Artículo de José Antonio Peña
Vaya por delante que Turquía ocupa en el Democracy Index
2015 de la The Economist Intelligence Unit la posición 97ª entre
167 países. Según este Índice, Turquía es un régimen híbrido, sumido
además en una deriva que lo conduce inexorablemente hacia un régimen
autoritario, pues desde 2011 viene cayendo posiciones, concretamente desde
la 88ª. Turquía, que, incómoda en la Primavera Árabe, encontró mejor acomodo en
el Otoño-Invierno (Neo)Islamista (que es también fascismo y populismo), sale
particularmente mal parada en el apartado de libertades civiles, tan
detestadas, antes como primer ministro y ahora como presidente, por Recep
Tayyip Erdogan y la caterva islamista del AKP, con un pavoroso 2’94 de 10
-frente al 4’71 de 2011- que significa empatar con Cuba o el Congo en
la posición 144ª y estar sólo por delante de Myanmar, Bielorrusia,
China, Gambia, Yibuti, Bahréin, Burundi, Sudán, Eritrea, Yemen, Laos, Irán,
RDC, Uzbekistán, Tayikistán, Guinea-Bissau, Arabia Saudí, Turkmenistán, Guinea
Ecuatorial, República Centroafricana, Chad, Siria y Corea del Norte (todos
ellos, podrá comprobarse, países ejemplares en materia de libertad). Por su
parte, el Índice de Libertad Moral de la Fundación para el Avance de la
Libertad, que mide una cuestión particularmente relevante en lo que al
islamismo respecta -la moral-, sitúa a Turquía por detrás de Cuba y
prácticamente en el pelotón de países con insuficiente libertad moral.
Conviene aclarar esta realidad porque, siguiendo muchos medios de
comunicación la madrugada del 16 de julio (en la que hasta nuestro 23-F salió a
relucir) y declaraciones posteriores de dirigentes políticos, podía el
ciudadano medio interiorizar que Erdogan es George Washington y que estaba
perpetrándose el golpe en Nueva Zelanda o en Suiza; sin embargo, nada más lejos
de la realidad, por relevante que Turquía sea para la OTAN y la UE, y para los
corredores energéticos regionales (que ésa es harina de otro costal…). Y es que
en nuestro notablemente idiotizado Occidente muchos
consideran libertad prácticamente cualquier cosa que no sea el
apaleo sistemático de la población por parte del aparato del estado (principal
fuente histórica de sufrimiento humano), más aún si han mediado algunas
elecciones en las que decidir sobre cualquier aspecto de la vida individual y
donde por tanto tienen todos la oportunidad de imponer su criterio al resto.
Hasta de democracias contextuales tenemos que escuchar hablar
frecuentemente, que ya son ganas de canallería. Los conceptos, ya se sabe, los
carga el diablo; y los necios, que son peores que el diablo. Es como si a las
mujeres alojadas en casas de acogida que menor maltrato han sufrido las
consideramos “mujeres contextualmente respetadas por sus maridos” (en Turquía,
por cierto, la calamitosa situación de la mujer la evidencian cifras como los 200
asesinatos por honor de mujeres que según fuentes se perpetran
anualmente, mujeres en muchas ocasiones arrojadas al vacío o en numerosos casos
inducidas al suicidio, para limpiar la honra familiar).
No podemos cejar en el empeño los liberales y libertarios de hacer
entender, por ardua que resulte la tarea, que como siempre todo se reduce
en última instancia a una cuestión de libertad individual, y no de
procedimientos democrático-electorales (como los que sin duda existen,
aunque disminuidos, en Turquía) para imponer posturas vía estatal y aritméticas
parlamentarias coyunturales, menos aún bajo la permanente sombra de las Fuerzas
Armadas, por más guardianas del laicismo que sean o afirmen
ser, o por más que muchos instintivamente empaticen, como en la madrugada del
golpe, con cualquiera que se oponga a la élite califal. Ésta, por
cierto, pese a haberle visto al lobo las orejas y la cabeza entera, y pese a
haber recibido seria advertencia castrense (que como en otros casos quizá quedó
en eso por deserciones in extremis), rápidamente anunció limpia y
ordenó masivas detenciones de sospechosos de colaboracionismo, entre los cuales
muchos están cayendo que nada tuvieron que ver y que pese a ello serán objeto
de abusos. La gran limpieza continúa, afirmaba nada menos que el
ministro turco de Justicia -palabras muy apropiadas para el ministro del ramo-
un día después del golpe, cuando las detenciones se contaban por miles y
alcanzaban incluso al entorno presidencial (el 18 de julio superaban los 7.500,
y en ascenso). Ya el día posterior al golpe, de hecho, ante la previsible purga
y venganza que los islamistas llevarán a cabo, surgieron las primeras
reacciones de dirigentes estadounidenses, alemanes y franceses, menos
entregados que el día anterior a la causa de un Erdogan que pretende
reintroducir la pena de muerte -abolida para postularse a la UE- y que incluso
ha sido acusado de perpetrar un autogolpe, y que por su parte se ha revuelto
contra Obama a cuenta del papel que Estados Unidos y el clérigo turco Fethullah
Gülen -allí exiliado- pudieran haber jugado en él.
La plena separación entre estado y religión, y la laicidad, que además
por supuesto no aceptan los islamistas, resultarán en Turquía insuficientes,
como se ha evidenciado en todo el mundo, sin -para empezar- una legislación
adicional que garantice a cualquier padre la plena libertad educativa de sus
hijos (también inusual en un Occidente donde según el Democracy Index hay
sólo 20 democracias plenas), incluida la esfera religiosa, sin
intromisión del estado turco, ni de los imanes ni del conjunto de la sociedad.
Ésta, por difícil que resulte de asumir en Turquía incluso a medio plazo, por
lejana que hoy se antoje, es en realidad la única solución. Otra no
existe, salvo que prefiramos permanecer en el error de aceptar que todo
continúe dirimiéndose vía electoral, y que, por tanto, al ser hoy mayoría los
islamistas turcos siguen legitimados para, mediante una masiva e
instrumentalizada democracia, imponer al resto su cosmovisión. Precisamente por
ello el islamismo turco no cuestiona la democracia (al contrario, a su
legitimidad apeló Erdogan en la enloquecida arenga vía FaceTime), y
también precisamente por ello se resiste a la separación entre estado y
religión (más aún a la plena libertad educativa para los padres). ¿Cómo
si no podría continuar imponiendo el Islam?
(“El Herald Post”, julio de 2016)
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