Artículo de José Antonio Peña
Fíjense cómo con
ese discurso Unidos Podemos va consiguiendo ya ser visualizado, aún a falta de
tres semanas para las elecciones, sí o sí, como el segundo partido, sea o no el
segundo en número escaños. Pero sobre todo consigue que ya haya ciudadanos que
comiencen a cuestionar a priori el verdadero resultado del 26-J… siempre y
cuando éste no sea favorable a Unidos Podemos, claro. Verás, Pablo, el sistema
electoral español es manifiestamente mejorable (por cierto, no se os ve, ni a
C’s, por la labor de suprimir o reducir sustancialmente el número de avales que
muchos partidos han de recabar para concurrir electoralmente… ¿o es que sois
ya neocasta?), pero de ahí a tener
en cuenta votos en vez de escaños para establecer quién será segundo, y a hacer
interpretaciones y re-interpretaciones libres de lo que en realidad han votado
los ciudadanos, va un trecho que ya sabemos tú pretendes pasarte por el forro
de Gramsci (compañero de Mussolini en el ala radical del Partido Socialista
Italiano en 1914, antes de que el Duce fundase el Partido Nacional
Fascista y Gramsci el Partido Comunista Italiano, valga la redundancia).
Entre tanto, PP, PSOE y C’s -valgan
nuevamente las redundancias- se encuentran cada vez más agobiados por el
Frankenstein de Unidos Podemos,
de autoría socialdemócrata, que, para mayor presión, a ratos asegura ser eso,
socialdemócrata, concretamente en versión nórdica (el 6 de junio, en el Ritz de
Madrid, Iglesias afirmó que Marx y Engels también fueron socialdemócratas, lo
cual le está muy bien empleado a la socialdemocracia). ¿Sabrán Pablo y la
cuadrilla socialdemócrata multicolor que los países nórdicos hace ya treinta
años comprendieron que, o acometían reformas en clave liberal, o se veían
hundidos por la socialdemocracia?; ¿sabrán que Dinamarca es uno de los países
del planeta con mayor libertad económica, prácticamente empatado con Estados
Unidos, y que carece de salario mínimo, mientras que Venezuela es el tercer
país con menor libertad económica, por delante de Cuba y Corea del Norte?;
¿sabrán que los demás países nórdicos, pese a mantener un estado mastodóntico
que los lastra, se encuentran a la cabeza en libertad económica y han
generalizado los copagos sanitarios, o que las pensiones suecas se encuentran
parcialmente capitalizadas? Porque, claro, al igual que puede verse últimamente
en los actos de Unidos Podemos la gloriosa bandera soviética, todo el mundo
sabe que no hay balcón que se precie en Copenhague u Estocolmo que no luzca
orgulloso hoz y martillo.
Igualmente, cualquiera que haya viajado a
Oslo se habrá encontrado una ciudad empapelada con fotos del Che y de Chávez, y a nadie se le escapa que el finlandés
de bien envidia no tener un sindicato como el SAT para okupar tierras finesas en desuso.
De modo que PP, PSOE y C’s, sentados sobre un barril de pólvora espoleados por
los comunistas de Unidos Podemos, continúan rebuscando en la chatarra
programática socialista abandonada por los propios nórdicos para continuar con
el vergonzante aquelarre de promesas, propio de un país a la deriva y
desguazado por un fascismo fiscal que la socialdemocracia ha logrado infligir a
la sociedad y que la mayoría asume acrítica o resignadamente. Promesas todas ellas propias de trileros
que pretenden además engañar necesariamente a alguien: o a la
ciudadanía, o a Bruselas -instancia
socialista cuya gran contribución a la libertad es obligar a los gobiernos que
no reducen gastos a incrementar impuestos-, o a ambos. Resulta inconcebible que
a estas alturas buena parte de la ciudadanía trague aún con que se va a aumentar el gasto sin aumentar los
impuestos, o aumentándoselos sólo a otros (el rico, que ya a estas alturas según la
socialdemocracia es aquel que come tres veces al día). Que la propuesta de la
socialdemocracia para aumentar, por ejemplo, el 1 % la cuantía de las pensiones
(sepan de una vez por todas que el sistema de pensiones está quebrado) sea
detraer previamente vía impuestos ese 1 % a los jubilados para luego
devolvérselo en la paga, convierte en sofisticado cualquier episodio de
Barrio Sésamo, y al bueno de Coco en Oppenheimer.
Mientras no
logremos que la ciudadanía entienda que la única manera para detener la
hemorragia es una drástica disminución de impuestos para todos, para los que
tienen más y para los que tienen menos, y la liberalización de la economía,
todo irá a peor. Entretanto, es necesario ir acorralando moral, intelectual y
políticamente al socialismo obligándole a responder con absoluta claridad y
precisión (queda invalidadas por tanto como respuestas la
naturaleza social del ser humano o su pertenencia a una comunidad política) a esta cuádruple
pregunta, sencilla pero certera: ¿cuántos impuestos tiene que pagar al estado
cada ciudadano, en función de qué, para pagar qué cosas, y por qué razón tiene
que hacerlo?
(“El Herald Post”, junio de
2016)
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