Artículo de José Luis Roldán (Max Estrella)
Estamos hartos
de advertir a los ingenuos, en una especie de letanía pagana, que abandonen
toda esperanza de cambio en la política española. La política en este país está
concebida –usando la expresión acuñada por Spinoza- “sub specie aeternitatis”,
es decir, como aquello en lo que el tiempo jamás provoca cambio alguno. La viva
refutación de Heráclito y cuantos le siguieron. Aquí, la dialéctica de Hegel le
hubiese valido a éste ser contratado en el Club de la Comedia. Y no me explico
que, con tantos marxistas (carlistas, no grouchistas) como aquí tenemos, no
hayan mandado a Marx y Engels a los albañiles, el materialismo dialéctico a la
mierda y luego se hayan suicidado. Aquí, en la política, nada cambia por la
naturaleza de las cosas. Aquí los cambios siempre se han hecho del mismo modo
que la morcilla: con sangre. Lo demás, las más de las veces, ha quedado
reducido a ligeras variaciones. Ahora no va a cambiar la cosa.
De modo que
quienes piensan, esperan y desean que las urnas traigan algo diferente están
muy equivocados.
El cambio
necesario para superar este estado de cosas ruinoso y antidemocrático debería
consistir –a grandes rasgos- en hacer eficientes y sostenibles económicamente
las estructuras político-administrativas –ningún país puede permitirse por
mucho tiempo cuatro administraciones territoriales, 18 parlamentos, 18
gobiernos, 50 diputaciones y cabildos, 500.000 cargos públicos, etc.-; en
instituir una verdadera separación de poderes -“que el poder frene al poder” como
afirmó Montesquieu-; en aprobar una ley electoral que garantice la democracia
representativa, es decir, la facultad de los ciudadanos de elegir -y destituir-
a sus gobernantes; y, por último, en devolver a los individuos y a la sociedad
civil los derechos y la posición que el colectivismo y el Estado
ultraintervencionista les han usurpado.
Ninguno de estos
cambios vendrá de la mano de quienes son los artífices del sistema vigente:
Partido Popular y Partido Socialista. Ambos han tenido la ocasión de cambiar
las cosas y, sin embargo, por el contrario, lo que han hecho ha sido reforzar
el sistema: multiplicar las estructuras político-administrativas, parasitarlas,
enterrar a Montesquieu y, en suma, privilegiar su posición oligárquica.
Rajoy ha
demostrado ser tan inmovilista -o tan cobarde- como aquél del que hablaba
Borges: un pájaro anidaba en la quietud de su pecho horizontal.
Y qué esperar de
Pedro estornudo. Es un pitagórico, en el sentido de que es la reencarnación de
Zapatero. Tan ambicioso, tan sectario, tan rencoroso y, probablemente, tan
inútil. Pero, en todo caso, tan lúcido como para no acabar con un sistema que
posibilita que gente como ellos puedan llegar a presidentes del Gobierno.
En cuanto a los
nuevos partidos autoproclamados regeneracionistas, estos “renovadores de la
nada” -como llamó entonces Txiqui Benegas a otros que se les parecían-, ya han
dado muestras, en cuanto han tocado poder, que su discurso no se compadece con
sus actos.
¿Puede, acaso, a
estas alturas, esperarse algo de Ciudadanos, que sostiene al régimen más
incompetente y corrupto que ha conocido la historia de España?
Y lo mismo
sucede con Podemos Unidos, un partido o movimiento, o como quieran llamarse,
que no es sino la nueva careta que enmascara al partido Comunista de España
-que sabe desde hace tiempo que de ir a cara descubierta sería tragado por el
sumidero de la Historia, como ha sucedido a todos los comunismos de los países
occidentales desarrollados-, y a esa nueva casta oligárquica de demagogos
populistas que vienen con el discurso de la regeneración democrática pero que
en el fondo -como han demostrado- son tan corruptos, tan déspotas y tan
nepotistas como la casta que critican, con la agravante de que tienen las manos
manchadas con el dinero sangriento que reciben de regímenes totalitarios y
sanguinarios que los financian y apoyan.
Así las cosas,
la única esperanza tal vez consista en lo que el gran Ortega ya advirtió, esto
es, en el inmenso poder destructor de los demagogos. Sólo queda confiar en que
la irresponsabilidad de los demagogos termine estrangulando al país. Entonces,
si aprendemos la lección, puede que otras generaciones conozcan,
resurgida de sus cenizas, una España mejor.
(Publicado en el blog Ídolos y Llantos, mayo
de 2016)
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