Artículo de Paco Romero
Rafael Casanova, una
suerte de caudillo independentista para mentes enfermas, en realidad fue un
patriota defensor de la unidad española
Para Julia Otero con las calles llenas de
independentistas la ley no puede ser la única respuesta
Su propia existencia
se reduce a demandar, exigir, reclamar... Sin nada que reivindicar solo les
restaría ponerse a trabajar y eso ya cuesta un poquito más por muy catalanes
que se consideren
Anteayer -otro 11S- las calles de las principales ciudades
de Cataluña volvieron a colmarse, aunque menos, de nativos, charnegos y
conversos a partes iguales para reivindicar “un futuro libre y mejor para
nuestro pueblo”.
Cuarenta años después de la primera Diada, con el
cadáver del Generalísimo gloriosamente derrotado por la granítica
losa del Valle de Cuelgamuros, ni la parafernalia es la misma, ni los lemas han
cambiado en exceso: Entre aquel “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”
del 76 y este “A punt” del domingo, festejado como el último antes de
la independencia, una pella de millones sisados, cuando no saqueados a
“punta de pistola” en forma de constante amenaza (ahora anuncian “elecciones
constituyentes” tras la Diada de 2017 y otro referéndum); unos cuantos pellones
de euros (y engordando) de todos los españoles para rescatarles de la quiebra;
alguna olimpiada que otra; varias ligas amañadas; infraestructuras de primer
nivel... Todo ello obra suprema de muchos: de rufianes governs regionales,
de sus consentidores, acaponados e inútiles gobiernos monclovitas y de una
troupe de españolitos -¡otra de gambas!- más preocupada por el bronceado
playero -o, en su defecto, de montaña- que por su inmediato futuro.
La fatuidad llevada al extremo se ha vuelto a vislumbrar en
la ofrenda floral ante la estatua del conseller en cap de 1714 Rafael
Casanova, una suerte de caudillo independentista para mentes enfermas muy
distinta y distante del verdadero patriota y defensor de la unidad española que
en realidad encarnó. Solo faltó que el Molt Honorable, a sus pies,
hiciera suya las palabras pronunciadas hace 302 años por el homenajeado: "(…)
salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que
espera a los catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés;
derramar la sangre gloriosamente por el rey, por su honor, por la Patria y por
la libertad de toda España".
En do menor (y perennemente sostenido) personajes
públicos, catalanes para la galería y madrileños españolísimos
cuando de plata se trata, avivan el fuego del descontento seguramente en la
alocada búsqueda de un cada vez más próximo retiro de ensueño en el estanque
dorado barcelonés. Entre otros, es el caso de la comunicadora Julia Otero
que ha argüido -y se ha quedado tan pancha- que con las calles llenas de
independentistas la ley no puede ser la única respuesta. ¿Persiguen,
pues, sus palabras una respuesta al margen de la ley?
Si aceptamos que las calles llenas, las grandes
manifestaciones, proclaman signos de identidad a respetar necesariamente, incluso
contra natura o contra legem, mal vamos y la fototeca nos ofrece
múltiples ejemplos. Valga contemplar las calles de Berlín de principios de los cuarenta,
las de Pionyang ahora, o la plaza de Oriente en los setenta.
El independentismo ha convertido la cuestión catalana
en un mantra mil veces repetido que deja en pañales al día de la marmota,
tanto que, si de verdad persiguen la independencia, lo tienen bien fácil,
además usando la legalidad: oferten al Estado una propuesta de referéndum pactado
donde todos los españoles expresen su opinión. Con toda seguridad y sumo gozo
apreciarán que el pírrico 49 % de adhesiones que disfrutan en Cataluña se
acerca al 90 % con la participación de todos, de todas y de todes. ¡Anda
y que os vayan dando…!
El gran inconveniente es que no descansan porque su propia
existencia se reduce a demandar, exigir, reclamar... Sin nada que reivindicar
solo les restaría ponerse a trabajar y eso ya cuesta un poquito más por muy
catalanes que se consideren.
Si tras este undécimo desafío con fecha de caducidad
impresa, la inmensa mayoría del hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo (léase
PP, PSOE, C's y las habas contadas del Grupo Mixto) no logra un mínimo de
acuerdos que ponga fin a esta borrachera de ensoberbecidos pagada por todos a
escote y afronte los perentorios problemas que España tiene en el horizonte,
habrá llegado el momento de exigir a cada uno de los 350 sujetos que lo
integran la oportuna responsabilidad, y no solo política.
La actuación de un gobierno fuerte
respaldado por la sociedad española, sin más dilaciones, ha de llegar de la
mano no solo de la ley, que ha de seguir siendo el arma principal, sino del
pensamiento solidario hacia el conjunto de catalanes -charnegos
incluidos- que, abandonados a su suerte por su propio inmovilismo y por la
inacción del resto del Estado, no quieren eso, permanecen secuestrados en su
particular Síndrome de Mollerusa y viven acogotados y subyugados por el miedo a
los camisas pardas de nuevo cuño, esos fantasiosos románticos de una
Cataluña independiente que nunca existió, ni existirá.
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