Artículo de Rafa G. García de Cosío
No cabe duda de que Juan Ramón Rallo es un
economista brillante. Y no sólo su competencia, valentía y capacidad de
comunicar son admirables: también la capacidad de haber encantado, en el
sentido mágico del término, a los dirigentes de La Sexta para poder exponer con
tanta frecuencia los postulados liberales aparentemente demonizados en esta
cadena.
Juan Ramón Rallo es una persona interesante
porque parece como si toda su vida girara en torno a la economía, e incluso se
fuera a la cama con su traje y corbata. En realidad, no está nada mal. Por fin
un tertuliano en España que no se atreve a hablar de absolutamente todo. Sin
embargo, hay veces que sí habla de temas no necesariamente relacionados con la
economía (por ejemplo, la inmigración), aunque siempre y sin excepción,
cualquier cosa de la que hable termine desembocando en el liberalismo económico
y sus ventajas.
Esta semana, con motivo de la Fiesta Nacional
del 12 de octubre, Juan Ramón Rallo ha ido demasiado lejos. En las entradas de
Facebook que les muestro a continuación, puso en cuestión la nación española (y
cualquier otra nación existente o nacionalismo) para armarse en sus argumentos
contra su mayor enemigo: el Estado como ente confiscatorio.
Como ven, en sus comentarios, Rallo
deslegitimaba la existencia de cualquier nación porque, según el economista, la
pertenencia a tal grupo tan sólo es 'accidental'. Al hacer esto, Rallo
desprecia diversas consideraciones.
La primera, que si bien no podemos estar
orgullosos de haber descubierto América (esto es cierto: los españoles de hoy
no hemos colonizado América como tampoco los alemanes de hoy han gaseado a
ningún judío) al menos sí deberíamos poder celebrar que lo hayan hecho nuestros
tatarabuelos; es más, deberíamos poder celebrar que hace 500 años esos
marineros (sobre todo andaluces y vascos) lograran extender el uso de una
lengua que hoy es la segunda más importante del mundo, por mencionar solo un
hito cultural. De lo contrario, Rallo estaría sentando un precedente para que
nuestros hijos no pudieran celebrar no ya el ascenso de un padre: tampoco su
cumpleaños. Total, el que nace es él, no yo.
La segunda, que cuando Rallo ataca el concepto
de nación, está enfrentándose a otra forma de contrato de los que él defiende:
el de asociación. Pues no hay que remontarse al grito de Argüelles (españoles,
ya tenéis patria!) de 1812, sino a la relativamente reciente Constitución de
1978 (defectuosa, sin duda, pero en vigor) para entender que España es una
nación porque así lo establece el marco de la Carta Magna.
Por último, si Rallo persistiera en negar la
existencia de un concepto tan polémico como el de nación, no solo estaría
enfrentándose a todo un mundo que lo utiliza con total naturalidad en otros
países (Francia, Alemania, Estados Unidos, etc), sino que daría vía libre a que
un país distópico con 46 millones de naciones, en vez de habitantes, lo tuviera
verdaderamente difícil para entenderse, aunque al final lo lograrían, pues las
naciones de hoy no son sino herencias de las tribus de ayer. No obstante, cómo
llegaría Rallo a los platós de la Sexta si de su casa a los estudios de la
cadena la carretera fuera continuamente cortada para pasar por 30 o 40 aduanas
y peajes distintos, cada uno de ellos operado por una nación distinta?
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