Artículo de Manu Ramos
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días sin gobierno, más de medio año. Esos números sí que son el resultado
de una buena aritmética parlamentaria. Cada día que pasa es otro segundo en el
reloj que va viendo acabarse el tiempo de este régimen. Muy pocas personas
vieron desde el principio que esta mentira originada en 1978 tenía dentro de sus engranajes el mecanismo que lo destruiría:
el consenso. Roto por los nuevos partidos que hacen imposible la cuadratura del
círculo (no sin antes la autodestrucción) el consenso del 78 está completamente
desvanecido y ahora ya no cabe apelar a él. Ahora todo son cuentas: sumas,
pactos, vetos, dimesh y diretesh.
No hay manera de formar gobierno porque es prácticamente
imposible sin consenso, habida cuenta del sistema de votaciones que tenemos.
Todo era más fácil cuando los franquistas seguían en sus poltronas apoyados por
el oportunista de Felipe González y
la nunca bien ponderada ayuda de Santiago
Carrillo. Los nuevos oportunistas no saben consensuar bien. A Adolfo Suárez le fue bien mientras
podía otorgar prebendas. Cuando dejó de invitar ya no era tan gracioso y tuvo
que quitarse de en medio porque si no le iban a dar con el consenso en la boca.
El antiguo jefe del Movimiento
Falangista tuvo un lapsus linguae
y confesó que se iba para evitar convertirse
en un paréntesis en la Historia de España entre la dictadura de Franco y una posible dictadura venidera.
¿A qué dictadura venidera se refería? ¿Quién le amenazaba? Ningún periodista o
político le realizó jamás esa pregunta. Quizá porque ya sabían la respuesta.
En aquellos tiempos felices para los partidócratas no había
que hacer cuentas. Terminadas las elecciones se sabía rápido quién había ganado
y si acaso se le daban unas chucherías a los separatistas para formar gobierno.
Que total, la nación está callada y se le puede sisar sin problema. Entonces no
se usaba la expresión socialdemócrata que trataremos hoy: la aritmética
parlamentaria.
España no es una monarquía parlamentaria
Antes de nada, precisemos los términos. La aritmética se
refiere a las operaciones elementales con los números: sumar, restar,
multiplicar y dividir. Hasta ahí todo claro. La confusión viene con el segundo
término, es decir, el parlamento. Bien, ahora voy a decir una cosa que a más de
un partidócrata puede acelerar la presión sanguínea: el estado español no es
parlamentario. Empiezo por el final para captar la atención. Hubiera sido
mejor comenzar por preguntarse ¿qué es un parlamento?
El parlamento como institución tiene origen en España, en el reinado de Alfonso IX y sus Cortes de León.
Dato curioso que contrasta con el hecho de que hoy no tengamos un verdadero
parlamento, pero ocurre igual con el término “liberal”. Una palabra también de
origen español de la que prácticamente no encontramos defensores en nuestra
patria. En resumidas cuentas, las cortes parlamentarias servían para que los
nobles expusieran al rey sus exigencias y así se constituyeran leyes de acuerdo
al resultado de las discusiones mantenidas allí. Esta forma de trato entre los
nobles, la iglesia y el monarca se vio truncada con los acontecimientos
históricos que se produjeron en Inglaterra en el siglo XVII. Tras la revolución inglesa,
se demostró que no hacía falta rey para hacer leyes. De hecho Carlos I fue el último rey que entró en
la Cámara de los Comunes. La
tradicional representación de los boroughs
(burgos) por parte de representantes de sus electores ayudó a conformar una
institución que ha durado hasta nuestros días.
Por herencia etimológica, se siguen llamando parlamentos
(cortes, estados generales, bundestag,
folketing, riksdag, duma o dieta) a esos edificios donde van “los
políticos” a hacer leyes. Pero no nos engañemos, ha Historia ha avanzado y esas
cámaras siguen siendo antiguallas que disfrazan y ocultan dónde está el
verdadero poder. Inglaterra prescindió del rey y le dio el poder al Parlamento,
que no era sino la suma de los representantes de los diferentes distritos. Al
igual que ocurre hoy en día. En el resto de impostores no existen
representantes de distrito sino representantes de partidos. Por lo tanto el
poder no está en los representantes sino en los partidos.
Quién manda aquí
Cuando en España gana un partido por mayoría absoluta (aquí
habrán suspirado algunos peperos o sociatas) significa que dicho partido es
el dictador máximo. El totalitarismo encubierto. La clave de la diferencia
entre el parlamentarismo y la partidocracia es que en el Reino Unido los diputados tienen total libertad mientras que en
España existe disciplina de voto. Es cierto que hemos visto a Cameron apelar a los miembros de su
partido a que voten de una forma y también hemos visto cómo en innumerables
ocasiones han hecho lo que han querido. En España a eso se le llama transfuguismo. Si existe la disciplina
de voto, lógica al emplear listas electorales, entonces ¿quién tiene el poder
de verdad? El jefe de partido.
Cada uno de los jefes de los partidos aglutina en torno a sí
el porcentaje de cuota de poder que le corresponde según el porcentaje de votos
emitidos por los súbditos que han ido a meter papeles en urnas. No hacen falta
tantos diputados. Con que hubiera un individuo por cada partido con cuota
suficiente para el Congreso, se podría realizar cualquier aritmética. De hecho
es lo que se hace, en la práctica. No se hablan de votos de diputados sino de
votos de partido. En bloque. Los diputados no pintan nada excepto para dar la
apariencia de que hay mucha gente decidiendo cuando en realidad sólo decide el
jefe. Resulta gracioso cuando uno lee titulares en lo que se explica que Rajoy se reúne con la directiva del PP.
¡Pero si Rajoy es el que dirige el PP! Supongo que será una metáfora de que
hablará consigo mismo.
Monarquía de partidos
Quizá no haya quedado clara mi afirmación de que en España
no hay parlamento. Existe un edificio al que se le denomina “parlamento” (Congreso de los Diputados) pero no
estamos en una “monarquía parlamentaria” como dicen algunos. El poder no lo
tiene el parlamento como sí lo tiene en Reino Unido. El poder está en los
partidos así que con seguridad podemos decir que lo de España es una “monarquía
de partidos (de Estado, añado)”. Siguiendo este razonamiento, no deberíamos
hablar de “aritmética parlamentaria” sino de “aritmética de partidos”. Así se
entiende mucho mejor por qué no hay gobierno. Es cuestión de partidos. Más
concretamente de los jefes de los partidos. Pero eso los españoles lo saben de
forma tácita. Por eso algunos indignados claman al cielo diciendo “¡que se
pongan de acuerdo ya!”. Echan de menos aquel consenso del 78.
En democracia no existe el consenso. Las cosas se votan por
mayoría. Cuando terminan unas elecciones representativas (veremos unas dentro
de poco) se sabe perfectamente quién ha ganado. Desde luego si se cuentan bien los votos.
Otra cosa es la separación de poderes, que en Inglaterra no existe, pero hoy
hablamos de representantes. Un candidato uninominal, votado por mayoría en su
distrito, si hace falta con una segunda vuelta, es un logro que los liberales
han aportado a la ciencia política. En España los demócratas estamos esperando
poder conquistar esa cima pero se ve que no estamos a la altura. Continuamos
con instituciones medievales que ignoran la representación política y, por
tanto, tienen que hacer apaños mediante el consenso.
El consenso del 78 se ha roto ¿quién lo consensuará? El buen consensuador que lo consensuare, un gobierno formará. Mientras, el tiempo pasa y vemos que podemos vivir sin los partidos. Igual tenemos que hacer como Cromwell en Inglaterra y empezar a prescindir de elementos innecesarios.
Manu;artículos como este engrandecen esta página, ¡¡enhorabuena!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Vicente!
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