Artículo de Rafa G. García de Cosío
Reconozco que me siento plenamente
identificado con la mujer de 43 años que, citada de manera anónima este viernes
por el diario francés Le Monde, se apoyaba contra un muro cercano a la
catedral de Nuestra Señora de París, donde se homenajeaba al cura degollado
Jacques Hamel, confesando que era una terrible persona porque achacaba -sin
quererlo- toda la culpa de los actos terroristas a los musulmanes.
''No puedo evitar pensar que todo lo que
ocurre es culpa de los musulmanes. No puedo evitar irritarme cuando veo a una
mujer con velo por la calle, ni asustarme cuando veo a un árabe con barba
espesa. Y eso que no hay que generalizar, sé que es estúpido, sé que eso es lo
que ellos quieren: dividirnos''.
En efecto, hasta cierto punto coincido con
esta católica desesperada en sospechar cada vez más y de manera involuntaria de
cualquier musulmán. No porque cualquiera de ellos me parezca, ni mucho menos,
propenso a ponerse un día a fusilar al personal. Pero sí por una aparente falta
de reacción masiva ante los atentados islamistas y, sobre todo, por una manera
de entender el mundo que choca frontalmente con los valores de occidente
-empezando por el trato a las mujeres- y que sí podría llevar, en casos
aislados, a una pataleta fuerte en forma de radicalización eventualmente
mortífera.
Sin embargo, la realidad es algo mucho más
compleja. Sí hay, aunque los medios no hablen mucho de ella, una cierta
movilización de musulmanes en Europa contra el fanatismo islamista. En el mismo
número del izquierdista Le Monde de este pasado viernes, el
universitario y presentador de televisión Abderrahim Hadifi escribió el
artículo Musulmans, changeons de logiciel! (Musulmanes, cambiemos de
lógica), un valiente texto impensable en un periódico progresista español en el
que Hadifi invitaba a los musulmanes a adaptarse a la nueva situación de alarma
en Europa, arguyendo que ya no vale con tan solo decir que el islam es una
religión de paz o que los terroristas no son musulmanes de verdad.
Les exige más, como por ejemplo que se
abstengan de rezar en la calle para evitar las sospechas en tiempos de cólera.
Traería paz a la sociedad y sería un gesto simbólico de compromiso con los temps
de troubles. Así mismo, les pide que reconsideren su manera de vestir, asegurando
que el uso del velo integral es una manera de rechazar la convivencia y
excluirse de la sociedad que ''se ha convertido en la suya''. Finaliza pidiendo
que se deje de dar crédito a los radicales que enajenan a la juventud,
metiéndolos en una burbuja identitaria mortífera; y que más bien se organicen
charlas con el resto de la sociedad sin anteponer a todo debate su identidad
religiosa.
El presentador Hadifi cita incluso al sabio
cordobés Averroes (1126-1198) con su frase de que ''La verdad no se contradice
jamás, es testimonio de ella misma'', para justificar que la sociedad francesa
y su secularización son un producto de una historia larga de emancipación de
hombres y mujeres. Para legitimar su 'presencia', Abderrahim Hadifi exige a los
musulmanes que tomen el tren de la historia con una locomotora que marche en la
misma dirección que lleva la sociedad en la que se asientan.
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