Artículo de Rafa G. García Cosío
El señor Dieter Schwarz se balancea en los rankings de
patrimonio entre los tres hombres más ricos de Alemania. No es para menos, es
el dueño de Lidl. Como el gobierno alemán da ventajas fiscales a este malvado y
despiadado millonario, ello le permite tributar en su país y crear miles de
puestos de trabajo -más ahora con la expansión en curso en Estados Unidos-
además del mantenimiento de fundaciones y universidades con salarios y
presupuestos desorbitados.
Un empleado con un buen sueldo es un empleado feliz. Pero
sobre todo, un empleado que puede gastarlo luego.
Yo fui empleado de una de estas universidades financiadas
con dinero del señor Schwarz. Gracias a él, pude vivir los últimos años
independientemente por primera vez en mi vida, además de pagarme un master de
categoría y ahorrar para mis viajes.
En enero fueron 3.000 euros en viajes los que se esfumaron.
Reconozco que la cosa se fue de las manos, pero oye, fueron seis países:
Georgia, Armenia, Dubai, Omán, Ucrania y Baréin. Y además prácticamente lo
repartí todo entre gente, por lo general, siempre más pobre que yo. Bueno,
quizá exceptuando Baréin.
Sí, han leído bien. Lo repartí yo todo, sin que el Estado
hiciera nada. El Estado alemán ya me sablea todos los meses, aunque, debo
reconocer, no me quejo tanto como me quejaría en España: el abono anual de la
piscina en Alemania me cuesta 215€, que es lo que suele costar un trimestre en
cualquier piscina española. Es decir, que los impuestos alemanes luego
repercuten claramente en una mejor calidad de vida.
Pero a lo que iba. Quiero demostrarles que el dinero,
gastado libremente por su portador y sin intervención del Estado, también ayuda
-y mucho- a sacar a la gente de la pobreza.
He elaborado una lista de gastos, de cabeza, sin echar
cuenta a algunos de los tickets que aún tengo en casa. Unos gastos que han
hecho a otras personas un poco más ricas a cambio de hacerme a mí un poquito
más pobre:
1- Dos noches de hotelito miserable en Tiflis. Con mi
estancia, sé que contribuí, por ejemplo, al sueldo del recepcionista y las
limpiadoras en plena temporada baja. Además, el taxista del aeropuerto, con un
coche que estaba en las últimas, me cobró 10€. I made his day.
2- Dos noches en un hotel aún en obras en la estación de
esquí de Bakuriani. El hotel era familiar, y acabé haciéndome amigo del hijo.
Nunca viene mal tener clientes que están dispuestos a pagar por una instalación
que aún no se ha terminado.
3- Estación de esquí: no solo los encargados de los
remolques, también los que alquilaban el equipo apreciaron mi dinero, el que me
pagaba el señor Schwarz.
4- Aquel taxista de Bolnisi que me llevó al hospital y luego
a un par de iglesias en las montañas por 13€. El mejor día de su vida, sin
duda.
5- El humilde conductor de taxi-furgoneta que me llevó a
Armenia por 6€.
6- Todos los puestos de comida y restaurantes, que no se me
olvide, en Georgia. Todos regentados por gente pobre que solo hablaba ruso.
7- Más de lo mismo en Armenia: bares, supermercados,
albergues, clubes, minibuses, entradas a monasterios y souvenirs en los templos.
8- Hotel de Dubai, familiar (familia de inmigrantes indios),
regular, pero con una cama cómoda, que era todo lo que necesitaba. Estuvieron
encantados con mi visita. Al final quisieron timarme y cobrarme más, pero mi
libertad me permitió elegir otro hotel más caro, pero mejor.
9- Camiseta falsa de España en el zoco de Dubai, 6€. Los
inmigrantes de la tienda, encantadísimos. Libros en el Dubai Mall, 50€. Comida
rápida en un restaurante regentado por inmigrantes filipinas o indias, al menos
otros 100€ para toda la semana.
10- Viaje a Omán: personal de aeropuerto, taxistas, pequeñas
empresas de alquiler de coches, dueños de albergues en el desierto, etc. Todo
un pastón por una buena causa.
11- Esos dos hombres ucranios que, en la Plaza del Maidán de
Kiew, me ponen palomas alrededor del cuerpo a cambio de dos euros...
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