Artículo de Manu Ramos
No. Es una palabra categórica, adverbio de negación. Una
frase en la que se incluye el “no” es automáticamente recibida por nuestro
cerebro como algo rechazable, adverso, antipático. Vender la negación siempre
fue complicado para los publicistas puesto que siempre es más fácil que se
atienda a un mensaje positivo que a uno negativo. Probablemente al haber
comenzado este párrafo con la palabra “no” el resto esté resultando poco
atractivo, incluso.
Es difícil demostrar la inexistencia de algo, la negación de
algo. No me refiero a lo contrario sino a la absoluta falta de conexión con la
realidad de cualquier cosa. Se suele decir que la carga de la demostración cae
en el individuo que afirma. Por eso si alguien afirma que hay democracia en
España, cae sobre su espalda la carga de demostrar dónde está la democracia.
Aunque habría que empezar, como siempre, por tener claro qué es democracia.
Pero volvamos al “no”.
Existe una película, llamada “No” (2012) en la que
se cuenta cómo se organiza una campaña publicitaria que propugna el
"No" al plebiscito chileno de 1988. Es un caso de la venta de una
idea, a través de conocido márquetin, en la que se defendía una negación en
contra de la dictadura de Pinochet. Uno de los pocos casos en los que triunfó
esta acción política, que al menos se manifestaba en la introducción de una
papeleta en una urna, aunque fuera para negar con esa misma acción.
El problema en la acción política viene cuando se trata de
negar pero con una aparente inacción. Hablo de la abstención que todos
los partidos dicen temer tanto. Algo tendrá el agua cuando la bendicen,
dice el refrán. Si tanto miedo causa la abstención (que en principio no
beneficia ni perjudica a nadie) es quizá necesario reflexionar sobre esa acción
política tan loable y digna como es quedarse en casa el día en que el Estado
nos dice que hay que ir a votar.
Pero siempre queda la duda sobre esa falta de movimiento,
esa falta no de acción sino de activismo. El ser humano se mueve por estímulos
de todo tipo pero los primarios son los más potentes. La inmensa mayoría de
esos estímulos vienen por la vista y lo que no se ve es como lo que no se
conoce. La abstención no se ve, tampoco se palpa. Sin embargo los partidos
estatales le tienen pavor.
Los abstencionarios, que no abstencionistas, tenemos varios
problemas en cuanto a la percepción por los sentidos. No hemos tenido nunca una
representación unívoca. La abstención suele provenir de decisiones
individuales, por motivos muy diversos y no encaminada, por tanto, hacia un fin
político concreto. De esta forma no se ha podido rentabilizar la inmensa
abstención que ha habido en España, máxime cuando el censo electoral es el
censo de la población, es decir, no hay que inscribirse para votar. Todos los
españoles en edad y capacidad están inscritos como votantes, gratis y con
muchas facilidades. De esta forma el no ir a votar es algo dolorosísimo para la
partidocracia habiendo puesto las cosas tan fáciles. Negar el voto al estado de
partidos es un golpe muy fuerte a la legitimidad del régimen. Pero no hay
todavía un grupo conformado dentro de la legalidad vigente como receptor de esa
parte de los votantes: los no votantes.
Pero es muy complicado mantener una organización como esa
puesto que dentro de los abstencionarios encontramos, por ejemplo, a los
anarquistas que dejan de votar no como medio para poder votar cuando haya
democracia, sino porque la abstención es consecuencia directa de su ideología.
Por este motivo sería imposible dirigir una acción abstencionaria que hiciera
confluir estos objetivos políticos (la eliminación del estado) junto con otros
fines (instaurar la democracia en España, por fin). Así que el grupo que
consiga arrogarse la fuerza moral, la capacidad deslegitimadora de la
abstención dejaría a los partidos secos de votos. Nadie excepto los
beneficiados directamente por los partidos políticos se atrevería a votar para
no ser señalado como un corrupto más. Hoy esto se camufla con diferentes
colores y con una suerte de rito que no sirve para nada pero que es muy
vistoso: meter un papel en una urna. ¿Representación? Ninguna.
Aun así, ese rito visible, esa “fiesta de la democracia” es
mucho más fácil de vender que el “no”, que todavía se confunde con la acracia,
con la falta de ideales (¡!) cuando los que verdaderamente carecen de ideales
son los partidos políticos actuales. Verdaderas máquinas de márquetin y de
cambio de chaqueta. Habría que vender correctamente el NO a la partidocracia
con esa abstención masiva, deslegitimadora, fuerte, terminante, definitiva.
Yo digo “no”. Un “no” que es más que una palabra, es acción.
Una leve puntualización; cuando dices que los españoles en edad y capacidad inscritos como votantes, gratis y con muchas facilidades son todos tengo que discrepar. La gran mayoría del cada vez mayor colectivo de expatriados somos abstencionarios forzados.
ResponderEliminar"Así que el grupo que consiga arrogarse la fuerza moral, la capacidad deslegitimadora de la abstención dejaría a los partidos secos de votos."
ResponderEliminarEse grupo ya existe o existirá, pequeño (miles) pero en continuo crecimiento: el MCRC.