miércoles, 13 de abril de 2016

Interpretar voluntades


Artículo de Luis Marín Sicilia

“El fracaso de los pactos a tres, a cinco o a siete que Pedro Sánchez propuso era la muerte anunciada de una intentona fallida desde el principio”

“Los españoles no votaron cambio, pues si así hubiera sido el primer partido habría sido otro distinto. Lo que votaron fue pacto, entendimiento, construcción de un futuro menos sectario y más integrador, en línea con los usos de las democracias europeas”

“Interpretar la voluntad popular es algo más que repetir mantras y eslóganes desgastados por el uso arbitrario”


Una de las falacias más repetidas por los aspirantes a formar gobierno ha sido el mantra de que los ciudadanos habían pedido cambio en la última consulta electoral. Para justificar su ambición desmedida, el socialista Sánchez ha llegado a sentarse, pública o privadamente, con todo tipo de especímenes políticos, desde populistas antisistema a secesionistas empedernidos. La razón de todo ello, el único motivo de tales encuentros, era que había que dar satisfacción al deseo de cambio de los ciudadanos.

Repitiendo el eslogan de manera machacona, se evitaban estos "sénecas" del pensamiento débil, argumentar el tipo de cambio que pedía, según su opinión, el pueblo soberano. ¿Cambio? ¿A qué? ¿Hacia dónde? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Para qué? Estructurar adecuadamente la respuesta concreta a estos interrogantes era ya cuestión más complicada para esta caterva de nuevos adanes de la política.

El fracaso de los pactos a tres, a cinco o a siete que Pedro Sánchez propuso era la muerte anunciada de una intentona fallida desde el principio, si tenemos en cuenta la aritmética parlamentaria y los límites impuestos por el Comité Federal de su partido, que impedían el pacto con el PP, prohibían el aprovechamiento activo o pasivo de la actitud de los independentistas y negaban pactar con quienes propusieran referéndum de autodeterminación.

Si los socialistas de nuevo cuño hubieran hecho caso, desde el primer momento, al consejo de Felipe González y otros notables de su partido, se hubiera facilitado el gobierno en minoría del Partido Popular, solo o con Ciudadanos, mediante una abstención a cambio de una serie de reformas pactadas que debieran articularse en un par de años, tales como las dirigidas a garantizar el estado de bienestar, reforma electoral y de la Constitución, regeneración democrática y fortalecimiento de la independencia de las instituciones, bases para financiación adecuada de las autonomías y mecanismos para hacer frente al desafío soberanista, entre otras.

Nada de lo anterior ha sido posible y, casi cuatro meses después de las últimas elecciones, nos vemos abocados a una nueva cita electoral, salvo un pacto constitucionalista de última hora o una huida hacia adelante para construir un frente radical de izquierdas y secesionista, hipótesis ambas que romperían los límites impuestos a Pedro Sánchez por el órgano competente de su partido.

Todo lo acaecido debe enseñar a los protagonistas de este "desfile de modelos" que ha construido la nueva clase política, que los grandes pactos se hacen desde el trabajo silencioso y tesonero, sin brindis al espectáculo ni apelaciones simples que se atribuyan una interpretación de la voluntad popular a medida de sus intereses. Los españoles no votaron cambio, pues si así hubiera sido el primer partido habría sido otro distinto. Lo que votaron fue pacto, entendimiento, construcción de un futuro menos sectario y más integrador, en línea con los usos de las democracias europeas. Justo lo contrario de lo que han puesto en liza los protagonistas del espectáculo vivido.

Cualquiera que sea el final de este esperpento, y todo apunta a unas nuevas elecciones, algunas conclusiones habrán obtenido los ciudadanos de la conducta de cada cual. De una parte, los nuevos políticos han sobrevalorado el poder e influencia de los medios de comunicación y de los poderes financieros, pensando que unos y otros marcan la pauta del devenir político y olvidando que la sociedad española es más madura de lo que piensan. De ahí los escarceos programados y la sesión continua de vergonzosos sainetes conque nos han obsequiado.

De otra parte, Rajoy ha acreditado ser un veterano político que no se mueve de la lectura inicial que hizo del resultado electoral, ofreciendo sin ambigüedades el único pacto de estabilidad que sería posible con su formación y advirtiendo que la otra, intentada por Sánchez con populistas y secesionistas, no contaría con su apoyo. Como ha dicho un colaborador del Presidente, "que no se olvide que el tiempo de Rajoy es el de un opositor". Es decir, constancia, trabajo, esfuerzo y paciencia. Y su futuro y el de su partido lo decidirán, sin imposiciones, los propios interesados en el momento oportuno.

La singularidad de España, respecto al resto de países de la Unión Europea, es la confluencia de dos populismos, el podemita y el secesionista, lo que, en opinión del economista José Luis Feito, explica la profundidad de nuestra crisis. Para Feito ello se debe a que, con anterioridad al surgimiento de la crisis económica, en España se aplicaron medidas como las que ahora proponen los populistas, tales como las practicadas por Zapatero y el  "tripartito" en Cataluña. Ello agudiza las consecuencias de una política en la que confluyeran ambos populismos, que, no obstante, ha sido irresponsablemente intentada por Pedro Sánchez en sus contactos secretos.

El mayor reto que tiene el partido socialista, si quiere mantener la hegemonía de la izquierda española, es dejar claro que Podemos no es la izquierda, sino un populismo leninista, fiel a la doctrina de que lo primero es sustituir a la casta del sistema por la casta revolucionaria, tal como propugnaba su ideólogo. La clave del populismo es que adoctrina en la ficción y el engaño, y refutar mentiras es tarea ingente. Por eso, el populismo fracasa cuando se da de bruces con la realidad, pero ello se hace a costa del descalabro económico, el desconcierto social, la ruina y la miseria moral que provoca en la sociedad donde implanta su virus letal.

Interpretar la voluntad popular es algo más que repetir mantras y eslóganes desgastados por el uso arbitrario. Alejados, parece ser, del espectáculo de los pactos inacabados, podríamos reflexionar sobre cuatro cuestiones de actualidad que pongan a prueba nuestra sensibilidad democrática. Por ejemplo, podríamos hacernos, ante hechos concretos, las siguientes preguntas:

1) Rigor en prensa.- Los totalitarios siempre atacan la libertad en todas sus facetas, la primera la de prensa y de pensamiento, intentando el control de los medios. ¿Los podemitas gaditanos ya han empezado a hacerlo? ¿Rigor en prensa quiere decir censura previa? ¿La pondrán en práctica en cuanto alcancen el poder del Estado?

2) El teatro de los pactos.- En un país normal, con una democracia consolidada, ¿se habría dado la cobertura que los medios han prestado al teatro de los pactos? ¿No habrían dado la espalda, los profesionales de la información, a una clase política que, lejos de trabajar se dedica a la pose y al postureo? ¿Se han merecido los protagonistas del enredo tanta atención mediática?

3) Principios democráticos.- Las democracias representativas huyen de la demagogia asamblearia y son exquisitamente defensoras de sus principios. ¿Puede tolerarse que se articulen, desde la ilegalidad o la financiación externa, grupos con la pretendida y expresa misión de dinamitar sus principios y libertades? ¿Se sentarían los representantes políticos con los portavoces de la quiebra del sistema, para formar gobierno con ellos?

4) Honradez a prueba.- La palabra no sirve sin el ejemplo de la conducta. ¿Pueden dar lecciones de honradez y de defensa de la clase trabajadora los que, como Almodóvar, colocan sus ingentes cantidades procedentes del subvencionado cine español en paraísos fiscales? ¿Se puede presumir de izquierdismo podemita, como hace el exministro griego Varoufakis, y cobrar 50.000 € por conferencia para colocarlos en los paraísos fiscales de Omán?

Todas estas cuestiones deben despertar nuestra atención ante los falsos profetas del buenismo y ante los que interpretan nuestra voluntad a capricho de sus intereses. El sabio refranero español siempre dijo que "una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo". Por ello hay que tener cuidado con gente como aquel trilero, tan profesional como descarado, que cuando lo cogían en el engaño decía sin alterarse, "tú haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga". 




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