Artículo de Manu Ramos
Lo bueno que tiene la desfachatez secesionista en Cataluña es que sirve como contraste de la incoherencia y contradicción del régimen político actual. La reacción (o la falta de ella) ante los hechos delictivos que se perpetran en aquellas tierras, habida cuenta de que se atenta contra la unidad de España, retrata claramente la falsedad de la “democracia que nos hemos dado” y la “modélica transición” “que tanto trabajo nos ha costado”.
Tras los sucesos de Badalona el 12 de octubre se han producido algunas declaraciones que, como es normal, intentan explicar las razones por las que se ha llevado a cabo el acto político en el ayuntamiento de la citada localidad. José Téllez, teniente de alcalde, rompió el auto del juez que le conminaba a no abrir el ayuntamiento el día de la fiesta nacional. Adujo que ejercía su “derecho a la representación política”. Al igual que la palabra “democracia”, el concepto “representación” se usa con una facilidad y poco conocimiento que desafía a la paciencia de cualquier mente que piense.
¿Qué entenderán los españoles por “representación”? Siempre me lo pregunto cuando escucho a alguien emplear esa palabra. Los que siguen votando creen que el partido, así en bloque, les representa. Que tienen como una bandera de principios (que no cumplen nunca) y que ese estandarte lo lleva una masa amorfa y homogénea: todos a una, Fuenteovejuna. El caudillismo, la falta de vida de la sociedad civil, la mentalidad de esclavo... todo ello empuja al españolito a dejarse llevar por esa tendencia totalitaria de la masa. Se convierte, como expresó Ortega y Gasset, en el hombre-masa. El partido es el partido-masa. Es el caldo de cultivo perfecto para el fascismo. Si hubiera de verdad un líder decidido y coherente con su ideología arrastraba a las masas tras de sí. Por eso Pablo Iglesias quiere dar la impresión de que es un diputado que muerde. Porque se lleva a los votantes de calle si llegan a creer que es alguien honesto y comprometido con sus ideas.
Pero volvamos a la palabra: representación. ¿Qué tipos de representación puede realizar una persona?
1. Legal: tanto en el derecho civil, penal, administrativo o procesal existe la representación ajustada a unos límites y obligaciones que tiene sus raíces jurídicas incluso más allá del derecho romano.
2. Teatral: consiste en la interpretación, por parte del actor, del personaje de una obra.
3. Política: aquella que ejerce un individuo en un puesto político.
Todas las demás representaciones que usted pueda estar pensando se incluyen en los tres tipos de representación que he enumerado, siempre que sea una persona la que representa a otra persona o a una cosa. De hecho, es curioso comprobar cómo en el derecho romano no se concebía que una persona pudiera representar a otra persona. Las personas no eran sustituibles. Así que se inventó el concepto de “procuratio in rem suam”, es decir, la representación no del individuo sino de la propiedad del individuo.
Como lo que nos interesa es la representación política, apelamos al concepto fundamental de representación: hacer presente lo que no está presente, re-presentar. En política, lo que se maneja es el poder, así que los políticos lo que están es empleando un poder delegado por el verdadero poder, el soberano. Antes el soberano era el rey, ahora dicen que es el pueblo. Pero el pueblo no es un señor o una señora que podamos encontrarnos en el bar. El pueblo es una cosa abstracta e informe que no puede hablar o manifestarse. Algunos pensaban que Franco era la voz del pueblo, los caudillistas. Hoy muchos piensan que el partido es la voz del pueblo. Algo así como partir a Franco en varios franquitos y que cada uno tenga su “voz del pueblo”. Igual de absurdo. Desengáñese, el pueblo no tiene “voz”. En la sociedad vivimos millones de individuos que muchos no tenemos claro ni siquiera qué ropa ponernos por la mañana. Huya, por tanto, de todos aquellos que se arrogan ser la “voz del pueblo”.
Un representante es un procurador. Una persona que tiene un mandato, el de hacer presente al representado, haciendo valer lo que este le da mediante dicho mandato. Esto, que parece tan sencillo, se confunde con el partido. Los españoles votan partidos y un partido no puede recibir un mandato pues no puede responder si falla. Por la gürtel habría que meter a todo el PP en la cárcel, porque como partido ha fallado. Todo el PSOE debería haber sido encarcelado por la corrupción de los años 90. No es ninguna tontería lo que digo, es lo que se hace cuando se pilla a un representante cometiendo corrupción. Por lo menos se le elimina del cargo.
El engaño de la representación proporcional, propia del Estado de partidos como el actual, elimina en realidad todo signo de representación. El elector, en su distrito, tiene que decantarse por una persona a la que pueda llamar a su puerta para pedirle, aconsejarle, criticarlo, apoyarlo o sustituirlo. Eso no se puede hacer con un partido político. Estos órganos del Estado son entes como la iglesia o el ejército. Por mucho que la pifien, si son suficientemente grandes no hay quien los quite o castigue.
Luego están los que dicen que hay que hacer muchos referendos y consultas populares: la democracia directa. Carmena, que cree que tenemos democracia representativa, apela a una solución que valía a duras penas para la Atenas de Pericles. Consultas sobre temas puntuales siempre están bien, pero la política no puede dirimirse mediante constantes preguntas a los ciudadanos. La política es una síntesis de lo que ocurre encaminada a tomar decisiones. Es imposible que contingentes humanos tan enormes como los 45 millones de españoles se puedan gobernar por democracia directa. Quizá una comunidad de vecinos, una asociación, pero es impracticable a tan gran escala. No se puede “hacer presente” al pueblo en una asamblea. ¿Dónde nos reunimos 45 millones de personas? ¿cuántos campos de fútbol harían falta?
Hechas estas aclaraciones muy por encima ¿tenemos representación política en España? Evidentemente no, y no porque lo diga yo sino uno de los hacedores del modelo de constitución/carta otorgada que valió para la Europa post Segunda Guerra Mundial: Gerhard Leibholz. Según este jurista, en el Estado de partidos no existe representación política pues el propio partido “integra a las masas en el Estado”. Es, por tanto, un modelo de integración no de representación. Y esa ficción perniciosa para el ciudadano, dando el poder político enteramente al partido, es lo que hace que nos sintamos impotentes ante tanta corrupción. No podemos elegir a nuestro representante y, por tanto, seguimos con los mismos partidos. Da igual que dentro de cada partido cambien a las personas. Podemos estar seguros que el interés que perseguirán será siempre el interés de partido, no de los ciudadanos.
Así que el “derecho a la representación política” al que apelaba el teniente de alcalde Téllez (eso de “derecho a” no lo comprendo, pero bueno) es completamente ilusorio. No se elige más que representantes de partido, previamente puestos en las listas por el propio partido. Es como si nos dieran a elegir el representante comercial de una marca que luego nos vendiera sus productos. Previamente esa marca seleccionaría a los individuos que considerase mejores para defender no a los consumidores sino a la marca. Pues igual ocurre con ese sistema electoral.
La frustración de muchos viene muchas veces porque, con cara de resignación, piensa: bueno, alguna culpa tendremos ya que los hemos elegido. La culpa no está en haber elegido, pues no se elige tal y como ha quedado demostrado. La culpa está en el simple hecho de votar y dar legitimidad a este sistema electoral.
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