Artículo de Rafa G. García de Cosío
Corría el minuto 85 del partido entre Portugal
y Polonia, este pasado jueves. El balón estaba en el aire, como suele ser el
caso de los equipos cansados que van empatando, y de repente todos los
jugadores se pararon. La cámara se deslizó a la izquierda y de un momento a
otro el telespectador pudo ver a un espontáneo saltando al terreno de juego
vestido con la camiseta de la selección portuguesa. Estaba escapando de, al
menos, ocho agentes de seguridad que, desde la perspectiva del que ve el
partido desde casa, parecían unos completos inútiles. El energúmeno llegó casi
al centro del campo antes de ser derribado.
El narciso que salta a un campo de fútbol
disfruta especialmente de su minuto de gloria porque todos los placeres se
disparan exponencialmente. No es sólo el placer de contemplar cómo se
multiplica el número de personas que lo ven y en ocasiones jalean, ni los
focos, ni las personalidades (también curiosonas) del palco, ni el árbitro que
ordena la expulsión, ni siquiera esa adrenalina de verse perseguido por varias
personas vestidas de uniforme, no es solo esto.
Resulta que el narciso es consciente de que su
insignificante persona, su irrelevancia infinita, su yo rutinario es
capaz de apoderarse, de manera casi gratuita, de la atención de un evento con
relevancia indiscutible. El jueves no se estaba jugando un amistoso, ni eran
dos selecciones cualquiera. Dos buenos equipos peleaban, en los últimos
minutos, por meterse en semifinales de una competición internacional. Sí, los
últimos minutos. Porque esa es otra: el narciso es ante todo un vividor, y si
va a liarla a un estadio, que sea siempre en los minutos finales, para no
perderse nada del partido.
EL GRAN PARTIDO DE ESPANA
España juega ahora mismo un partido transcendental. Es el
partido que nos enfrenta, al mismo tiempo, a distintos contrincantes. El país
se enfrenta al nacionalismo más agresivo de las últimas décadas; a un
terrorismo global, brutal, indiscriminado e imprevisible; a un drama económico
que aboca a la hucha de las pensiones a agotarse en menos de dos años; a graves
problemas educativos, de competitividad, de relevancia en el Mundo. Y, por
supuesto, en este partido no podía faltar nuestro espontáneo, Pedro Sánchez.
El
PSOE vive, si cabe, momentos aún más críticos que los de España. Y lo
alucinante es que nadie parece verlo en sus entrañas. Es totalmente inaudito en
Europa que un partido que pierde casi la mitad de sus diputados en un septenio
(de 169 en 2008 a
90 en 2015) mantenga a su líder al frente. Pero lo que es surrealista, casi de
tebeo, es que tras seis meses de falta de acuerdo, unas nuevas elecciones
quiten a ese partido otros cinco diputados y todos sigan tan contentos.
Porque
lo normal en Europa, si tomamos el ejemplo de Alemania en 2013, donde el
candidato socialdemócrata Peer Steinbruck también se negó (fiel a sus
principios, desde antes de celebrarse las elecciones) a una coalición
con Merkel, es que el candidato desautorizado dimita y su sucesor facilite lo
que la ciudadanía, la economía y las distintas partes e intereses de la
sociedad reclaman: el acuerdo de los llamados partidos burgueses o populares. O
es que ninguno de nosotros se ve forzado a trabajar cada día con distintas
personas, en nuestra rutina, aunque piensen o actúen de manera diferente? Qué
es esa chorrada de decirse cercano al pueblo y luego mostrarse incapaz de
ceder?
El
líder del PSOE, Pedro Sánchez, es el perfecto ejemplo de espontáneo que salta
al campo cuando más tensa está la cosa,es decir, cuando más se están jugando
los verdaderos protagonistas del partido. Creo que no me equivoco si digo que
no ha habido en los últimos 40 años -desde los Pactos de la Moncloa- ni habrá en las
próximas dos décadas otra oportunidad más clara para que los dos principales
partidos populares del país (PP y PSOE), necesitados de socios, se pongan de
acuerdo con esa chispita regeneradora, aun algo extinguida, de Ciudadanos.
Extinguida por sus pactos locos en ciertas autonomías, pero chispita después de
todo, viendo el resto del panorama. Una mesa de tres patas -PP, PSOE y
Ciudadanos- podría traer no solo reformas, sino también aquello de lo que más
necesita el país: unidad, claridad, esfuerzo y mirada centrada en el futuro.
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