Artículo de Rafa G. García de Cosío
La política llega a la plaza, se remanga la
blusa y empieza a gritar consignas: ''Queremos ser un país completamente
soberano e independiente […] esto es una revolución tranquila […] y somos el
partido de los trabajadores humildes''. Antes de cerrar el mítin, en el que
mimó a los ''débiles más ignorados'', la política concluye que, para una
sociedad más justa e igualitaria, es necesario reforzar el poder del Estado, al
que considera ''fuerza'' de lo bueno. ''No hay que servir a los intereses de
los privilegiados, sino a los de todos''.
Le resultan a usted estas proclamas como
propias de una independentista? De una podemita? Acaso, como poco, salidas de
una socialdemócrata? Pues se equivoca. Estos lugares comunes intervencionistas
salieron esta semana de la boca de Theresa May, primera ministra 'tory' del
Reino Unido, en el Congreso celebrado por los conservadores británicos.
Por si fuera poco grave ya que el liberalismo
sea desterrado del propio país donde nació (Adam Smith) y se extendió (Margaret
Thatcher), ahora contemplamos en España cómo su hasta hace dos minutos
considerada máxima exponente, Esperanza Aguirre, se lanza incondicionalmente a
los brazos de los precursores del Brexit. En una entrevista en Papel (El Mundo)
esta semana, la lideresa madrileña mostró abiertamente su apoyo a los tories
independentistas porque ''Bruselas los ha ignorado'' en sus negociaciones para
obtener un trato privilegiado para las islas.
Hay que recuperar a los fractales
Todo esto del trato diferenciado y de
territorios soberanos, tema probablemente más discutido hoy en día en Europa en
cualquiera de sus vertientes (regional o nacional), me ha transportado a mi
primera clase de Periodismo en la Universidad de Sevilla, allá por septiembre
de 2006. Nunca olvidaré aquella lección de Ismael Roldán Castro, actor,
licenciado en Física, doctor en Ciencias de la Información y profesor de Teoría
de la Comunicación, la asignatura que estaba impartiendo. El tema de aquel día
fueron los denominados fractales, algo a lo que no veía sentido entonces, pero
que hoy cobra gran importancia en cualquier faceta de la vida, y cómo no
también en política.
Si acuden a la definición de fractal en
Wikipedia, esta lo define como ''objeto geométrico cuya estructura básica,
fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas''. Efectivamente, el
gran profesor Ismael Roldán (fue el único que me incitó a pensar en la
Hispalense, junto con Pilar Bellido) nos invitaba a tener en cuenta que, al
fijarnos en la punta de un fractal, éste se reproduce de manera infinita, dando
como resultado la aparición sin fín de nuevos fractales.
Los nacionalismos son así, si se fijan bien.
Cuando Esperanza Aguirre apoya a los independentistas británicos ''porque los
burócratas de Bruselas no escuchan'', no sólo está dando la razón a nuestros
nacionalistas patrios en Cataluña, también está proponiendo que la solución a
todos los problemas políticos sea la independencia o separación de un ente que
no escucha (incluyendo su anteriormente gobernada Comunidad de Madrid). Es la
ideología redentora del siglo XXI que si Leganés se siente maltratada por la
Comunidad, pueda proponer su independencia? Cuánto duraría una Cataluña
independiente, si, como todo el mundo sabe, hay una brecha insalvable entre la
fuertemente industrializada Barcelona (mayoritariamente constitucionalista, por
cierto) y los abandonados pueblos y veguerías? El fractal es interminable.
En vez de este disparate, lo bueno sería que
se lanzaran debates a la sociedad. Poco se ha hablado en los medios de
comunicación europeos sobre las multimillonarias ayudas que los agricultores y
granjeros de Gales reciben de la Comisión Europea. La prensa ha preferido fijar
sus objetivos en el llamativo autobús fletado por el estrafalario Boris Johnson
con los millones de libras que, supuestamente, pierde Reino Unido con su
pertenencia a la UE.
Pero no se crean que esto es algo que se pueda
apreciar sólamente en política. Hay algo eternamente irritable a cada final de
la Liga de fútbol, año tras año. Todos los medios se vuelcan en criticar a los
técnicos de los tres equipos que, según el reglamento, tristemente descienden a
Segunda. Gente como Theresa May o Esperanza Aguirre tendrían una solución fácil:
reducir el número de equipos de Primera División a 17, para poco después darse
cuenta de que no tiene gracia jugar en una liga donde ningún equipo es premiado
y ninguno castigado.
Eso es Europa, un continente donde pocos
soportan que haya ganadores y perdedores. Pero sobre todo, un continente donde
los ganadores no entienden que han de pagar un precio. Si Cataluña se considera
más rica que las demás regiones españolas, quizá sería hora de que se
preguntara gracias a quién son más ricos. Con algo de reflexión entenderían
que, aquellos a los que demonizan, los españoles (de fuera de Cataluña, se
entiende), son sus principales clientes. Lo mismo ocurre en el Reino Unido que
ahora muestra signos de estancamiento económico y un debilitamiento de la libra
nunca visto en tres décadas: sin esos polacos que se ocupan de los mayores, y
sin esos enfermeros de todas las partes de la Unión Europea, los británicos
temen encontrarse ahora con un país menos competitivo y con más falta de mano
de obra.
Los fractales son vitales para entender con
qué se juega en cada momento.
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