Artículo de Luis Marín Sicilia
“La pendiente autodestructiva de la sociedad, que todo populismo lleva
en sus genes, nada tiene que ver con la voluntad regeneradora de la política”
“Quienes se proclaman partidos constitucionalistas están llamados, a
partir de la misma noche del 26 de junio próximo, a abordar las reformas que la
sociedad demanda, constituyendo un gobierno fuerte para llevarlas a cabo”
“Entre susto o muerte el socialismo español tendrá que decidir el
futuro entre lo que piensa su militancia y lo que de él esperan sus votantes”
Con el talante altivo, totalitario e inquisidor que le
caracteriza, el personaje dictó sentencia: "Llevamos jueces, fiscales y
guardias civiles en nuestras listas que están deseando recibir órdenes de nuestro
gobierno para meter en la cárcel a nuestros adversarios políticos", que
para estos "demócratas" son todos los que no piensan como ellos. Con
palabras similares a las entrecomilladas, pero más contundentes, se pronunció
el cobrador de informes ignotos ocultados al fisco. Y como Monedero va de
"podemita" sobrado, arremetió después con el Rey Felipe VI, en un
tono despectivo, intolerante y desvergonzado que acredita la catadura moral del
personaje.
A estos les da igual la reacción condenatoria de todas las asociaciones de jueces y fiscales por lo que tales expresiones suponen de ataque a la independencia del poder judicial. Tienen muy claro, para eso asesoraron a Chávez y Maduro, que una vez en el poder, no hay más poder que el suyo. Porque lo que representa Podemos es algo fuera de la lógica democrática y de la construcción ideológica de un programa alternativo. La pendiente autodestructiva de la sociedad, que todo populismo lleva en sus genes, nada tiene que ver con la voluntad regeneradora de la política.
Lo grave de la situación española es que hay una cuarta parte de ciudadanos que comulgan con ese impulso rupturista de nuestra convivencia, inspirado tan solo en un revanchismo ciego, impropio de una sociedad madura. Parece inútil, a juzgar por lo que dicen las encuestas, llamar a la sensatez a quienes, aún percatándose de la descomunal mentira que se esconde tras la oportunista verborrea del populismo, están decididos a lapidar con su voto a un sistema al que culpan de todos sus males. Una pléyade de descontentos, surgidos de los más variopintos sectores, han encontrado en esa amalgama de organizaciones que es Podemos el instrumento para vengar sus muchas frustraciones, sin importarle las consecuencias porque lo único que buscan es fastidiar a "los otros".
Y ante esta tesitura, el partido socialista más debilitado de la reciente historia española tiene la responsabilidad enorme de garantizar la permanencia del sistema surgido de la Constitución de 1978, o caer en la tentación, atraído por la inercia del poder, de abrir una espita por donde salten las compuertas de esa norma suprema cuyos candados quieren romper sus potenciales aliados. Los de la vieja guardia del PSOE sostienen que jamás su partido facilitará un gobierno de quienes quieren destruir el sistema que ellos construyeron. Otros más jóvenes, criados en las ventajas que tal sistema ha implantado, apelan a la militancia para hacer posible un gobierno dizque de izquierdas, como si los populismos tuvieran ideología, a la que consideran un mero pretexto movedizo para su único fin que es la conquista irreversible del poder.
Esta situación endiablada que dibujan las encuestas, en un momento de enormes posibilidades inversoras para España, cuando habíamos abandonado la UCI de la crisis, puede provocar una inestabilidad institucional que dé al traste con la recuperación de la actividad económica y del empleo. Quienes se proclaman partidos constitucionalistas están llamados, a partir de la misma noche del 26 de junio próximo, a abordar las reformas que la sociedad demanda, constituyendo un gobierno fuerte para llevarlas a cabo. Y deben hacerlo desde el trabajo silencioso, donde se superen viejas rencillas, porque lo que está en juego es el futuro de España como nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones.
Es cierto que los particularísimos, los intereses de partido y otras cuestiones menores serán un obstáculo en las negociaciones. Pero no es menos cierto que estamos ante la última posibilidad de que los españoles mantengan un mínimo de confianza en la categoría de su clase política. Los partidos que creen y respetan la Constitución deben saber que, en este momento trascendental de nuestra historia, lo importante no es lo que piensen sus bases sino lo que desean los ciudadanos.
El mejor consejo a los responsables de los partidos, especialmente a los del PSOE, es que escuchen el parecer, no tanto de sus militantes, que al fin y al cabo aspiran a tocar poder, sino indagar lo que piensan sus votantes, para los cuales el pacto hipotético con Unidos Podemos es ampliamente rechazado. Entre susto o muerte el socialismo español tendrá que decidir el futuro entre lo que piensa su militancia y lo que de él esperan sus votantes.
A estos les da igual la reacción condenatoria de todas las asociaciones de jueces y fiscales por lo que tales expresiones suponen de ataque a la independencia del poder judicial. Tienen muy claro, para eso asesoraron a Chávez y Maduro, que una vez en el poder, no hay más poder que el suyo. Porque lo que representa Podemos es algo fuera de la lógica democrática y de la construcción ideológica de un programa alternativo. La pendiente autodestructiva de la sociedad, que todo populismo lleva en sus genes, nada tiene que ver con la voluntad regeneradora de la política.
Lo grave de la situación española es que hay una cuarta parte de ciudadanos que comulgan con ese impulso rupturista de nuestra convivencia, inspirado tan solo en un revanchismo ciego, impropio de una sociedad madura. Parece inútil, a juzgar por lo que dicen las encuestas, llamar a la sensatez a quienes, aún percatándose de la descomunal mentira que se esconde tras la oportunista verborrea del populismo, están decididos a lapidar con su voto a un sistema al que culpan de todos sus males. Una pléyade de descontentos, surgidos de los más variopintos sectores, han encontrado en esa amalgama de organizaciones que es Podemos el instrumento para vengar sus muchas frustraciones, sin importarle las consecuencias porque lo único que buscan es fastidiar a "los otros".
Y ante esta tesitura, el partido socialista más debilitado de la reciente historia española tiene la responsabilidad enorme de garantizar la permanencia del sistema surgido de la Constitución de 1978, o caer en la tentación, atraído por la inercia del poder, de abrir una espita por donde salten las compuertas de esa norma suprema cuyos candados quieren romper sus potenciales aliados. Los de la vieja guardia del PSOE sostienen que jamás su partido facilitará un gobierno de quienes quieren destruir el sistema que ellos construyeron. Otros más jóvenes, criados en las ventajas que tal sistema ha implantado, apelan a la militancia para hacer posible un gobierno dizque de izquierdas, como si los populismos tuvieran ideología, a la que consideran un mero pretexto movedizo para su único fin que es la conquista irreversible del poder.
Esta situación endiablada que dibujan las encuestas, en un momento de enormes posibilidades inversoras para España, cuando habíamos abandonado la UCI de la crisis, puede provocar una inestabilidad institucional que dé al traste con la recuperación de la actividad económica y del empleo. Quienes se proclaman partidos constitucionalistas están llamados, a partir de la misma noche del 26 de junio próximo, a abordar las reformas que la sociedad demanda, constituyendo un gobierno fuerte para llevarlas a cabo. Y deben hacerlo desde el trabajo silencioso, donde se superen viejas rencillas, porque lo que está en juego es el futuro de España como nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones.
Es cierto que los particularísimos, los intereses de partido y otras cuestiones menores serán un obstáculo en las negociaciones. Pero no es menos cierto que estamos ante la última posibilidad de que los españoles mantengan un mínimo de confianza en la categoría de su clase política. Los partidos que creen y respetan la Constitución deben saber que, en este momento trascendental de nuestra historia, lo importante no es lo que piensen sus bases sino lo que desean los ciudadanos.
El mejor consejo a los responsables de los partidos, especialmente a los del PSOE, es que escuchen el parecer, no tanto de sus militantes, que al fin y al cabo aspiran a tocar poder, sino indagar lo que piensan sus votantes, para los cuales el pacto hipotético con Unidos Podemos es ampliamente rechazado. Entre susto o muerte el socialismo español tendrá que decidir el futuro entre lo que piensa su militancia y lo que de él esperan sus votantes.
¿De veras está en juego, como se dice en el artículo, el futuro de España como nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones? ¿Dónde está esa España? Yo no veo en mi país igualdades por ninguna parte. Viene el lobo, estoy de acuerdo, pero para asustar a los niños no hace falta inventarse cuentos.
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