Artículo de Paco Romero
“¿Si les repele el símbolo de tantos
males, por qué lo ambicionan, por qué lo celebran?”
“Para Nietzsche, el amor y el odio no son ciegos, sino que están
cegados por el fuego que llevan dentro”
“En el mundo del fútbol no debe dejarse pasar la oportunidad de que en
la próxima temporada un Palamós-Barcelona se convierta en un derbi nacional como pocos”
Si, como se afirma, el fútbol es fiel reflejo de la
sociedad, lo de las ansias de independencia “real” de los catalanes se
convierte en la farsa más perversa que se haya tenido ocasión de contemplar. Si
la pretendida “desconexión de España” es su principal prioridad, solo cabe
pronosticar su fracasado desenlace. Anteayer, con el Vicente Calderón
convertido en parlamento improvisado de Las Españas (Hispaniarum), quedó plasmada la absoluta
dependencia -sumisión casi- al Estado español de los que dicen querer decidir
por su cuenta los destinos de su gente.
Igual que el FC Barcelona -genuino rey de copas con sus 28 títulos-
no es el mismo sin la Copa del Rey, los dirigentes catalanes no son nadie sin el
ministerio de Montoro, sin las ubres del Estado que les amamanta, sin ese
enemigo perfecto a quien achacarle todos los abominables males que sus excelsas
bondades son incapaces de mitigar siquiera.
Los cabecillas de la movida independentista son conscientes
de que la mejor forma de mamar sin miedo al destete es continuar -ora pasito
adelante, ora pasito atrás- amenazando con su marcha, sabedores de que el día
que lo consiguieran se les acabaría el chollo y, por consiguiente, sin enemigo
aparente al que culpar, tendrían que ponerse a trabajar, a dejar de vivir del
cuento y a presentar cuentas de resultado, lo que a todas luces resulta más embarazoso
que la perenne escenificación victimista a la que nos tienen a todos sometidos.
Sus reivindicaciones, por otra parte, no acabarían ahí:
Valencia, Baleares y el Bajo Aragón serían sus subsiguientes exigencias;
Cerdeña y el Reino de Nápoles no tardarían en formar parte de ellas. Todo ello
sin olvidar que, por aquello de la intentada catalanidad de Colón o de Cervantes, sus ansias imperialistas
llegarían por el sur hasta Despeñaperros.
Descendiendo del plano general al particular, lo que ocurre
con el FC Barcelona, principal embajador del prusés en el mundo, plasma una esquizofrenia colectiva digna de
analizar: en el ámbito del deporte resulta ser el único caso de un colectivo
que ansía -con sólidos argumentos en forma de plantilla millonaria- el título
que le reconozca como el mejor de una competición a la que, por otra parte,
odian. ¿Si les repele el símbolo de tantos
males, por qué lo ambicionan, por qué lo celebran? La explicación
necesariamente ha de encontrarse en la psiquiatría freudiana.
La coexistencia del odio
y el amor no pasó desapercibida para
el padre del psicoanálisis, quien definió la cuestión con el término de
“ambivalencia emocional”, una pulsión que forma parte de nosotros y, a lo que
se ve, de esta pandilla de cínicos que no puede evitar sentirlos
simultáneamente, aunque ello les provoque malestar. En la ambivalencia, el
amor y el odio, no se sustituyen, sino que pueden convivir juntos sin
desplazarse el uno al otro. Se necesitan, se retroalimentan. Según la psicología tradicional y “la de andar por
casa”, lo lógico sería despreciar, no ansiar, aquello a lo que se odia. En
ocasiones, las personas con depresión, esquizofrenia, psicosis o neurosis y, a
lo que se ve, los culés-nacionalistas (inmensa minoría de los que en el mundo
son), muestran un comportamiento ambivalente digno de estudio.
El ambivalente, según explican los tratados de psiquiatría,
comienza a desconfiar de sí mismo para, finalmente, ya no saber lo que siente o
deja de sentir. Esto da lugar a la ansiedad y a la soledad que pueden
desembocar en una profunda depresión. No se odia a quien se desprecia; se odia a quien se estima igual o superior.
Para Nietzsche, “el amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el
fuego que llevan dentro”, magnífico aserto que explicaría categóricamente lo que
se cuece en el ideario de la deriva nacionalista.
Las esteladas, el ultraje al himno y a los símbolos de la
nación, el desprecio hacia el resto de los españoles, han sido la comidilla de
los últimos días. El FC Barcelona, en lugar de aprovechar su magnificencia para
ensanchar aun más su grandeza, ha elegido el camino de la enorme pequeñez,
prestándose “de gratis” a las cuitas del nacionalismo que lo usa a su antojo
con grave quebranto de las decenas de miles de seguidores extremeños o
manchegos, de los millones de culés
que en el mundo son y serán.
Llegada es la hora de cortar definitivamente los vuelos a
quienes conviven a gustito con nosotros mientras ocupan el ancho del embudo y
se muestran resabiados y molestos cuando se trata de la solidaridad interterritorial.
En el mundo del fútbol no debe dejarse pasar la oportunidad de que en la
próxima temporada un Palamós-Barcelona se convierta en un derbi nacional como pocos o que un Barça-Mollerussa sea el foco de
atención del universo futbolístico
mundial.
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