Artículo de Rafa G. García de Cosío
En Ruanda aún
sobrecoge bajar a la cámara de la iglesia de Ntarama y caminar entre
estanterías repletas de cráneos de 10.000 tutsis masacrados por hutus: en total
murieron un millón
"El problema de África es la guerra", dice Claudi,
un ruandés de 28 años que aparenta 15 y conduce su Mercedes con extrema
precaución.
"Pasó hace mucho tiempo, pero me acuerdo muy bien.
Tengo bien guardado en la memoria el día en que tiraron una granada por la
ventana y mataron a mi madre".
El taxista continúa: "mi hermano llegó al hospital
herido y el médico le dijo que tenía cáncer en la pierna (Claudi dice cáncer
refiriéndose a una gangrena) y se la amputaron". ¿Y tu padre? Le pregunto.
"Murió poco después en un accidente de tráfico".
En Ruanda, quien no tiene una madre o un padre muerto en un
genocidio o un accidente de coche, es considerado una rara excepción.
¿Cómo empezó todo? Me lo pregunto porque en gran parte del
mundo tenemos cierta ignorancia respecto al genocidio, más allá de haber oído
algo de hutus y tutsis en la emblemática película 'Hotel Ruanda'. Claudi lo
explica, no sin pararse antes a buscar las palabras exactas. Tarda algo más de
lo normal porque además es tartamudo: "Alguien a comienzos de los años 50
llamó tutsis a los que poseían vacas". Es decir, los acaudalados. Siempre
la envidia.
Oliver, nombre inventado de mi guía en la iglesia de
Nyamata, donde 10.000 tutsis fueron violados y masacrados en abril de 1994,
confirma que hay escasas diferencias étnicas entre hutus y tutsis. "Los
hutus tienen la nariz más ancha que los tutsis, pero no siempre es así. Hay
hutus que también la tienen más pequeña. En la masacre murió gente de ambos
bandos".
¿También bebés? "Mataron a gente de todo tipo", se
limita a contestar Oliver, mientras alza sus brazos en señal de desesperación y
continúa caminando entre restos de ropa vieja tirados, dos décadas después, por
los bancos de la iglesia.
Apunta a una estatua de la virgen María, cuyo hombro
izquierdo fue alcanzado por un disparo y cayó. "Esta estatua tiene también
la nariz pequeña. Y la atacaron". Oliver lo dice con una sonrisa ladina,
con la mirada incrédula perdida en el altar, para concluir: "y no es ni
siquiera negra. La trajeron del Vaticano". Una clara prueba de la locura
desmedida de los hutus.
En el patio trasero de la iglesia, tres depósitos bajo
tierra guardan los huesos y calaveras de los 10.000 masacrados en aquella
parroquia (en total fueron un millón). Al bajar a la cámara y caminar entre
estanterías repletas de cráneos y fémures, el olor a madera vieja y el silencio
atronador atrapan al turista en una oscuridad más propia de película de terror.
Pero no es una película. Para digerir la realidad, el
turista tiene que imaginarse que está en un museo arqueológico de una era que
no le atañe. Aunque hayan pasado poco más de dos décadas y nadie sepa cuándo
podría empezar otra guerra. Claudi ya sabe a qué huele.
(Publicado en el El Correo del Golfo,
septiembre de 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario