izquierda más radical catalana la que hoy lidera el secesionismo en aquella comunidad es tan escandaloso como que el movimiento podemita esté alineado, sin ambages ni disimulos, con lo más reaccionario y deslegitimador de nuestra democracia que personifican los egoísmos nacionalistas vasco y catalán. Su actitud en la sesión solemne de apertura de la XII Legislatura confirma el repelús que le provocan las instituciones, empeñados en convertirlas en la sede de sus "boutades" y ridículos números circenses.
El disparate de auspiciar referéndums de autodeterminación en todas las Comunidades Autónomas, proclamarse poco menos que soberanistas en Aragón o Andalucía, definir a España como un estado plurinacional, que sería la muerte de la nación española, y otras lindezas que le permiten ir de la mano de Bildu, de la CUP y de cualquiera que discuta el orden legal establecido, solo puede buscar el desorden general que les permita reconstruir un orden nuevo que todos debiéramos saber de qué filosofía bolchevique estaría investido.
Pero el contagio de la enfermedad insolidaria, tan fácil de inocular en una sociedad líquida como la nuestra, tiene su expresión más cotidiana en ese afán por hacer hincapié en quienes son los que sostienen las necesidades de los más desprotegidos. Unos se afanan en culpar a los demás de la desgracia de cualquier humilde, al tiempo que no se afanan con igual intensidad en buscar las vías complejas de su remedio. Y otros se quejan, contagiados por los separatistas, de ser las víctimas que soportan el nivel de vida de otros más desfavorecidos.
No es lo mismo el mantra catalán del "España nos roba" que esa referencia de pasada hecha por la presidenta Cifuentes indicando que, gracias a los madrileños, se pagan sanidad y educación en Andalucía. Pero es cierto que hemos ido dejando abierta la espita de la insolidaridad aceptando, por comodidad de esta sociedad líquida, que se expanda la idea de que unos territorios costean las necesidades de otros, cuando lo único cierto es que son las personas, habiten donde lo hagan, quienes con sus impuestos hacen posibles las atenciones del Estado de bienestar.
El rigor intelectual y la razón debe abrirse camino en esta patria nuestra, porque con la deriva que estamos adoptando, no será de extrañar, no ya que vuelva el cantonalismo, el viva Cartagena, que por cierto gritan ya algunos. Lo que no va a extrañar, con esta deriva, es que los habitantes de los barrios altos empiecen a quejarse de que sus impuestos financien la sanidad, las pensiones y la educación de los de barrios humildes.
Hemos llegado a un nivel de irracionalidad, disfrazado de sentimentalismo egoísta, que estamos olvidando los principios que hicieron grandes a las democracias europeas en las cuales nunca se cuestionó la solidaridad interterritorial y el valor redistribuidor que tiene la fiscalidad que soportan las personas, físicas o jurídicas, con independencia del lugar donde residan.
Como dice Alain Minc, el germen del populismo tiene su base en el universo inestable actual que provoca reacciones primarias. Y con ello, el vértigo de lo desconocido, con un pretendido buenismo protector, alienta el retorno de las ideologías simples: tribalismo, integrismo y proteccionismo. Para evitar la vuelta a la tribu, la actual sociedad angustiada debe buscar la razón, los principios y la coherencia, como vacuna más eficaz para huir del contagio.
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