Artículo de Manu Ramos
Están todos los tertulianos con los nervios por los suelos.
Desde las
más altas cotas del periodismo del régimen claman al cielo por un gobierno.
Dicen que esto no pasaría en una “democracia avanzada”. Sin embargo, estando en
frente del abismo, “avanzar” tiene como consecuencia precipitarse en él. Nunca
he sabido a qué se refieren los que hablan de avanzar, ¿hacia dónde? Parece que
he llegado tarde y ya se ha dicho hacia dónde “avanzamos”.
El eterno dilema de los apellidos
de la democracia sigue siendo un asunto a tener en cuenta porque el terreno de
los adjetivos calificativos es un ámbito de poder en el lenguaje que siempre
está en liza. Al poner esos dichosos apellidos
a un concepto tan estudiado y conocido en la ciencia política como la
democracia sólo se demuestra un interés en volver a establecer las reglas de
juego de forma que beneficien al nuevo Adán que pone nombre a las cosas por
primera vez en su vida. Hay grandes descubridores del Mediterráneo en el siglo
XXI.
Democracia joven
El que pone adjetivos, al retratar lo que ve, muchas veces
proyecta el negativo de lo que piensa. Me explico: al denominar a la democracia
“joven” o “vieja” se está incurriendo en una prosopopeya política, es decir, se
le está otorgando características humanas a unas reglas, un sistema. Uno, como
ser humano, tiende a humanizarlo todo y a la democracia, que es un simple
régimen de poder, se le intenta imponer características humanas como la de
envejecer. Con Franco se llegó a denominar “democracia orgánica” pues se basaba
en lo que consideraban los tres pilares naturales de la vida: familia (donde se
nace), municipio (donde se vive) y sindicato (donde se trabaja). Al final, como
en todos los totalitarismos, el que impone características humanas a la
democracia lo que intenta es imponer su ideal de vida, su ideología. Como hacen
nuestros padres cuando somos menores: cómo tenemos que comer, vestir, leer,
etc. Pero la sociedad es una unión de seres libres y no de infantes ¿no es
así?
Más o menos democracia
Otra forma de desdibujar el concepto es graduándolo. Como si
con una válvula pudiéramos añadir al ambiente más cantidad o menos. Pensemos,
para aclarar la referencia metafórica de la democracia, que se trata de las
reglas de ajedrez. Cuando en el siglo XVIII se comprendió que el poder sólo
puede ser frenado por otro poder, se ideó un sistema que enfrentaba a los
poderes para eliminar el poder total. Basada en ese descubrimiento, la
democracia tiene una serie de reglas básicas y muy sencillas que tienen que
respetarse: el poder de la nación es legislar y el del estado es el de hacer
que las leyes se cumplan. El poder judicial casi no es poder porque sólo debe
dictar sentencia de forma independiente, eso sí. Para que este sencillo sistema
funcione es necesario que existan representantes de la nación y del estado. Ya
están las reglas y las piezas de ajedrez puestas en el tablero.
Ahora bien, ¿cómo podemos decir que en una partida hay más o menos ajedrez? O se juega al ajedrez o se juega a otra cosa. Y un
chico de 13 años puede jugar con una mujer de 56 años incluso sin hablar el
mismo idioma. Y no hace falta árbitros pues las reglas son constitutivas del
juego. Es decir, si no se respetan las reglas no existe el juego. Lo mismo
ocurre con la democracia. Si no se respetan los principios básicos (separación
de poderes y representación) se pueden poner todos los calificativos que se
quiera pero ya no es democracia. De hecho, cuando alguien intenta poner
adjetivos calificativos es precisamente porque quiere disfrazar la inexistencia
de la misma.
Democracia homologable
Uno de los complejos más habituales de los españoles (y de
los países muy sometidos a la hegemonía cultural dominante) es la de necesitar
que desde el extranjero se le de aprobación. En los primeros gobiernos de
Felipe González era patente la necesidad de “homologarse” con Europa. Lo que se
apuntaba en los informes de adaptación a la Comunidad Económica Europea como
una equiparación económica para poder competir en un mercado común pasó a ser
un objetivo político. No se sabía hacia dónde, hoy día tampoco lo sabemos. La
Unión Europea está fracasando en el plano político. Pero Felipe González
repetía una y otra vez que debíamos tener una “democracia homologable” ¿por
quién? Lo duro fue la respuesta a la pregunta “¿a cambio de qué?”, pero eso es
otra historia.
No es necesario que venga un organismo certificador de
democracias. No hay que “homologar” la democracia pues no es algo complicado de
entender. Sólo los trileros de la política como el socialdemócrata González pueden
complicar con su léxico endiablado lo que cualquier persona puede entender. Además,
como en España no hubo un periodo de libertad constituyente y, por tanto, no
pudimos decidir si queríamos monarquía o república, partidocracia o democracia,
los gobiernos posteriores se encargaron que desde fuera le pusieran el sello de
“democracia homologada” a el engendro que teníamos aquí. Menudos calificadores:
los derrotados tras la II Guerra Mundial.
Democracia real (ya)
Cuán lejos parece ya el grito del 15M. Ya no vemos grandes
manifestaciones como las de aquél 2011. Por entonces se hablaba de “democracia
real”. Después de mucha confusión parece que a lo que se referían con “real” es
a “participativa”. Eso ya es algo que sí existe, o existió como forma de
gobierno. Por diferenciar los dos únicos conceptos que sí tienen una base política
e histórica, encontramos en el siglo V a.C.
la democracia ateniense, la participativa, y en el siglo XVIII la
democracia representativa, la que descubrieron los padres de la patria de EEUU.
Tras las tiranías e inestabilidades que provocaron las ciudades-estado
de la democracia griega en la Antigüedad, cualquiera que conociera el pasado
tenía bastante rechazo a esa forma de gobierno. Pero con la idea de la libertad
política y la separación de poderes, los norteamericanos incluyeron la base
representativa para configurar un sistema que, hasta ahora y como suele
decirse, es el menos malo. Por lo tanto sólo existen en realidad dos formas de
calificar de forma descriptiva y conceptual a la democracia:
participativa/asamblearia o representativa.
Ambas son compatibles pues se pueden emplear en decisiones
colectivas de diferentes ámbitos. Es lógico realizar una asamblea entre
vecinos, cuando se trata de un número reducido, e imposible llevar a cabo este
sistema en el gobierno de un estado. Pero aquí sí nos referimos a la estructura
misma de la relación de poder. No se entra en el ámbito ideológico.
Por tanto y resumiendo, las reglas están claras y el que se
empeña en decir que el
pulpo es un animal de compañía es porque es el dueño del Scattergories y se
quiere adueñar también de las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario