Artículo de Luis Marín Sicilia
“El partido morado, que previamente se "maduró" a IU, ha
visto el campo abonado de la socialdemocracia huérfano de liderazgo y, con la
desenvoltura y desvergüenza con que viene cambiándose de chaqueta, ha decidido
ocupar el espacio moderado del centro izquierda abandonado por los de Sánchez”
“No es de extrañar en un país que, lo mismo que mandó a Chikilicuatre
para competir en Eurovisión, podría seleccionar a un grupo de enredadores
zascandiles para que lo gobierne”
“Personalidades solventes comienzan a plantearse que, si de verdad los
españoles quieren caldo, hay que darles dos tazas”
El debate a cuatro de los aspirantes a presidir el Gobierno
de España ha acreditado dos formas de entender la política. Para unos, gobernar
no es un divertimento sino una labor constante, aburrida a veces, pero que sólo
produce satisfacción por sus resultados. Para otros, preñados de su fuerza
juvenil, política y excitación es lo mismo hasta el extremo de convertir los
platós televisivos en vibrantes espectáculos. Para aquellos, lo fundamental es
apelar a la estabilidad como garantía de culminar la senda de la recuperación.
Para estos, todo consiste en provocar el cambio aunque no se especifique muy
bien en qué consiste.
Convencido de que sin estabilidad es imposible progresar adecuadamente y que la incertidumbre y los experimentos decimonónicos nos llevan a la regresión económica y al desastre social, prefiero detenerme en lo que la proclama del cambio supone para quienes la propugnan. Y la conclusión es tan evidente que, aparte de palabrería fútil y propuestas demagógicas de imposible cumplimiento, los defensores del cambio reducen el mismo a lo que ya se ha convertido en su base programática: "echar a Rajoy".
En efecto, reducir el cambio a echar a Rajoy fue el paradigma propuesto desde el 21 de Diciembre por Pedro Sánchez, a quien el otro profeta, Pablo Iglesias, le ha cogido la delantera y se ha comido la merienda de tan "suculento" manjar como es sustituir al presidente del Gobierno de España. Es lo que tiene jugar a rencoroso, olvidando que España es un país lleno de envidiosos y donde, de seguro, siempre habrá alguno más listo que te sobrepase en la administración del rencor. Sin segundas intenciones podemos decir que los morados tienen "maduro" el "sorpasso" de la izquierda.
El mayor problema para la estabilidad y el futuro democrático de España es la pérdida de identidad del partido socialista, iniciada con Zapatero y profundizada por un Pedro Sánchez que, en su ambición desmedida, abandonó el centro sociológico para inclinarse hacia el extremo populista, cayendo en la trampa de disputarle ese espacio a Podemos. Lógicamente, el partido morado, que previamente se "maduró" a IU, ha visto el campo abonado de la socialdemocracia huérfano de liderazgo y, con la desenvoltura y desvergüenza con que viene cambiándose de chaqueta, ha decidido ocupar el espacio moderado del centro izquierda abandonado por los de Sánchez.
Si el secretario general del PSOE hubiera aceptado los consejos de la vieja guardia de su partido, el 21 de diciembre habría sido el líder de la oposición a un gobierno débil del PP, con el que habría consensuado reformas de regeneración y progreso como precio a su abstención en la investidura, y habría consolidado su papel de líder de la izquierda democrática en una legislatura necesariamente corta por la configuración parlamentaria. Por contra ahora, además del enorme daño infringido con una legislatura fallida, su papel, de confirmarse las encuestas y si los suyos no lo impiden, será el de palmero y sostén del nuevo populismo, disfrazado de socialdemocracia, que auspicia Pablo Iglesias.
Los riesgos que se derivan del 26 J, que ya alertan y alarman a los inversores extranjeros y a los empresarios españoles, incluidos autónomos y pymes, son la ausencia de claridad sobre el horizonte político que nos depararán las urnas. Si se abandona la disciplina presupuestaria y se interrumpe el proceso de reformas estructurales, lo más probable es que el ciclo económico ahora favorable sufra un frenazo considerable que impida la definitiva salida de la crisis.
Lamentablemente Pedro Sánchez ha pretendido competir con el populismo, olvidando el papel desempeñado por la socialdemocracia española desde 1978. La gestión pública del interés general no es un camino de rosas como pretenden los catálogos divulgados por los podemitas. Pedro Sánchez ha caído también en la trampa de almibarar con propuestas "guais" productos livianos dirigidos a un público poco exigente, dispuesto a tragarse lo que sea "por tal de echar a Rajoy". No es de extrañar en un país que, lo mismo que mandó a Chikilicuatre para competir en Eurovisión, podría seleccionar a un grupo de enredadores zascandiles para que lo gobierne.
El verdadero cambio del que habla el líder socialista hubiera sido, no el de confundirse en su negatividad con los farsantes populistas, sino el de mantener las señas de identidad socialdemócratas defendiendo el mercado, el equilibrio presupuestario y las reglas del sistema. Tal como hicieron los gobiernos de Felipe González, que fue investido presidente con el eslogan del cambio, y a fe que lo consiguió con medidas homologables a las de las democracias más avanzadas. Por contra, Sánchez no entiende más cambio que el regresivo populista y el de quitarse de enmedio a Rajoy.
Muchos notables del socialismo español ya advierten de que "pactar con quienes son incompatibles con las reformas que España necesita es el camino seguro al desastre económico y social". Quienes sugirieron y asesoraron al gobierno de Chávez las políticas que han llevado a Venezuela a la ruina y el descrédito, no son los mejores compañeros de viaje en cualquier labor ejecutiva. Ya el "Circle de Economía" advirtió a Pedro Sánchez sobre sus regodeos con Podemos que su esfuerzo "era para nada" y que "había dado la mano a quien ahora se la come".
Hay quien opina que el cabreo de mucha gente hace que no se atienda a razones sobre los efectos demoledores del populismo. Quizá estén en lo cierto, conociendo a un país que se da por pagado con la satisfacción de fastidiar al de arriba. Es la milenaria venganza social que tan inserta está en nuestro ADN. Por ello, si los peores augurios se cumplieran, asistiríamos a partir del 27 J a un juego que divierte a los españoles: inestabilidad política, mociones de censura, caída de unos para poner a otros, leyes y más leyes para no cumplir las anteriores, elecciones anticipadas... No se abordarán los problemas reales de los ciudadanos, pero estos políticos que hemos encumbrado con nuestro voto se "divertirán" a nuestra costa.
Advierten sorprendidos algunos analistas que la benevolencia sobre Podemos, a quienes se le perdona todo, se acabará cuando toquen poder y se encuentren con la realidad, porque, hasta ahora, todo en ellos es ficción y engaño envuelto en una espléndida propaganda. Su política es tan desmontable como los muebles de IKEA que han utilizado. Hablan de "gente", "pueblo", "patria", "país"... conceptos líquidos y ambivalentes para eludir compromisos concretos. Visitar su hemeroteca de los últimos cuatro años es comprobar la inconsistencia y el oportunismo de sus líderes.
Personalidades solventes comienzan a plantearse que, si de verdad los españoles quieren caldo, hay que darles dos tazas. Frivolizar sobre el cambio como se viene haciendo, y comprar la burra podemita, puede servir para vacunarnos de una vez por todas. No se trata de miedo ni de alarmismo, sino de un pragmatismo sin mácula. Subsidios para los pobres, subida de pensiones para jubilados, reducción de jornada y aumento de sueldo a los trabajadores, empleo en las administraciones para los parados, derecho de autodeterminación a los independentistas... populismo vacío de ideas para decirle a cada uno lo que quiere oír. Eso es el partido morado.
Si la Unión Europea nos aguanta en el experimento y el daño no es tan grave como para que nos echen, una vez vivida la decadencia que nos espera volveremos al bipartidismo imperfecto, ahora denostado, con más fuerza y convicción y con la lección bien aprendida. La segunda vuelta como método de selección de nuestra verdadera voluntad se impondrá a quienes, arteramente, pretenden interpretarla.
Convencido de que sin estabilidad es imposible progresar adecuadamente y que la incertidumbre y los experimentos decimonónicos nos llevan a la regresión económica y al desastre social, prefiero detenerme en lo que la proclama del cambio supone para quienes la propugnan. Y la conclusión es tan evidente que, aparte de palabrería fútil y propuestas demagógicas de imposible cumplimiento, los defensores del cambio reducen el mismo a lo que ya se ha convertido en su base programática: "echar a Rajoy".
En efecto, reducir el cambio a echar a Rajoy fue el paradigma propuesto desde el 21 de Diciembre por Pedro Sánchez, a quien el otro profeta, Pablo Iglesias, le ha cogido la delantera y se ha comido la merienda de tan "suculento" manjar como es sustituir al presidente del Gobierno de España. Es lo que tiene jugar a rencoroso, olvidando que España es un país lleno de envidiosos y donde, de seguro, siempre habrá alguno más listo que te sobrepase en la administración del rencor. Sin segundas intenciones podemos decir que los morados tienen "maduro" el "sorpasso" de la izquierda.
El mayor problema para la estabilidad y el futuro democrático de España es la pérdida de identidad del partido socialista, iniciada con Zapatero y profundizada por un Pedro Sánchez que, en su ambición desmedida, abandonó el centro sociológico para inclinarse hacia el extremo populista, cayendo en la trampa de disputarle ese espacio a Podemos. Lógicamente, el partido morado, que previamente se "maduró" a IU, ha visto el campo abonado de la socialdemocracia huérfano de liderazgo y, con la desenvoltura y desvergüenza con que viene cambiándose de chaqueta, ha decidido ocupar el espacio moderado del centro izquierda abandonado por los de Sánchez.
Si el secretario general del PSOE hubiera aceptado los consejos de la vieja guardia de su partido, el 21 de diciembre habría sido el líder de la oposición a un gobierno débil del PP, con el que habría consensuado reformas de regeneración y progreso como precio a su abstención en la investidura, y habría consolidado su papel de líder de la izquierda democrática en una legislatura necesariamente corta por la configuración parlamentaria. Por contra ahora, además del enorme daño infringido con una legislatura fallida, su papel, de confirmarse las encuestas y si los suyos no lo impiden, será el de palmero y sostén del nuevo populismo, disfrazado de socialdemocracia, que auspicia Pablo Iglesias.
Los riesgos que se derivan del 26 J, que ya alertan y alarman a los inversores extranjeros y a los empresarios españoles, incluidos autónomos y pymes, son la ausencia de claridad sobre el horizonte político que nos depararán las urnas. Si se abandona la disciplina presupuestaria y se interrumpe el proceso de reformas estructurales, lo más probable es que el ciclo económico ahora favorable sufra un frenazo considerable que impida la definitiva salida de la crisis.
Lamentablemente Pedro Sánchez ha pretendido competir con el populismo, olvidando el papel desempeñado por la socialdemocracia española desde 1978. La gestión pública del interés general no es un camino de rosas como pretenden los catálogos divulgados por los podemitas. Pedro Sánchez ha caído también en la trampa de almibarar con propuestas "guais" productos livianos dirigidos a un público poco exigente, dispuesto a tragarse lo que sea "por tal de echar a Rajoy". No es de extrañar en un país que, lo mismo que mandó a Chikilicuatre para competir en Eurovisión, podría seleccionar a un grupo de enredadores zascandiles para que lo gobierne.
El verdadero cambio del que habla el líder socialista hubiera sido, no el de confundirse en su negatividad con los farsantes populistas, sino el de mantener las señas de identidad socialdemócratas defendiendo el mercado, el equilibrio presupuestario y las reglas del sistema. Tal como hicieron los gobiernos de Felipe González, que fue investido presidente con el eslogan del cambio, y a fe que lo consiguió con medidas homologables a las de las democracias más avanzadas. Por contra, Sánchez no entiende más cambio que el regresivo populista y el de quitarse de enmedio a Rajoy.
Muchos notables del socialismo español ya advierten de que "pactar con quienes son incompatibles con las reformas que España necesita es el camino seguro al desastre económico y social". Quienes sugirieron y asesoraron al gobierno de Chávez las políticas que han llevado a Venezuela a la ruina y el descrédito, no son los mejores compañeros de viaje en cualquier labor ejecutiva. Ya el "Circle de Economía" advirtió a Pedro Sánchez sobre sus regodeos con Podemos que su esfuerzo "era para nada" y que "había dado la mano a quien ahora se la come".
Hay quien opina que el cabreo de mucha gente hace que no se atienda a razones sobre los efectos demoledores del populismo. Quizá estén en lo cierto, conociendo a un país que se da por pagado con la satisfacción de fastidiar al de arriba. Es la milenaria venganza social que tan inserta está en nuestro ADN. Por ello, si los peores augurios se cumplieran, asistiríamos a partir del 27 J a un juego que divierte a los españoles: inestabilidad política, mociones de censura, caída de unos para poner a otros, leyes y más leyes para no cumplir las anteriores, elecciones anticipadas... No se abordarán los problemas reales de los ciudadanos, pero estos políticos que hemos encumbrado con nuestro voto se "divertirán" a nuestra costa.
Advierten sorprendidos algunos analistas que la benevolencia sobre Podemos, a quienes se le perdona todo, se acabará cuando toquen poder y se encuentren con la realidad, porque, hasta ahora, todo en ellos es ficción y engaño envuelto en una espléndida propaganda. Su política es tan desmontable como los muebles de IKEA que han utilizado. Hablan de "gente", "pueblo", "patria", "país"... conceptos líquidos y ambivalentes para eludir compromisos concretos. Visitar su hemeroteca de los últimos cuatro años es comprobar la inconsistencia y el oportunismo de sus líderes.
Personalidades solventes comienzan a plantearse que, si de verdad los españoles quieren caldo, hay que darles dos tazas. Frivolizar sobre el cambio como se viene haciendo, y comprar la burra podemita, puede servir para vacunarnos de una vez por todas. No se trata de miedo ni de alarmismo, sino de un pragmatismo sin mácula. Subsidios para los pobres, subida de pensiones para jubilados, reducción de jornada y aumento de sueldo a los trabajadores, empleo en las administraciones para los parados, derecho de autodeterminación a los independentistas... populismo vacío de ideas para decirle a cada uno lo que quiere oír. Eso es el partido morado.
Si la Unión Europea nos aguanta en el experimento y el daño no es tan grave como para que nos echen, una vez vivida la decadencia que nos espera volveremos al bipartidismo imperfecto, ahora denostado, con más fuerza y convicción y con la lección bien aprendida. La segunda vuelta como método de selección de nuestra verdadera voluntad se impondrá a quienes, arteramente, pretenden interpretarla.
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