miércoles, 12 de octubre de 2016

Podemos decir

Artículo de Luis Marín Sicilia


“Los datos de la traición del ambicioso Sánchez a la propia idiosincrasia de su partido, y al mandato negociador en el que debía desenvolverse, se van conociendo entre el estupor de la gente mejor informada”

“Son muchos los que piensan que el mayor error del PSOE ha sido no poner en su sitio a quienes, desde su flanco izquierdo, le quieren birlar la representación mayoritaria de ese segmento social”

“La vehemencia del discurso de Iglesias, su osadía y arrogancia, tiene el mismo componente de chulería con el que se conducen los secesionistas catalanes en su reto al Estado”


Desde hace más de cinco siglos todas las potencias rivales de la nuestra hablaban de nosotros como "los españoles". El mayor imperio hasta ahora conocido fue la España de primeros del siglo XVI hasta finales del XVII. Actualmente, según datos oficiales del FMI, somos la duodécima potencia económica mundial y superamos en PIB a países como Holanda, Rusia o Australia. Pues bien, una caterva de indocumentados e insolidarios pretende desafiar nuestra realidad nacional con falsos argumentarios para rencorosos, disfrazados de esencias populistas que llaman democráticas.

Una vez más la demagogia se ampara en situaciones de crisis social y económica para hurgar en sus apetencias de poder, que encubren con cánticos a la pureza de la democracia directa (refugio histórico de todos los dictadores) y a un inexistente derecho a decidir. Radicales de izquierda junto a ambiciosos secesionistas desafían al Estado, de cuyas instituciones se sirven para traicionarlo. No resulta casual que sean los podemitas, que claramente abogan por romper el candado de la Constitución, quienes coincidan con lo más cerril, falsario, insolidario y oportunista del secesionismo catalán.

Con unos y otros estaba dispuesto Pedro Sánchez a presidir el Gobierno de España, en una maniobra orquestada y programada para cuando, sorprendiendo a sus propios conmilitones, no hubiera plazo para impedir el desafuero. Los datos de la traición del ambicioso Sánchez a la propia idiosincrasia de su partido, y al mandato negociador en el que debía desenvolverse, se van conociendo entre el estupor de la gente mejor informada.

La situación actual, después de la forzada dimisión de Sánchez, augura, si el PSOE, como parece, recobra su alto sentido de Estado, un período de clarificación lo bastante rotundo para que a populistas y secesionistas se les caigan las caretas sobre sus verdaderas intenciones. Si se forma Gobierno, y gracias a la política de pactos y diálogo sobre las cuestiones básicas, es de esperar que se ponga freno sin demora al desafío de las instituciones catalanas, para, entre otras cosas, defender a los propios catalanes de la conducta arbitraria de quienes les rigen, dejando claro que unas instituciones que hacen del incumplimiento de la ley su razón de ser, no pueden pretender que la ciudadanía secunde sus desafueros.

Respecto al populismo quizá haya llegado el momento de que el PSOE marque las distancia que lo separa de la izquierda radical populista que lidera Pablo Iglesias, ese genio que se declara preparado para ser la oposición porque, dice, que los socialistas y los de Ciudadanos son partidarios de la restauración y van a hacer presidente a Mariano Rajoy.

Son muchos los que piensan que el mayor error del PSOE ha sido no poner en su sitio a quienes, desde su flanco izquierdo, le quieren birlar la representación mayoritaria de ese segmento social. En primer lugar, Iglesias pretende ser oposición no al Gobierno sino al propio sistema, cuyos candados pretende hacer saltar. Así se explica que hoy esté ausente de los actos de la Fiesta Nacional, que no acuda a la audiencia real o que, en su día, no firmara el pacto antiterrorista. El esmoquin lo deja para la gala del cine, su activismo para entenderse con los secesionistas de todos los colores y su gestión política no va más allá de bendecir los cambios del nomenclator callejero.

La única obsesión de Pablo Iglesias es la polarización de la política y su lenguaje el de las trincheras, los asaltos y dar miedo. Rezuma odio, revanchismo, exaltación, cólera y furia y, como bien se ha dicho, la agresividad de su mirada lo delata. Como dice Iñaki Ezquerra, "lo alarmante de Iglesias es que no se calla". Es un parlanchín "empeñado en tener respuestas para todo, sin importarle que estas sean frívolas, superficiales, banales y hasta contradictorias". Lo suyo es el tópico cargado de teatralidad con la pícara intención de abducir a lo que él llama la gente.

En realidad estamos ante un neocomunismo que, como siempre ha hecho tal doctrina, se disfraza electoralmente para que no la descubran. El catedrático de Ciencia Política, el izquierdista Ramón Cotarelo, maestro de Iglesias, Errejón y Monedero, ya dijo que la estrategia política de Podemos "responde a una operación de camuflaje de su verdadera ideología comunista para no asustar al electorado". El camuflaje del nombre comunista es una constante en sus apariciones electorales (eurocomunismo, Izquierda Unida, Podemos,...) conscientes del escaso respaldo de tal doctrina, la cual nunca ha ganado unas elecciones si comparece con su nombre.

Que Pablo Iglesias es simplemente un activista puro lo acredita él mismo cuando dice que "las instituciones son fundamentales cuando gobiernas, pero cuando no gobiernas se corren muchos riesgos si no mueves la calle". O sea, las instituciones sirven si mando yo. De lo contrario hay que mover la calle. Comunismo puro, hasta el extremo que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha puesto en marcha, con dinero público, una comisión activista con el nombre de "Guerrilla de la comunicación".

La vehemencia del discurso de Iglesias, su osadía y arrogancia, tiene el mismo componente de chulería con el que se conducen los secesionistas catalanes en su reto al Estado. Unos y otros deben saber que la nación más vieja de Europa no les compra su discurso con el que pretenden encubrir la inseguridad y la frustración de comprobar que el sistema democrático se basa en el respeto a la legalidad vigente, esa que unos y otros pretenden violar sistemáticamente.

Cuando el 14 de enero de 2013 la Casa Blanca contestó a la petición de Texas sobre el derecho a decidir respecto a su independencia de la Unión, lo hizo con la rotundidad que ya había utilizado en otras siete solicitudes similares: "EEUU es una unión permanente, indestructible y perpetua" donde no existe tal derecho. España, con 284 años de historia más que EEUU, no puede seguir flirteando con entelequias e infracciones legales como las que se vienen sucediendo.

Por ello podemos decir, y decimos, que antisistemas, podemitas y secesionistas son un conglomerado de intereses, un batiburrillo ideológico, para los cuales España son 17 naciones en su imaginario Estado plurinacional. Puestos así, ¿por qué no 27 o 37? Solo hay que dejar que cada cual ejerza su "derecho a decidir" para volvernos locos con los nuevos "reinos de taifas".

En realidad podemos decir, y decimos, que esta gente, tan pagada de sí mismos, son una panda de iniciados que se creen maestros, cuando a lo más que llegan es a aprendices de brujo. ¡Y eran los compañeros de viaje de Pedro Sánchez! Así se explica la rotundidad conque los suyos le cortaron las alas, al haber negociado, en contra de su mandato, con quienes pretenden acabar con el sistema de libertades que todos los españoles nos hemos dado para regular nuestra convivencia.




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