Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
El otro día contaba el periódico que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, había plagiado el 30 por ciento de su tesina. El aludido se defendía diciendo que no se trataba de un plagio sino de un error de estilo: había olvidado entrecomillar los párrafos escritos por otros y, desde luego, citar a sus autores. Esto me llevó a reflexionar sobre un tema que ya no me depara sorpresa alguna: la condición humana.
¿Somos descuidados y poco
rigurosos en nuestros asuntos o, por el contrario, lo que sucede, más bien, es
que nuestra vanidad y egolatría nos domina? ¿Son memos los políticos o lo que
sucede, más bien, es que su arrogancia es tan grande que ya no se molestan en
disimular el desdén que nos profesan?
Las preguntas, obviamente, son
retóricas; reconozco que la misantropía crece en mí en la misma proporción que
mis años. Pronto llegaré a ser como Mark Twain –según cuenta Borges en “Otras
inquisiciones”-: “Yo no pregunto de qué raza es un hombre; basta con que sea
humano. Nadie puede ser nada peor.”
Pero, volviendo al tema, lo
cierto es que este venial desliz ético se da con demasiada frecuencia. A lo
largo del tiempo y en todos los campos de la actividad humana. Mostraré unos
ejemplos que nos van a sonar:
Empecemos por Joaquín Sabina;
autor de la letra de una de sus bellas canciones titulada “El Café de Nicanor”,
dice en un fragmento de la misma:
“…y el último disparate
de Nicanor,
que cuando le preguntaron
si había estado enamorado,
como es un hombre sincero,
“yo, no señor -contestó-,
yo siempre fui camarero”
Buenísimo, ¿verdad? Pues bien,
la cuestión es que no es de Sabina sino de alguno de los guionistas (W. Miller
y Samuel G. Engel) o, tal vez, de alguno de los autores (Sam Hellman o Stuart
N. Lake) de las obras literarias en que estaba basado el guión de la genial
película de John Ford “Pasión de los fuertes”. En ella hay una secuencia en la
que el celebérrimo sheriff Wyatt Earp (Henry Fonda), acodado en la barra del
bar le dice al barman (J. Farrell McDonald):
“Mac, ¿nunca has estado
enamorado?”, y éste adusto le responde sin dejar de secar los vasos recién
fregados: “No señor, he sido camarero toda mi vida.”
Otro ejemplo: Hizo fortuna la
frase que en la película “El Padrino” (1972) sentencia Michael Corleone: “No
es nada personal, sólo negocios…” Todo el mundo la conoce y
seguramente son incontables las veces que en los más diversos
ámbitos la hemos oído repetir. Sin embargo, la frase ni es de Corleone ni de
Coppola ni de Mario Puzzo (coguionista y autor de la novela) sino de la
película de George Cukor “La impetuosa” (1952), con Spencer Tracy y Catherine
Hepburn. ¿Homenaje de Coppola a Cukor?; puede ser, pero, en tal caso, nadie se
enteró, tal vez ni el propio homenajeado.
Y a quién no le suena este
saludo: ¿Cómo están ustedeeeeeees……? Lo conocen, ¿verdad? Incluso es
probable que en alguna jocosa ocasión lo hayan soltado. Y con toda seguridad
habrán pensado ustedes en los famosos payasos Gaby, Fofó y Miliki, los llamados
“payasos de la tele”; y tendrán por suyo dicho saludo, que tuvo tan buena
acogida y tanto éxito, que ya siempre les acompañó y hasta sirvió para dar
nombre a sus discos y espectáculos. Pues bien, el famoso saludo no era de los
“payasos de la tele” sino del más célebre payaso de Inglaterra de comienzos del
siglo XIX: Joseph Grimaldi. Este fue quien acuñó la frase que hizo, por demás,
fortuna en su época. Eso, al menos, es lo que cuenta Wikie Collins en su novela
“La pobre señorita Finch” (1872).
Lo cierto es que, como dijo el
sabio en el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol.
Tal vez, en un remoto tiempo o
en un recóndito lugar o en uno de esos fantásticos mundos paralelos tan caros a
Borges y a Bioy Casares, y a la desconcertante ciencia cuántica, alguien ya
escribió o esté escribiendo: “El otro día contaba el periódico que el
presidente de México…”.
(Publicado en el blog Ídolos y Llantos, agosto
de 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario