Artículo de Manu Ramos
El sueño de la partidocracia produce rotondas. Pero rotondas sin salida, sólo para volver atrás. De la ley a ley, dijo Torcuato. Del Estado al Estado, tomando la primera salida de la rotonda: la única. El esperpento diario de la colonización del Estado de la vida pública, el imperio del Estado sobre la nación, sólo puede observarse correctamente bajo una estética sistemáticamente deformada, pero no con espejos cóncavos como en la célebre obra de Valle-Inclán “Luces de Bohemia” sino con la mera contemplación del mobiliario público.
En esta noticia de ABC se da cuenta de la imagen esperpéntica de unos miembros del consistorio granadino de Maracena, gobernado por el PSOE, donde posan junto a un tobogán en pleno acto de inauguración. Ha faltado ver a algún concejal deslizándose por la “resbalaera” o “resbaleta” que dicen en algunos pueblos de Sevilla. La imagen es tan absurda como sólo la mecánica burocrática del Estado puede concebir. Recuerda a la famosa rotonda de Alhendín, donde 14 políticos quedaron inmortalizados en una instantánea del absurdo partidocrático.
Cuando los supuestos representantes de los españoles no son tal sino representantes de cada partido, se produce una desconexión con las necesidades y realidad de la sociedad. Estas escenas son síntomas de algo latente aunque sabido por cualquier ciudadano que así se precie: estos individuos no nos representan. Si cualquier encargado, con una espada de Damocles pendiente de su cabeza, desplegara semejante desfachatez con seguridad sería reprendido por su superior o al menos puesto en ridículo y degradado en casos flagrantes. La falta de responsabilidad y la seguridad de que el dinero es de otros lleva a los posados más indecentes a la luz de la opinión pública.
Realmente ¿para quién posan? ¿a quién mira un político español cuando sonríe a la lente de la cámara? ¿al votante? Desengáñese, no piensa nunca en esos españoles que aún votan, que aún creen que este sistema electoral es representativo. Más allá de esa fotografía hay un mensaje de lucha por el poder interno en el partido, una salvaje escalada que tiene como referente al jefe de la lista electoral. El todopoderoso jefe del partido. Es a él a quien miran. Es de él de quien quieren la sonrisa y la aprobación. No la de los votantes. Los partidos tienen asegurados ciertos porcentajes incluso a pesar de corrupciones tan grandes como la del PSOE con los GAL y Filesa (donde sacaron más de 9 millones de votos) o la del PP con Gürtel (donde han sacado más de 7 millones de votos). Esa es la verdadera legitimación del régimen, que la gente sigue votando a pesar de todo.
La vergüenza del esperpento es para los demás, como aquél que decía que no padecía de estrés pero era portador. La única consecuencia que puede sufrir a la larga -muy a la larga- el partido que resulta más ridiculizado es perder algo de cuota de poder. Cuota que puede ganar más adelante cuando sea el otro el que resulte más ridículo. Todos lo son, pues todos son partidos de Estado, pero algunos destacan en algunos momentos. La ridiculez está modulada por el cinismo de los españoles que toleran los desmanes de “su” partido mientras hacen burlas y chanzas del partido que ellos consideran contrario. La identificación con "el" partido lleva a justificarlo todo, a acompañar a los corruptos a la entrada de los juzgados a vitorearlos o darles abrazos y ánimos a la puerta de la cárcel.
En un sistema de elección política uninominal la responsabilidad del corrupto o del simple imbécil estaría bien acotada. Si no fueran partidos estatales ni listas confeccionadas por un jefe, cada diputado o representante político tendría que responder ante su electorado, ante su distrito. Ese distrito sería el espejo de la verdadera sociedad civil. En él se tendría que mirar y no en el espejo de las expectativas del partido. Mientras que no podamos escoger a nuestros representantes es absurdo votar. El juego está radicalmente trucado por estos estafadores que encima se ríen haciéndose fotos y desviando el dinero público a costa de endeudar a presentes y futuras generaciones.
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