Artículo de Luis Marín Sicilia
“Los andaluces inmigrantes, junto a otros muchos procedentes de otras regiones, hicieron posible con su trabajo el enorme despegue de Cataluña en los años del desarrollismo franquista”
“Muchos andaluces, hijos de la emigración, cayeron en la fe del
converso, esa especie que lleva al que la experimenta a sentirse más
profundamente identitario que ningún otro, buscando en el subconsciente el
reconocimiento de los prebostes del nacionalismo”
“Los otros andaluces seguirán en su deriva, pero el pueblo andaluz ha
digerido tantas civilizaciones y tantas culturas que ha aprendido a relativizar
el valor de todas ellas y ese es el crisol de su sabiduría”
Después de que Sánchez, Iglesias y Rivera hayan visitado al Presidente de la Generalitat señor Puigdemont, es éste el que, en consideración que le honra a los usos políticos, ha solicitado entrevistarse con el Presidente en funciones del Gobierno de España, señor Mariano Rajoy. La normalidad en las formas debe ser el preludio del entendimiento en el fondo.
La complejidad catalana y el papel de ciertos andaluces en la misma sería bueno analizarla a la luz de hechos y circunstancias relativamente recientes. En 1958 el que luego sería "molt honorable", Jordi Pujol, publicó un libro sobre "La inmigración, problema y esperanza de Cataluña", en el que, tras tildar a los andaluces de incoherentes, anárquicos, inmaduros, ignorantes y miserables cultural, mental y espiritualmente, concluía afirmando que, "si un día llegasen a dominar Cataluña, la destruirían". Republicado el libro en 1976, Pujol nunca censuró las afirmaciones en él contenidas, aunque publicó un artículo aclaratorio.
Acorde con las mentalidades identitarias y ultranacionalistas, la política educativa catalana ha sobrepasado el loable empeño de impartir una lengua y una cultura propia, digna del respeto y admiración del conjunto de españoles, convirtiéndose en un instrumento de invasión ideológica y de adoctrinamiento que ha rebasado las fronteras del ámbito académico para monopolizar, regada convenientemente con ayudas, subvenciones y privilegios, todos los sectores sociales, particularmente los medios de difusión escritos y audiovisuales. Y lejos de buscar el entendimiento en la diversidad, la realidad ha desembocado en la confrontación y el descrédito de quienes, con ellos, compartimos siglos de historia y vivencias profundas de raíces comunes.
Los andaluces inmigrantes, junto a otros muchos procedentes de otras regiones, hicieron posible con su trabajo el enorme despegue de Cataluña en los años del desarrollismo franquista, especialmente generoso en las inversiones de aquella zona. El papel de aquellos andaluces fue visto con cierta prevención por el nacionalismo que, no obstante, tal como lo analiza Francisco Candel en su obra "Los otros catalanes", buscó la forma de integrarlos con la fórmula atractiva diseñada por Pujol de que catalán es "todo aquel que vive o trabaja en Cataluña". Este fue un primer paso, muy acertado, para que nadie se sintiese extraño. Después vino la inmersión lingüística, legítima y conveniente...
Pero más tarde, un eslabón más, se pasó al adoctrinamiento sin miramientos, la exclusión o el olvido de principios constitucionales, la lectura sesgada de la historia, el señalamiento como malos catalanes de quienes, además de serlo y sentirse orgullosos de ello, participaban también del sentimiento de ser españoles. Tan disparatada ha sido esta deriva que un reciente libro tilda de "colaboracionistas del régimen colonial español y opresores del pueblo catalán" a personalidades que han paseado con enorme éxito y orgullo su condición catalana como Josep Pla, Samaranch, Cambo o Porcioles o los más recientes Boadella, Azúa, Rosa Regas, Chacón, Roca Junyent o Duran Lleida.
Muchos andaluces, hijos de la emigración, cayeron en la fe del converso, esa especie que lleva al que la experimenta a sentirse más profundamente identitario que ningún otro, buscando en el subconsciente el reconocimiento de los prebostes del nacionalismo. La manipulación de la historia, la rebelión ante quienes dicen que les roban, el rechazo a lo que nos une, el agravio inventado y la búsqueda torticera de los culpables de sus desventuras en el resto de españoles, han llevado a muchos catalanes de raíz andaluza a planteamientos tan maximalistas que podríamos bautizarlos como "los otros andaluces", por contraposición a quienes, orgullosos de serlo, nos sentimos profundamente españoles.
Ante lo que Vázquez Montalbán llamaba "charnegos agradecidos", que provocaban la felicidad del nacionalismo, el profesor de catalán Royo Arpón dice que, estos otros andaluces "adoptan el catalán, quizá abominan del castellano y a menudo son los más catalanistas de la cuadrilla". "Ya que no soy catalán, para compensar, me haré catalanista", piensa el converso para el que la base de su pensamiento es el autoodio: "no ser catalán es un defecto de fábrica, una condición impresentable que hay que superar". Y así empiezan los "méritos" del converso que superan al original. Esta calificación del profesor Royo explica la actitud "rufianesca", valga su literalidad, de tantos advenedizos al nacionalismo.
El adoctrinamiento a ultranza de los grupos sociales procedentes de la inmigración suele tener resultados leoninos, máxime cuando se cae en la obsesión identitaria, la cual ha llevado a Cataluña a ser una de las zonas europeas con mayor número de musulmanes. Lejos de acoger a quienes, como los hispanoamericanos, tienen idioma, creencias y culturas compartidas, los estamentos oficiales facilitaron la entrada de quienes, por no saber español, aprenderían antes el catalán. Hoy hay más de un 20 % de población musulmana en muchas localidades catalanas, constituyendo auténticos guetos.
Según Armando Robles "algunos datos presagian el desastre al que se enfrenta Cataluña por renunciar a sus raíces hispanas". Más de 400.000 musulmanes no se integran, siendo Cataluña "la región europea con mayor número de salafistas". Para Robles los soberanistas catalanes, "en su odio enfermizo a España" han "cedido ante los liberticidas a fin de alcanzar la quimera secesionista".
Hoy Rajoy recibe a Puigdemont en un acto institucional que debiera ser el comienzo del deshielo de una situación no querida por los buenos españoles, que son mayoría entre andaluces y catalanes. La realidad histórica es que Cataluña, que tiene muchas quejas legítimas, no ha sido nunca víctima del conjunto de España. Ni los demás le hemos robado nada, ni se ha orillado una atención adecuada a sus necesidades. Franco colocó allí a dedo a importantes factorías. La nación entera apoyó con entusiasmo las Olimpiadas barcelonesas. Sus negocios fueron históricamente protegidos por aranceles. Es la única región que conecta por AVE todas sus capitales. El sistema autonómico financiero vigente lo pactó Zapatero con la Junta de Andalucía y la Generalitat catalana...
Lo que procede hoy es restañar heridas y mirar al futuro que solo nos puede deparar prosperidad si Cataluña vuelve a ser el ejemplo de tolerancia, libertad y modernidad que impulsaba el quehacer colectivo. Y en ese futuro los conversos de toda índole se darán cuenta de lo ridículo que resulta abdicar de las propias raíces para hacer méritos en su conducta ambiciosa.
Los otros andaluces seguirán en su deriva, pero el pueblo andaluz ha digerido tantas civilizaciones y tantas culturas que ha aprendido a relativizar el valor de todas ellas y ese es el crisol de su sabiduría. Nada hay más grande para los andaluces que la propia libertad y el respeto a la personalidad de cada uno. Su sabiduría consiste en saber entender a los demás sin confundirse miméticamente con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario