Artículo de Paco Romero
“No, no se ha desaprovechado el Carnaval, tampoco la Cuaresma, para la
afrenta improcedente o el vituperio gratuito”
Mientras las calles -imposible juzgar en qué porcentaje- han
vuelto a llenarse de píos devotos y entusiastas cofrades, no han vuelto a
faltar a su cita anual los cofraderos, eternos fraguadores de intrigas que
aprovechan la ocasión para intentar hacer daño en lo más íntimo del sentimiento
de las personas, en las convicciones religiosas; eso sí, curiosa, significada y
exclusivamente, católicas.
De modo especial, la capital navarra se ha convertido en la
adelantada de la performance que
inauguró Sevilla con la irreverente procesión
del 1 de mayo. Primero, con el intento frustrado de cambiar, a primeros de
marzo y por iniciativa de Podemos, la denominación de las “Fiestas de San
Fermín y la Procesión del Santo” por “Fiestas de la ciudad y Desfile del Día
Grande”; días después, cuando, durante el traslado de la Dolorosa desde la
iglesia de San Lorenzo a la Catedral, el silencio se vio empañado por gritos e
insultos a la imagen; episodio que tuvo su adelanto en la exposición blasfema
de Abel Azcona en la sala de la Plaza de la Libertad, espacio cedido por Joseba
Asiron, alcalde bilduetarra por la
gracia de sus cinco concejales (menos del 25 % del pleno) más la procurada por
el PNV, Podemos e IU. Como colofón, la procesión burlesca que el sindicato
abertzale LAB protagonizó el pasado Jueves Santo para reivindicar el cierre de
los centros comerciales en Pamplona los días festivos.
Descerebrados, unos; resentidos, acobardados o maniáticos,
otros; aprovechateguis del cuasi
anonimato de las redes sociales, casi todos… Todos han hecho (y han echado) el
resto en su desmedido afán de ofender por escarnecer, buscando comparativas imposibles,
indecentes y simplificadoras entre emociones, evidenciando una cortedad infinita
de capacidades para abarcar sentimientos tan insondables como los que son
capaces de transmitir el sufrimiento, la angustia o el desconsuelo humanos,
reflejados, ora en el rostro escondido en un leño de cedro y revelado por las gubias
de virtuosos imagineros, ora en la faz de los desheredados de la fortuna por
causa de la guerra, del hambre o del abandono.
No, no se ha desaprovechado el Carnaval, tampoco la
Cuaresma, para la afrenta improcedente o el vituperio gratuito. Y quizá ese [me
sigue costando horrores la nueva Ortografía de la lengua española] continúe
siendo el gran problema: la inaplicación, pese al número no menor de denuncias
presentadas, del artículo 525.1 del Código Penal (“Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender
los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan
públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento,
escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también
públicamente, a quienes los profesan o practican”).
Aunque el código del 95 lo abolió, “efectivamente, sí,
¡continúa vigente el delito de blasfemia!”. Eso, al menos, claman a voz en
grito los defensores del escarnio gratuito, sin percatarse, o quizá conociendo,
que el precepto tiene su correlato en el segundo apartado que prevé las mismas
penas para “los que hagan públicamente
escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia
alguna”. El grado de aplicación de este 525.2, sin embargo, es nulo, y lo
es sencillamente porque ningún incrédulo ha debido sentirse ultrajado por el mero
hecho de serlo.
Desde distintas plataformas se viene pretendiendo la
derogación del predicho artículo, sobretodo a raíz de la tan reciente como inesperada
sentencia (basta repasar la escasez de jurisprudencia en la materia) que ha
condenado a la concejal del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, a 4.320 euros
de multa, por un delito contra los sentimientos religiosos. Pero, eso sí, en
rutilante aplicación de la ley del embudo, no están por la abolición de su
totalidad, sino solo del apartado primero. Así, de forma tan sutil, los “inquisidores
de hojalata” de la actualidad siguen defendiendo a capa y código su “sagrado” derecho
a no resultar agraviados por su condición de ateos.
Mientras eso sucede, por inaplicación de la ley actual y asegurada
la vigencia de la futura a su antojo, unos seguirán contando con licencia para
difamar; desentendidos y “a lo suyo”, otros se deleitarán con las obras del
Renacimiento y del Barroco por las calles, y habrá quienes, poniendo otra vez
la otra mejilla, continuarán amparados en testimonios de antiguos papiros y
pergaminos que trascienden veinte siglos después:
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan” (Mateo 5:11).
“¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de
vosotros!” (Lucas 6:26).
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