Artículo de Paco Romero
“En una sociedad tan puritana -y progre a la vez- como la
norteamericana, capaz de engullirse el escándalo Lewinsky en
las personas de Bill y de Hillary, los escasos
segundos emitidos de una conversación privada de hace 12 años parecen haber
dictado la sentencia de muerte de Donald”
“Algo parecido ha ocurrido con los colombianos, cuya
valerosa decisión ha sido desairada, incluso burlada, por el Comité Noruego del
Nobel al otorgar tan “acreditada” distinción al inquilino de la Casa de Nariño”
“Si la megalomanía es un 'trastorno mental que padece la persona que se
cree socialmente muy importante, poseedora de enormes riquezas y capaz de hacer
grandes cosas', parece claro que Trump no la sufre”
Ha querido el destino que el “Nobel de la Paz” al presidente
Juan Manuel Santos haya coincidido en el tiempo con la filtración de unas
palabras tan machistas como de pésimo tono mencionadas en una conversación
privada por el aspirante republicano a la Casa Blanca, Donald Trump.
“Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerles cualquier
cosa” es una de las polémicas expresiones que han trascendido -y no la más
soez- de las recogidas en un video de 2005 que The Washington Post ha
hecho público en la recta final de la campaña electoral por las presidenciales
y en el que el candidato republicano se refiere a las mujeres con
descalificativos y en términos denigrantes.
En el penúltimo debate de las presidenciales del domingo, sin embargo,
la cuestión se abordó de pasada siquiera fuera porque Trump (“lo mío fue una
conversación de vestuario, lo de su marido acciones”) había comparecido ante la
prensa una hora antes junto a cuatro mujeres que acusaron a Bill Clinton de
acoso sexual.
El episodio ocurrió cuando en compañía de un presentador televisivo se
desplazaba en autobús para grabar un capítulo de la telenovela Days of Our
Lives donde aparecía, igual que en otras producciones de ficción menores,
como artista secundario.
Parece claro que al numeroso grupo de correligionarios republicanos que ya ha anunciado que no votará por él (otra cosa es lo que digan los 250 millones de ciudadanos norteamericanos el próximo mes) se une ahora el de mujeres y hombres ofendidos a sumar al implacable ejército del feminismo militante. En una sociedad tan puritana -y progre a la vez- como la norteamericana, capaz de engullirse el escándalo Lewinsky en las personas de Bill y de Hillary 19 años después, sin necesidad de dosis extras de Almax, los escasos segundos emitidos de una conversación privada de hace 12 años parecen haber dictado la sentencia de muerte de Donald. Más cuando se asegura que en los próximos días se conocerán más audios similares.
Algo parecido ha ocurrido con los colombianos, cuya valerosa decisión
del pasado 2 de octubre de tirar por tierra “la paz del corral” diseñada en La
Habana por Santos y la FARC, ha sido desairada, incluso burlada, por el Comité
Noruego del Nobel al otorgar tan “acreditada” distinción al inquilino de la
Casa de Nariño. Solo el coraje de su gente evitó que el desprecio fuera aun
mayor si, como apuntan fuentes generalmente bien informadas, el
premio había recaído también en las personas del terrorista Timochenko y de
Castro, anfitrión del fallido acuerdo de paz.
Bien es cierto que el prestigio de los Nobel de la Paz comenzó su caída
libre desde que Kissinger o Arafat, Al Gore, Obama o Carter, empapelaron las
paredes de sus bibliotecas con lo diez millones de coronas suecas que les
endilgó -igual que ahora- el comité ahora presidido por la señora Kullmann, exministra
de Comercio y, en su virtud, consejera de la petrolera estatal noruega Statoil
con intereses en aguas territoriales colombianas en El Caribe, para más señas y
sin que, naturalmente, venga a cuento...
Para colmo, éramos pocos y a renglón seguido va la abuelita Maduro
y pare -lo que es una contradicción en sí mismo- el Premio Hugo Chávez de la
Paz, sugiriendo, es decir concediendo de facto, la candidatura a tal distinción
de Vladimir Putin, un gran favorecedor de la paz como todos, y
particularmente en Donetsk y Alepo, sabemos.
Volviendo a
Trump, las desafortunadas
palabras del candidato a habitar el 1.600 de la avenida de Pensilvania no son
más que una pomposa redimensión de la erótica del poder. En su
sexta acepción, “erótico, ca” es para la RAE “atracción muy intensa,
semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero, la fama,
etcétera”. Parece, pues, todo inventado: El poder -es innegable- engendra
seducción y apego. Trump, pretencioso, fanfarrón, extremista, como todo en él,
lo único que hizo hace una docena de años y ahora se ha sabido fue exteriorizar
lo obvio, vanagloriarse de los logros, mercedes, provechos y beneficios que el
poder, incluso en cuestiones íntimas, le pone en bandeja.
Hablan los psicólogos de la doble vertiente de la erótica
del poder: por un lado, la atracción y excitación que sienten los poderosos
al ejercerla y, por otro, la que siente el resto de mortales hacia aquellos, a
los que ven -por lo que son o representan- como objeto de deseo.
Tan es así que el anteriormente mencionado secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, individuo a simple vista absolutamente anodino, salvo mejor criterio de las damas, reconocía que "el poder es el último afrodisíaco".
Si la megalomanía es un “trastorno mental que padece la persona que se cree socialmente muy importante, poseedora de enormes riquezas y capaz de hacer grandes cosas”, parece claro que Trump no la sufre: simplemente el hecho de vanagloriarse de todas ellas le retrata como primer actor de la erótica del poder, como sujeto activo de tales excitaciones y pasivo de los fervores de atracción que, tristemente para los “tiesos”, la ciencia reconoce hacia los poderosos... por si ya no tuvieran bastante.
Quizá los endiosados en este sentido sean nuestro más
cercanos archipámpanos que, con los mismos remilgos y alharacas del yanqui, sin
que el feminismo imperante hiciera acto de aparición, balbucearon aquello de “…
y encima sigue guapa, la de las tetas gordas, no malota sexualmente, relación
fuerte personal, chochito de oro, Zapatero con faldas, etc.”. Ellos,
aunque solo posean “la mitad del cuarto” de lo de Trump, han disfrutado
-algunos siguen haciéndolo- de la erótica del poder ante el silencio
cómplice de sus compañeros y compañeras de pesebre, los mismos que ponen el
grito en el cielo a cuenta del magnate .
Tendría gracia que, finalmente, las múltiples y acreditadas razones para que semejante personaje no ocupe nunca el Despacho Oval decayeran merced a un par de exabruptos dichos en una conversación privada.
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