Artículo de Luis Marín Sicilia
“El hombre de la calle se sienta ante el televisor y comienza a ser
asaeteado por un sinfín de mantras y de improperios dirigidos por unos
políticos a otros”
“Estamos bastante cansados de palabras sugerentes como corrupción y
regeneración, las cuales solo sirven para desacreditar al adversario”
“Si el interés del país exige sacrificios personales, llévense a cabo,
pero no nos vuelvan a llamar a las urnas porque aquí, si alguien se ha
equivocado, no hemos sido nosotros”
La clase política española está consiguiendo herir de muerte
a la democracia con su postura sectaria, alejada de cualquier intento serio de
anteponer sus intereses partidarios, incluso puramente personales, a los del
conjunto de los ciudadanos. Ello explica el sopor y el aburrimiento con que se
siguen los reiterativos, vacuos y esperpénticos debates, sin altura de miras,
en el que se solazan nuestros políticos.
La consecuencia de ello es un cansancio creciente en la ciudadanía, mientras los políticos parecen no percatarse de que los grados de indignación de la sociedad española están incrementándose a niveles que pueden poner en riesgo la permanencia del sistema. El hombre de la calle se sienta ante el televisor y comienza a ser asaeteado por un sinfín de mantras y de improperios dirigidos por unos políticos a otros. No parece que les importe el sesgo negativo que el bloqueo actual está provocando en la economía productiva y en el empleo. Lo suyo es denigrar al adversario.
No hace falta que nos lo repitan más, porque ya los conocemos a todos. Sabemos que muchos políticos del PP han burlado la legalidad y se han enriquecido arteramente. Sabemos que el PSOE montó un sistema irregular, desde las propias instituciones, para comprar voluntades y asentarse indefinidamente en el poder. Vamos sabiendo que los nuevos de Podemos cobran por trabajos no realizados, que contratan en negro, que tienen fondos en paraísos fiscales y que presionan a los medios para que no se hable de los amoríos de sus líderes. Y comprobamos que en Ciudadanos hay cargos públicos con cuentas en Suiza y asesores en el Parlamento Europeo investigados por fraude fiscal.
La condición humana tiene sus vicios y siempre será inevitable que algunos aprovechen cualquier resquicio para sacar ventaja. A quien así se conduzca, aplíquesele la ley sin contemplaciones. Pero siempre con el mismo criterio, porque lo que no vale es que los propios tengan derecho a la presunción constitucional de inocencia hasta que no haya sentencia firme, y los otros sean condenados sumarísimamente con solo haberse iniciado diligencias de investigación.
Todo lo anterior está provocando el hartazgo ciudadano, agravado con el hecho creciente de unos medios de comunicación alineados políticamente para absolver a los afines y alancear a los adversarios, en una demostración palmaria de lo perverso que resulta para la democracia el llamado "periodismo amigo".
Estamos bastante cansados de palabras sugerentes como corrupción y regeneración, las cuales solo sirven para desacreditar al adversario. Nos gustaría saber exactamente las medidas de cada cual, más allá de inhabilitaciones personales, para afrontarlas con éxito. Pero, sobre todo, hace falta que se nos diga cómo vamos a salir del bloqueo actual, cuyos daños a la economía empiezan a ser palmarios. Si hay que prorrogar los presupuestos, sabido es que no podremos cumplir en 2017 los objetivos de déficit y, consecuentemente, la sanción supondrá unos 6.000 millones de euros (¡un billón de pesetas!).
Aunque el Gobierno en funciones parece dispuesto a actualizar sueldos y pensiones por decreto ley si prorroga los presupuestos, el problema reside en que el ajuste de los presupuestos de autonomías y ayuntamientos es impreciso y ambiguo, lo que está ocasionando un grave deterioro de la contratación pública, con las enormes secuelas que tal circunstancia tiene para la economía y, por tanto, para el empleo.
Mientras nuestros políticos miran a su ombligo, Ángela Merkel dice en Bratislava que "la Unión Europea está en una situación crítica" acuciada por la crisis de los refugiados, el terrorismo yihadista y las consecuencias del Brexit, al tiempo que el secesionismo catalán pone fecha a su golpe de Estado y la situación económica ha ralentizado su actividad. Insensibles ante ello aquí asistimos a un espectáculo insufrible plagado de "dimes" y "diretes". No en balde Luis Alberto de Cuenca ha dicho con propiedad que "no hay nada más perjudicial para la sociedad que los políticos basen su actividad en la conquista del poder exclusivamente y a cualquier precio".
Pero lo peor del momento español no es que se luche por el poder institucional. Lo grave es que, en el fondo, lo que se está discutiendo es la lucha por el poder interno en algunas formaciones políticas. El hecho de que PSOE y PP deban celebrar sus respectivos congresos aplazados en cuanto haya gobierno es una circunstancia que, dada la absurda y mezquina profesionalización de la actual clase política, está dañando profundamente los intereses nacionales del país, plagado de políticos que tienen, en un gran número, difícil, cuando no imposible, hacerse un hueco en la actividad privada.
España lo que necesita, sin más demora, es un gobierno que asuma de inmediato los retos enormes que nos acechan. Hablar de fuerzas del cambio sin decir el tipo de cambio y cómo llevarlo a cabo con partidos ideológicamente muy dispares, es perder un tiempo que la actual situación no puede permitirse. El obstruccionismo del NO y el NO sistemático está llevándonos a una situación asfixiante que puede convertirse en preludio de una imposible convivencia entre las opciones mayoritarias del espectro sociológico español, lo que puede poner en riesgo a la propia democracia.
Lejos de soflamas demagógicas, si de verdad nuestros políticos quieren enfrentarse a la corrupción, lo que deben hacer es proponer medidas que hagan cierta la división de poderes, que profundicen en la independencia de los órganos de control y en los contrapesos institucionales, que busquen la selección de los mejores y abominen del pestilente enchufismo, que saquen las manos de la prensa y de los medios de comunicación y que, en fin, dejen de tratarnos como ciudadanos de último rango lindante con el de súbditos.
Si el interés del país exige sacrificios personales, llévense a cabo, pero no nos vuelvan a llamar a las urnas porque aquí, si alguien se ha equivocado, no hemos sido nosotros, víctimas de un cansancio que, por su desmesura y fastidio, supone ya un verdadero hartazgo de la clase política. Confiemos en que la cerrazón de unos y la incapacidad de otros no llegue a provocarnos la náusea, es decir la aversión y repugnancia por la política nacional, porque nuestro sistema democrático quedaría mortalmente herido para satisfacción de los antisistemas de todos los colores.
La consecuencia de ello es un cansancio creciente en la ciudadanía, mientras los políticos parecen no percatarse de que los grados de indignación de la sociedad española están incrementándose a niveles que pueden poner en riesgo la permanencia del sistema. El hombre de la calle se sienta ante el televisor y comienza a ser asaeteado por un sinfín de mantras y de improperios dirigidos por unos políticos a otros. No parece que les importe el sesgo negativo que el bloqueo actual está provocando en la economía productiva y en el empleo. Lo suyo es denigrar al adversario.
No hace falta que nos lo repitan más, porque ya los conocemos a todos. Sabemos que muchos políticos del PP han burlado la legalidad y se han enriquecido arteramente. Sabemos que el PSOE montó un sistema irregular, desde las propias instituciones, para comprar voluntades y asentarse indefinidamente en el poder. Vamos sabiendo que los nuevos de Podemos cobran por trabajos no realizados, que contratan en negro, que tienen fondos en paraísos fiscales y que presionan a los medios para que no se hable de los amoríos de sus líderes. Y comprobamos que en Ciudadanos hay cargos públicos con cuentas en Suiza y asesores en el Parlamento Europeo investigados por fraude fiscal.
La condición humana tiene sus vicios y siempre será inevitable que algunos aprovechen cualquier resquicio para sacar ventaja. A quien así se conduzca, aplíquesele la ley sin contemplaciones. Pero siempre con el mismo criterio, porque lo que no vale es que los propios tengan derecho a la presunción constitucional de inocencia hasta que no haya sentencia firme, y los otros sean condenados sumarísimamente con solo haberse iniciado diligencias de investigación.
Todo lo anterior está provocando el hartazgo ciudadano, agravado con el hecho creciente de unos medios de comunicación alineados políticamente para absolver a los afines y alancear a los adversarios, en una demostración palmaria de lo perverso que resulta para la democracia el llamado "periodismo amigo".
Estamos bastante cansados de palabras sugerentes como corrupción y regeneración, las cuales solo sirven para desacreditar al adversario. Nos gustaría saber exactamente las medidas de cada cual, más allá de inhabilitaciones personales, para afrontarlas con éxito. Pero, sobre todo, hace falta que se nos diga cómo vamos a salir del bloqueo actual, cuyos daños a la economía empiezan a ser palmarios. Si hay que prorrogar los presupuestos, sabido es que no podremos cumplir en 2017 los objetivos de déficit y, consecuentemente, la sanción supondrá unos 6.000 millones de euros (¡un billón de pesetas!).
Aunque el Gobierno en funciones parece dispuesto a actualizar sueldos y pensiones por decreto ley si prorroga los presupuestos, el problema reside en que el ajuste de los presupuestos de autonomías y ayuntamientos es impreciso y ambiguo, lo que está ocasionando un grave deterioro de la contratación pública, con las enormes secuelas que tal circunstancia tiene para la economía y, por tanto, para el empleo.
Mientras nuestros políticos miran a su ombligo, Ángela Merkel dice en Bratislava que "la Unión Europea está en una situación crítica" acuciada por la crisis de los refugiados, el terrorismo yihadista y las consecuencias del Brexit, al tiempo que el secesionismo catalán pone fecha a su golpe de Estado y la situación económica ha ralentizado su actividad. Insensibles ante ello aquí asistimos a un espectáculo insufrible plagado de "dimes" y "diretes". No en balde Luis Alberto de Cuenca ha dicho con propiedad que "no hay nada más perjudicial para la sociedad que los políticos basen su actividad en la conquista del poder exclusivamente y a cualquier precio".
Pero lo peor del momento español no es que se luche por el poder institucional. Lo grave es que, en el fondo, lo que se está discutiendo es la lucha por el poder interno en algunas formaciones políticas. El hecho de que PSOE y PP deban celebrar sus respectivos congresos aplazados en cuanto haya gobierno es una circunstancia que, dada la absurda y mezquina profesionalización de la actual clase política, está dañando profundamente los intereses nacionales del país, plagado de políticos que tienen, en un gran número, difícil, cuando no imposible, hacerse un hueco en la actividad privada.
España lo que necesita, sin más demora, es un gobierno que asuma de inmediato los retos enormes que nos acechan. Hablar de fuerzas del cambio sin decir el tipo de cambio y cómo llevarlo a cabo con partidos ideológicamente muy dispares, es perder un tiempo que la actual situación no puede permitirse. El obstruccionismo del NO y el NO sistemático está llevándonos a una situación asfixiante que puede convertirse en preludio de una imposible convivencia entre las opciones mayoritarias del espectro sociológico español, lo que puede poner en riesgo a la propia democracia.
Lejos de soflamas demagógicas, si de verdad nuestros políticos quieren enfrentarse a la corrupción, lo que deben hacer es proponer medidas que hagan cierta la división de poderes, que profundicen en la independencia de los órganos de control y en los contrapesos institucionales, que busquen la selección de los mejores y abominen del pestilente enchufismo, que saquen las manos de la prensa y de los medios de comunicación y que, en fin, dejen de tratarnos como ciudadanos de último rango lindante con el de súbditos.
Si el interés del país exige sacrificios personales, llévense a cabo, pero no nos vuelvan a llamar a las urnas porque aquí, si alguien se ha equivocado, no hemos sido nosotros, víctimas de un cansancio que, por su desmesura y fastidio, supone ya un verdadero hartazgo de la clase política. Confiemos en que la cerrazón de unos y la incapacidad de otros no llegue a provocarnos la náusea, es decir la aversión y repugnancia por la política nacional, porque nuestro sistema democrático quedaría mortalmente herido para satisfacción de los antisistemas de todos los colores.
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