Artículo de Antonio Barreda
Cuánto hubiera disfrutado y escrito el noble Plutarco sobre el socialismo
sevillano. Sus vidas paralelas incluirían, sin lugar a dudas,
a Susana. Como una princesa nació amamantada por el río Anas, acunada en sus
brazos por un Pepe Caballos que le cantaba largas y delicadas nanas, como
letanías de nombres y de gente. Eran los años de hierro del socialismo
sevillano embridado desde Madrid por el primero de los hermanos Guerra. Allí
creció antes de ver su foto entre el puño y la rosa. Pero nada es eterno, y
menos en los cálidos veranos de Sevilla. Pepote había cambiado de gobierno y
había retado a los de Madrid desde su california del sur de Europa. Perdió,
como pierden los que tienen la sombra de la derrota dibujada en su triste
sonrisa. Y vino Manolo a ocupar su puesto, a pesar de ser el candidato a palos,
empezó con él la mal llamada renovación. Palabra que designaba nada más y nada
menos que la defenestración de las huestes de Alfonso.
Hay que ser Secretario General y Presidente, había sentenciado entre los
bonsáis el tal Felipe. Y Manolo empezó a reunir a los manijeros. Y los Sanchos
y los Alatristres de la política socialista andaluza y sevillana despertaron y
se acercaron a los cargos y a las sillas. Pero no todo el proceso fue ordenado.
Rojas Marcos abrió un día la ventana del Ayuntamiento como alcalde, Yáñez, ni
siquiera gritó contra Rojas Marcos ni contra Soledad Becerril, huyó de
candidato y alcaldable al jugoso sueldo y al noble cargo de Secretario de
Estado y dejó el contrato del ala norte del ayuntamiento a Amparo Rubiales.
Ella, que había sido toda una Consejera de Presidencia con Rodríguez de la
Borbolla, ahora estaba sola, aguantando todo un derrumbe general antes de que
Curro procesionara por la Cartuja. Pero sus ojos también miraban al parlamento
de Madrid. Y cogió el recién estrenado AVE para estrenarse de diputada.
No había nadie en Sevilla que destronara el pacto del Ayuntamiento de
Sevilla. Y volvió Pepote a vestirse de candidato y a hablar en nombre de los
sevillanos y las sevillanas. “La ciudad que quieren las mujeres” escribió
impresa sobre una imagen de la Venus de Boticelli. Ya no quedaban huestes de
Alfonso en Sevilla para defender la casa y el nombre. Caballos movió los hilos
y las cometas, él que sabía el significado de interregno. Y tenía la libreta
llena de nombres, de todos los nombres que una vez lo defenestraron como
Secretario General. Y empezó lo que algunos bautizaron como la renovación. O al
menos, como la depuración de los guerristas. De todos los guerristas. Y llegó
Carmen Hermosín, la otra cara de Yáñez, a comandar la Secretaría General de
Sevilla. Era el congreso de la espantá de Manuel Copete - conocido luego como
el bien pagao - como pontífice del guerrismo y la llegada de la voz de todos
los que no tienen voz, de Emilio Carrillo, el turborenovador, el que llevaba
una marcha más, el que al final aglutinó los votos del guerrismo y le dio un
susto a los manijeros que habían traído a Carmeli.
Las convulsas aguas llegaron en las calendas del 94 hasta el congreso de
Manolo el bueno, el bondadoso, el noble. Pero Carrillo le partió ese congreso
cuando le retó a la Secretaría General en el Hotel Los Lebreros. Pero sin
delegados en el partido no eres nada. Y la nada lo envolvió hasta su
resurrección. Pero antes, Emilio, se olvidó de sus huestes y su gente. Se
olvidó de todos los nombres de los que lo apoyaron y de las largas tardes
buscando apoyos. Allí Manolo se hizo Manolo. Ya había cumplido el mandato de su
señor. Presidente y Secretario del Partido. Ahora tocaba el aldabón de aviso a
los restos de la hornada guerrista. Ya no eran nadie. Ya no debían ser nadie. Y
Caballos se vistió de verdugo.
Y en esto se inventaron las primarias en el PSOE de Sevilla. Pepote veía
otra vez al caballo de la defenestración cabalgar desbocado, y enfrente se
colocó el triste de Alfredo, el hombre que no sabía sonreír desde el balcón de
la Diputación. Alfredo tenía a Fran entre los suyos. Y detrás de Fran estaba,
como no, Caballos. La agrupación Este empezó a hacerse grande. Colocó a
Guillermo como consejero de Trabajo antes que a la roca de Viera. Y colocó a
los suyos de diputados autonómicos. Fue cuando preparó a unos de los famosos
cuñados, Luis Navarrete, desde las balconadas de las Cinco Yagas. Este miraba
ya nervioso el reloj y el BOP desde su concejalía de Camas, la misma que le
llevaría a la diputación. En medio Pepote y Alfredo se enfangaron en la
campaña. Tanto que la lucha llegó a San Telmo donde Manolo el bondadoso, el
generoso, los llamó a capítulo. Nunca antes dos candidatos socialistas se
habían descalificado tanto en público y mandó parar aquella sangría
innecesaria.
El resabiado político de Borbolla había apoyado a Borrell frente a Almunia.
Había sorbido de la gota jacobina que recorre su partido. Ya se sabía
abandonado por todos los que estaban en los despachos de la calle Luis Montoto,
la sede provincial del PSOE. Pero presentó batalla fuera de lo orgánico. Y qué
batalla. Abrió el partido en dos. Alfredo se subió a lo orgánico y lo
inorgánico. Consiguió el apoyo de 9 de las 10 agrupaciones y llamó a todos con
sus frases: Y voy de ida. Yo represento aire fresco. Otra generación de
políticos. Ganó lo orgánico frente a lo jacobino. Muchas nóminas dependían de
ello. Y la olla debe estar siempre llena. ¿Quiénes somos los que hemos ganado?
Preguntaban muchos después de los recuentos.
En las municipales ganó por unas décimas Soledad, pero el PA ya la había
abandonado y se había echado en manos de Monteseirín para lo bueno y para lo
malo. Para lo malo porque aquello acabó siendo el cementerio del andalucismo,
la desaparición de todo un partido de una tacada. Nota para navegantes. Pero la
historia del socialismo sevillano aquí se paró y recuperó a Susana. Que del
carnet de juventudes pasó a la lista de concejales. Y hela aquí que llegó con
su cara aniñada a jurar la constitución y estar en la silla de la concejalía de
Juventud y empleo. Luego un segundo mandato ya en recursos humanos. Aquí tuvo
un encontronazo con los de la UGT del Ayuntamiento cuando el muy repetido
Tirado y los suyos desde la FSP intentaron defenestrar a aquellos desde los
despachos. Pero esta es ya otra larguísima e innecesaria historia.
En medio llegó 2002 y se casó con el que ella denominó “tieso”. Pero a mí,
y a muchos como yo, me parece que este título es una terrible afrenta injusta e
innecesaria a todos los mileuristas y seicicentos euristas que viven y trabajan
dignamente en Andalucía. Es un insulto descarado a la masa de asalariados que
viven en Andalucía. El tic clasista le salió a borbotones a Susana Díaz en la
Comisión de formación del Parlamento de Andalucía sin que nadie de los que allí
estaban reparara en ello. Nadie. ¿Es esto otro símbolo de lo alejado que están
los parlamentarios de la sociedad y de sus votantes? Muchos de esos tiesos
mileuristas votan y les votan. Y allí nadie salió a defender la dignidad de
estos trabajadores. Los tiesos se quedaron solos en las bancadas del
Parlamento. Pero ese tic clasista no pasó inadvertido para los trabajadores y
trabajadoras andaluzas. Ellos, todos ellos fueron tachados y señalados por toda
una presidenta de la Junta con el estigma de “tiesos”. Y los tiesos, esos
tiesos que al parecer nadie quiere - menos ella que se casó con uno - también
votan.
Con el hilo entre los dedos de la historia, cuentan que Caballos la mandó a
Madrid para quitársela de encima. Parlamentaria y hasta senadora. Cuentan que
es ella ahora la que le tomó la matrícula a Caballos, el justiciero, y la que
guardó la libreta de nombres, de todos los nombres en la mesita de noche.
Porque Caballos perdió cuando se presentó contra Viera, su otrora hombre. Pero
la política socialista sevillana no conoce ya de amistades ni de antiguos
pactos de sangre. El que tenía los bolsillos de cristal estaba ya solo. Muy
solo. La defenestración tomó cuerpo de nuevo cuando apareció su nombre ligado a
Bono en el Congreso que terminó ganando Zapatero. Broncas que terminaron con su
cabeza de nuevo en un cesto.
Mientras, Susana callaba y escalaba. Llegó a la Secretaría de Organización
del PSOE de Sevilla en 2004 con arneses y picos de escaladas. Aprendió la
política de salón en Triana y ahora aprendía a lidiar en plazas de primera. Sin
cabezas en el PSOE de Sevilla ya que tras las elecciones de 2007 se urdía la
bronca que terminaría echando del sillón a Monteseirín, tomó cuerpo toda la
ambición que llevaba dentro. Y empezó a maniobrar para colocar a sus peones,
primero contra Viera y luego en San Telmo. Tomó por incomparecencia el sillón
de la Secretaría General de Sevilla, y luego José Antonio, el que quería ser llamado
Pepe, se fijó en ella para su partido en Andalucía. Toda una tanda de políticos
de provincias desembarcó en la calle San Vicente. José Antonio entendió que la generación de la
foto de la tortilla había pasado a los libros de historia, y que ahí debían
quedarse ya. Y la nombró Consejera de Presidencia. El monstruo de los ERE llegó
en forma de despido de Griñán en agosto de 2013 y la línea sucesoria ya había
designado a Susana como presidenta. A partir de aquí las unanimidades a la
búlgara fueron el sello del partido en Andalucía. Nadie se movía ya de la foto.
Nadie hablaba ya de más. Nadie ponía ya en duda el poder que acumulaba. Hasta
el bueno de Manolo le dijo a José Antonio: “Quillo, esta no ha matado”.
Por fin tenemos un cronista de la intrahistoria del PSOEA. Este artículo, despiezado y luego desarrollando cada una de las piezas, da para una serie de novelas dignas de la picaresca
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