Artículo de Manu Ramos
En mi camino por abandonar la
indignación y empezar a conocer cuáles son las causas de la constante lluvia de
casos de corrupción, mis reflexiones me han llevado a recalar sobre la pasión
de corromperse, la más extendida en la partidocracia pues la falta de libertad
política es precisamente lo que fomenta esta debilidad humana. Podemos decir
que es la pasión dominante en el panorama español: tanto la de corromper como
la de corromperse. Y no es la indiferencia la que ha promovido el desarrollo de
la corrupción sino que ha sido la corrupción misma la que ha producido la
indiferencia. Ante la mentira fundadora de la transición del 78, la
insensibilidad moral es lo que ha permitido evitar la confesión de la
impotencia para afrontar la verdad. La impotencia para decidir ser libre. Los
electores pueden seguir votando al partido del crimen o al que viene a
relevarlo. Su apatía moral ha surgido de la erosión de las conciencias por los
deseos depravados tanto de satisfacer los placeres superficiales como la de
simplemente estar tranquilos, que lo dejen en paz. Nadie quiere darse cuenta
de que los políticos se corrompen siempre que tienen ocasión y poder para ello.
El cinismo del español prefiere creer que son ángeles, los más ingenuos. Otros,
conociendo los mecanismos de las prebendas simplemente esperan tener su ocasión
para corromperse ellos mismos.
Primero hay que separar la
corrupción personal, la concreta. La motivada por asuntos personales. Por otro
lado la corrupción que es denunciada desde el sentimiento religioso. No me
refiero a esos tipos de corrupción. La corrupción a la que me refiero es la que
va contra el sentido común, un sentido común no como instinto de la naturaleza
sino como formación intelectual, como resumen del trabajo histórico del
pensamiento y la experiencia. De él recibimos la habilidad para tener criterio
de orden biológico en la vida social y la jerarquía de valores culturales en
los sentimientos de comunidad.
Teniendo claro, entonces, que
no estamos hablando ni de la corrupción de la materia (tratada por la física)
ni de la corrupción del espíritu (tratada por la religión): ¿qué corrompe la
corrupción política?
El origen de la corrupción
política, cuando hay libertades, está en la ausencia de un ideal en los
propósitos de la vida común, en la falta de espiritualidad en la acción
política. Y para que no se entienda la palabra espiritual como algo desprovisto
de intereses materiales, como podría entenderse la espiritualidad religiosa,
por ejemplo, o para que tampoco se entienda como algo engañoso al modo de las
ideologías, quiero dejar claro que me refiero a la espiritualidad al modo en
que en política se conoce como “espíritu público” o res publica. Cuando
falta el espíritu público entonces se alimentan las pasiones insaciables de
poder y de placer personal en la sociedad.
El espíritu público no es lo
que hoy se conoce como opinión pública. Esto último es lo que teme el corrupto
sin principios. Tampoco es lo que se denomina como “interés público” de la ley,
vulnerado por el funcionario prevaricador. La Revolución Francesa trajo consigo
este concepto, el de espíritu público, corrompiéndolo y malinterpretándolo
junto con su perversa idea de “salud pública”.
No son estos conceptos
abstractos a los que me refiero. Resulta un hecho paradójico que sea el
despreciado “sentido común” el único criterio de que disponemos para saber qué
es y qué no es corrupción. Nos referimos al sentido común como un hecho
profundo, ese que no coincide jamás con la opinión común, ni con fanatismo ni
con misticismos. Fuera del alcance del mundo científico, jurídico o artístico.
Esos órdenes pertenecen a una espiritualidad superior a la política, pero no
pueden ser del orden común. Por eso es frecuente que los genios de una
espiritualidad elevada afronten asuntos de la cotidianeidad de formas y maneras
que podríamos calificar de idiota. No es necesario señalar a científicos o
artistas que no tienen remota idea de política. La pedantería y la
sofisticación no superan en ellos la vulgaridad de sus serviles opiniones de
esclavo.
La sofisticación es el gran
enemigo del espíritu público. Lo único que pone orden en la amalgama de sofisticación
política e intelectual, lo único que funciona con arreglo al verdadero valor
que tienen las cosas en el sentido de la vida, en plena vorágine de la acción,
en plena confusión entre medios y fines, es el tan poco usado sentido común.
Aquí es necesario hacer una
referencia al que izó la bandera de dicho sentido, el inglés Thomas Paine,
durante la primera guerra de independencia de una colonia. En su famoso libro “El
sentido común”, comienza con esta clarividente aclaración inicial:
“Algunos escritores han
confundido en tal forma la sociedad con el gobierno como para dejar poca o
pequeña distinción entre ambos, a pesar de que no sólo son diferentes sino que
tienen distintos orígenes. La sociedad es producida por nuestras necesidades
y el gobierno por nuestra maldad; la anterior promueve nuestra felicidad
positivamente al unir nuestros afectos, el posterior negativamente
restringiendo nuestros vicios. La una alienta el intercambio, el otro crea
distinciones. La primera es un protector, el último un castigador.
La sociedad, en cualquier
estado es una bendición, pero el gobierno, aun en su mejor estado, no es sino
un mal necesario; en su peor estado, uno intolerable: pues cuando sufrimos, o
estamos expuestos a las mismas miserias por un gobierno que podríamos esperar
en un país sin gobierno, nuestra, calamidad es acrecentada al reflexionar que
nosotros proveemos los medios por los
cuales sufrimos”
Se comprueba en este texto cómo
la defensa del sentido común, el que surge de la sociedad, de la vida, es el
arma indicada contra la corrupción política, desbocada en un gobierno sin
control. Gobierno como mal necesario, que comprende y nos recuerda la tendencia
natural a la corrupción. Es el sentido común el que, en una sociedad con
libertad política así como con libertades cimentadas en dicha base necesaria,
el que fortalece el criterio sobre las tendencias a lo que García-Trevijano denomina
como “mundanalidad”. No confundir con mundanidad. En la mundanidad hay una
comprensión y estimación de los valores
sociales, a través de las debilidades humanas que los acompañan o producen. Las
personas que comprenden la mundanidad, saben comportarse en toda clase de
situaciones sociales porque han adquirido el hábito de permanecer indiferentes
ante la corrupción de personas y círculos de poder o prestigio. Conocen los
chismes de la vida ajena, pero ni los disfrutan ni los difunden. Simplemente
van a lo suyo.
La mundanalidad, tiene
en común con la mundanidad que se ocupa de las vidas ajenas, pero a diferencia
de ésta, la mundanalidad hace del chisme, de la anécdota, el centro de la vida.
Una vida sin esperanzas de encontrar sentido más allá del comentario de la
anécdota, de lo marginal. No es la curiosidad, ni siquiera hay un intercambio.
La mundanalidad en la sociedad es la demagogia de la igualdad amorfa. Un
entretenimiento nacido de la transición que distrae y aleja el espíritu público
de la libertad. No se trata de denunciar la vulgaridad de los objetos de las
pasiones populares, ni la mediocridad de las ilusiones que padecen los
españoles. Por muy lamentable que sea la degradación de las costumbres
populares, se hace necesaria la existencia de una mentalidad de élite que
señale estos comportamientos. Lo paradójico es que la entendida como élite
cultural de la transición es la que se ha encargado de crear el ambiente
propicio para la ostentación en la comisión de delitos económicos, la
indiferencia ante el mal comportamiento público, la condescendencia con el
corrupto, en general.
Es, precisamente apoyada en la
pretendida élite cultural, como la corrupción ha encontrado su coartada social
y visto alentada su razón de ser, libre de toda cortapisa que pudiera
contraponer el sentido común al que aludimos. La clase política del Estado de
partidos no habría llegado a las cotas de corrupción que sufrimos si no tuviera
la asistencia partidista de unos tribunales y unos medios editoriales
corrompidos a su vez por el sistema de nombramiento y concesión.
Por eso el análisis de la
corrupción política debe centrarse en el comportamiento innoble de la clase
dirigente, porque ha sido dicho comportamiento el que ha fomentado en los
votantes, a través del ejemplo de las más altas autoridades del Estado y la
selección cultural de contenidos degradantes en los medios de comunicación. Sin
audiencia en los grandes canales de información, las pocas voces culturales que
osan cuestionar el sistema de poder político y denuncian su falsedad desde el
punto de vista de la libertad política y la necesidad de la sinceridad que la
democracia formal comporta, carecen de eficacia.
No obstante, y para dejar un
halo de esperanza, existen miles, incluso millones de españoles que aún
conservan su conciencia moral individual. Españoles que no votan. Quizá sus
voces no son bien oídas hoy, pero se van aglomerando para tener un lugar común
dentro de la sociedad donde compartir su necesidad de abstenerse de esta farsa.
Este será el verdadero motor del movimiento de liberación de la
servidumbre voluntaria que sostiene el dominio de la oligarquía partidista
instalada en el Estado.
No hay tanta corrupción, Manu. Esto que está ocurriendo es otra muestra de que España vive encerrada en sí misma todavía. Quiero decir, sí, hay corrupción, y hay que luchar contra ella sin prisa pero sin pausa. Pero no hay tanta como para tenerla siempre en la portada de la prensa. La única explicación es que la usamos de nuevo para lanzarla como una piedra contra el oponente.
ResponderEliminarHola, Rafa: no puedo entender que digas que no hay tanta corrupción. ¿Es en serio? La corrupción está extendida en todos los órganos del Estado. La corrupción no es sólo económica, sino que se da en toda decisión torcida, que persigue fines espurios, algo parecido a lo que en Derecho se conoce como "desviación de poder", pero llevado a todos los ámbitos. Y hoy, en España, estamos invadidos.
EliminarDecía el otro día un dirigente de Ciudadanos que los altos cargos "investigados" por prevaricación no deben cesar, porque prevaricar no es corrupción. Tamaña estupidez no tiene cabida en una democracia seria. Prevaricar, malversar, nepotismo (una lacra), cohecho, desviación de poder, son sólo algunos ejemplos de lo que padecemos, pero no los únicos. No hay más que leer mi artículo "Bandidos y estúpidos en los partidos", o el resto de artículos, o asistir a mi conferencia sobre la corrupción (y yo no soy periodista ni político que lanza piedras a los oponentes) para darse cuenta hasta donde alcanza la corrupción en España.
Corrupción no es sólo enriquecerse personalmente o a los suyos. Es mucho más. Y si no llegamos a entender el daño que los corruptos están haciendo al Estado y a la sociedad misma, estamos perdidos sin lugar a dudas.
Rafa, suelo coincidir contigo en algunas ideas, pero en esta de la corrupción discrepo absolutamente. No es que no haya tanta corrupción, es que hoy, a mi juicio, junto a la falta de responsabilidad individual y de libertades (todos conexos), es uno de los problemas más graves que padecemos en España.
Un abrazo.
Ya. No hay tanta corrupción. Claro.
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