Artículo de Eduardo Maestre
Los últimos tres meses de la vida política española,
más los dos que nos quedan hasta el 26 de junio, serán contemplados en el
futuro como los más pobres, nocivos y obtusos de nuestra historia política y
periodística.
Pobres, porque desde el 21 de diciembre de 2015 no ha
habido casi ningún hecho que pueda ser considerado aportador de
información acerca de lo que nos espera en la próxima legislatura. Nocivos,
porque la cantidad de soflamas, panfletos, pasquines y libelos que han corrido
por los medios -a cuenta precisamente de esa falta de verdaderos bits de información- han dañado sin duda no
sólo la imagen de todos los partidos que se enfrentaron en las elecciones
pasadas, sino el espíritu mismo de los ciudadanos, convertidos a nuestro pesar
en espectadores atónitos de barbaridades conceptuales sin fin. Y obtusos, romos
como tijeras embotadas, porque habrán sido cinco meses en los que no habremos
podido pinchar un concepto político serio ni recortar una estructura social que superponer, como las muñequitas de los antiguos recortables, al cuerpo en paños
menores de la España que tenemos, a fin de vislumbrar un futuro sin tinieblas.
Vueltas: esto es lo que llevamos dando a la realidad
política española. Vueltas y más vueltas. Cábalas, supuestos, posibilidades,
cuentas de la vieja; un presente lleno de quizases (qué feo palabro!) que de ningún modo
puede aspirar a arrojar luz sobre un futuro ignoto. Porque la capacidad de
imaginar una situación se fundamenta en plantar los pies sobre la sólida roca
de un presente mineral, y nunca en el pataleo vacilante que ofrece un éter
vaporoso oscurecido por gases tóxicos.
En estos tres -más dos- meses perdidos, tanto los
ilustres periodistas especializados como los humildes aficionados a glosar la
realidad habremos enlazado nuestras sinapsis de mil formas, intentando
desentrañar el resultado de combinar las fuerzas desatadas de la naturaleza
(Pablo Iglesias) con los últimos límites en la capacidad de humillación del
Hombre (Pedro Sánchez); habremos pretendido analizar las contorsiones de un
saltimbanqui desideologizado dando cabriolas al ritmo que se le marque (Albert
Rivera) mientras intentábamos comprender ese silencio sonoro en el que se
recorta la silueta de un león gordo y paciente (Mariano Rajoy), capaz de
agazaparse durante semanas, meses y hasta años sin mover una uña hasta que sea
el momento idóneo de saltar -sin saltar jamás!
Intento fallido, el nuestro! No vimos que era
imposible adivinar qué va a ocurrir; qué iba a ocurrir. Porque hemos enfocado
nuestros análisis desde una óptica newtoniana,
y a lo que nos enfrentábamos era a una realidad cuántica. Dicho de otro
modo: uno podía hacer cábalas sobre si Felipe González iba a pactar o no con
Jordi Pujol; si Aznar iba a mandar a los nacionalistas a hacer puñetas en la intimidad
o no; porque lo que salía de las urnas hace veinte, hace quince, hace diez años
era una materia orgánica que respondía a las leyes de la física
newtoniana, mientras que lo que tenemos hoy en el Parlamento español no es el
fruto de una volición política
ciudadana, sino el producto final de una campaña de márquetin
maravillosamente orquestada y que presenta la misma carga emocional que el
anuncio de la Coca-Cola por navidad. Y, todo hay que decirlo, la misma carga
política: ninguna! Su comportamiento, por lo tanto, es impredecible.
Es decir: hay elementos en las Cortes que no son políticos al uso; es
más: no representan ni
siquiera a su propio partido! El batiburrillo llamado Podemos, compuesto por el
núcleo duro de los bolivarianos de Iglesias más lo que ellos denominan las confluencias (como si confluir significara
discurrir de forma más o menos paralela sin
encontrarse nunca!), no es un partido político normal, sino una masa
heterogénea cuyo único punto común es el desprecio absoluto por las Leyes, las
Instituciones y la libertad de expresión! Y hay más de cien diputados dispuestos
a pactar con ellos!
De este modo, nuestras cuentas de la vieja no valen
nada; no han valido nada nunca; en ningún momento. Yo mismo, en este diario
digital, he dejado por escrito vaticinios muy diferentes, cábalas y hasta
profecías: he mantenido que íbamos a perder varios meses para acabar yendo a
elecciones de nuevo, y que a esas elecciones no iban a presentarse ni Rajoy ni
Sánchez como cabezas de lista de sus respectivos partidos, sino Soraya y
Susana; pero, pasados los meses, también he dicho que Pedro pactaría con Pablo
in extremis. Porque todo ha sido posible en un paisaje cuyas figuras, alejadas
de las verdaderas nociones de Política y Democracia, ven el consenso como algo positivo, el pacto como demostración de capacidad de
diálogo (qué será eso?) y los
apaños como muestra de
flexibilidad, cuando la realidad es todo lo contrario; al menos, en Política.
Además, están los lugares comunes, esas trampas para
vagos mentales en las que el común de los españoles se deja atrapar -empezando
por los periodistas que las difunden- sin plantearse el grado de estupidez que
contienen. Veamos algunos ejemplos: “el
mandato de la ciudadanía ha sido claro: que los diferentes partidos nos
pongamos de acuerdo”. Menuda majadería! Qué estupidez es ésta? Yo no he
votado a quien voté para que se pusiera de acuerdo con su adversario, sino para
que ganara las elecciones e impusiera, a través del Poder, la línea de
actuación económica y social que me parecía más acorde con mi forma de pensar
el mundo! Los ciudadanos no hemos encargado a nadie que abarate su programa,
recorte sus aspiraciones políticas (las nuestras, depositadas en las urnas!) y
se amolde a las de otra formación completamente distinta!
Otra majadería: “los
partidos que han intentado pactar son los únicos que han demostrado
responsabilidad política”. A mi juicio, tanto los socialistas como los… (no
sé cómo llamarlos! Su ausencia de dirección política me lo impide!) …los de
Ciudadanos, con ese pacto que han ido ofreciendo como una tarta de azúcar fondant en el pabellón de los diabéticos
extremos, han dejado claro que no creen ni han creído jamás en sus propios
parámetros políticos. Si eres socialista, eres socialista! Pactar con un
batiburrillo socialdemócrata o democristiano como Ciudadanos minimiza la acción
socialista que la verdadera izquierda (la espantosa izquierda melancólica)
necesita para ir metiendo en cintura al ciudadano hasta despojarlo de su
capacidad de iniciativa, último objetivo del verdadero socialismo. Por otra
parte, decir sí a las políticas de gasto e impuestos del socialismo destruye el
núcleo íntimo de un partido conservador y pretendidamente liberal (que no es
tal, como se ve en Andalucía) como el de Rivera. Por ello, y aunque entre
vecinos de un mismo bloque o entre miembros de un club de pesca el limado de asperezas puede ser una señal de inteligencia y
no menoscaba la integridad individual, en las lides políticas son cañas que se
vuelven lanzas y se clavan mortalmente tanto en la idiosincrasia como en la
imagen pública de los partidos que la practican.
Para colmo, y por si alguien tenía dudas, en estos
cinco meses (de los cuales, tres ya han transcurrido) los políticos electos
habrán ahogado en una bañera, entre estertores y arañazos terminales, varios
conceptos: la integridad ideológica, con todo lo que ello conlleva de
contradicción; la dignidad personal del cabeza de lista; la homogeneidad
interna de los partidos, y la representatividad del ciudadano.
La integridad ideológica ha quedado herida de muerte.
Y conste que yo, que jamás me he podido adscribir -ni externa ni internamente-
a ideología alguna porque no creo que la Inteligencia pueda vivir en un búnker
asentado y apartado del Todo, en cierto modo respeto y casi siento
conmiseración por aquéllos que ven el Universo desde su parcela acotada y llena
de alambres de espinos. Por ello, y pese a carecer de lo que comúnmente se
conoce como ideología (ideología
comunista; ideología socialista, conservadora, socialdemócrata…), creo que
aquéllos que sí la profesan, y que gracias a ello han logrado un escaño en el
Congreso y un sueldo muy jugoso casi de por vida, no tienen derecho ni
legitimidad alguna para abandonarla a las primeras de cambio para pactar,
consensuar o lograr acuerdos con otros cuya ideología chocaba a las claras
contra la suya antes de las elecciones!
La dignidad personal de los cabezas de lista ha sido
destruida y los inhabilita para cualquier intento futuro de presentarse con credibilidad a unas elecciones. Sánchez se ha
convertido en la alegoría del Hombre Humillado; su nombre, su partido y su
cargo han sido pisoteados una y mil veces por Iglesias sin haber presentado
aquél batalla ni haber levantado la voz en ningún momento. Pablo Iglesias, a su
vez, se ha revelado como un tirano dentro de su heterogénea formación,
decapitando a quien se le ha puesto por delante, tomando decisiones contrarias
a lo que sus bases habían previsto y usando unos modos y maneras más propios de
un dictadorzuelo centroamericano que del profesor de Ciencias Políticas que se
supone que es; si esto lo hace con los suyos, qué sería de los españoles si
éste trincara el Gobierno de la nación?
Rivera, a base de contorsionar su cintura, ha quebrado
la columna vertebral de su débil formación política; su sumisión a los
socialistas, a los que ha estado acompañando como el amaestrado perro de un
ciego de la ONCE ha debilitado su imagen de supuesto liberal para los restos. Y
Rajoy, rodeado de corruptelas en provincias, inerme ante los separatistas y
lamentándose de que el cretino que lo insultó llamándolo indecente en público
no quiera reunirse con él, ha terminado de hundir su imagen; sólo le faltaba
recibir en la Moncloa al bedel separatista Puigdemont y regalarle un facsímil
de la primera edición de la Segunda Parte de El Quijote para que le abandonara
todo crédito. Es decir: sólo le faltaba tratar a un delincuente como si fuera
un político. Y lo ha hecho.
Por otra parte, la heterogeneidad de cada partido ha
quedado de manifiesto; no sólo la de ese cajón de sastre que es Podemos, que ya
dije arriba, sino la de los dos grandes partidos estatales de toda la vida,
cuyas corrientes internas amenazan con hundir el barco que flota en la superficie.
Y, finalmente, la falacia de la representatividad de
los diputados se ha puesto bajo la lupa de los hechos: no nos representan. Y no
lo digo por las razones que aducían los
indignados del 15M, que no
eran otras que las de no estar de acuerdo con la política de recortes de un PP
recién llegado a Moncloa en 2012, sino porque ni estos diputados ni los cinco o
seis Presidentes del Gobierno que en España han sido, desde el 78, fueron
elegidos por los ciudadanos, sino por las cúpulas de los partidos que los
metieron en las listas; no son revocables. Y no se les puede exigir
responsabilidad frente a sus electores, porque no tienen electores, sino selectores (quienes los seleccionan para ir en
dichas listas cerradas!).
Haciendo un ejercicio de madurez impropio de mí, y
aunque la democracia española sea un oxímoron y me repugne contemplar lo que
llevo años contemplando, asumo que ésta es la realidad que tenemos -de momento-
y, sin limitarme a volver la cabeza a esta realidad para no sufrir, afirmo que
todas estas cábalas que estamos viendo, todos esos giros copernicanos en las
exigencias programáticas de los partidos contorsionistas no son más que vueltas
y más vueltas de una noria infinita que no lleva a nadie a ninguna parte salvo
a matar el tiempo, y que aplicada al devenir de una nación, nos lleva a matar
sólo una parte del tiempo: el futuro.
Así, si en España hubiera una Ley Electoral en
condiciones y no la locura de Ley que tenemos, todas estas vueltas se
reducirían a sólo dos: una primera vuelta que nos quitaría de encima a todos
los partidos nacionalistas, localistas, extremistas, bolivarianos,
proterroristas y filoimbéciles, y una segunda vuelta que entregaría el Poder,
con mayoría absoluta, a quien finalmente los ciudadanos decidieran entregarlo;
un Poder cuyo ejercicio no tendría deudas con otros partidos, y cuya única
fiscalización -si hubiera en España separación de Poderes, que no hay-
residiría en la Oposición, en la Justicia y en la Prensa.
Dos vueltas. Ni una más.
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