Artículo de Luis Marín Sicilia
“Para ostentar liderazgos sociales hay que suscitar confianza y ganarse
un mínimo de credibilidad”
“La puesta en escena de estos seductores ha sido proverbial, bien
paseando al bebé en la sesión constitutiva de las Cortes, bien besuqueándose
para protagonizar la sesión de investidura, o bien ofreciéndose como alcahueta
vulgar para encuentros amorosos”
“Ante la eventualidad de unas nuevas elecciones hay que estar vacunados
con las veleidades de algunos que se empeñan en propuestas derogatorias y de
gasto desmedido que sin duda pondrían en riesgo la mejora conseguida”
Tres meses después de
haber elegido los españoles a sus representantes políticos, estos acreditan su
incapacidad para anteponer el pragmatismo y el interés general al voluntarismo
y las ambiciones personales. Hablan genéricamente de una opción de cambio que
interpretan según sus conveniencias e intereses, cuando en realidad el único
cambio que han dado las urnas es el mandato a sus representantes para hacer
política de otra forma, intentando tender puentes para llegar a acuerdos
beneficiosos para la sociedad en su conjunto. Y los oportunistas siguen
hablando, en términos frentistas y excluyentes, cuando no es ese aspecto el que
se vislumbra de la voluntad popular.
Mientras nuestros políticos pierden el tiempo en vetos, líneas rojas y falsas apelaciones al diálogo, el reloj avanza inexorablemente hacia una nueva cita con las urnas que, de producirse, nos llevará a la realidad de optar por una de estas dos corrientes: o elegir el pragmatismo de una gestión razonable y posibilista; o reeditar una política relajante, contemporizadora y dispendiosa del gasto público.
Imágenes.- La obsesión por la imagen ha llevado a que se pierdan tres meses en postureos políticos, de tal modo que, de persistir los actores, la retransmisión vespertina de las sesiones del Congreso de los Diputados pondría en grave riesgo de "share" a las cadenas televisivas que programan la conocida como telebasura.
La constante de este tiempo ha sido una permanente lucha de "egos", un "todo por la imagen", dando solemnidad a un pacto doblemente fracasado, después de múltiples reuniones con todo tipo de grupos y personajes que nada tienen que ver con la aritmética electoral. Se trata de encumbrar como estadista a quien es incapaz de mantener tres minutos seguidos el mismo discurso, excepción hecha de su no, no y no a quien se quiere, por un coincidente coro de grupos mediáticos y de presión, retirar de la actividad política, en lo que constituye una vergonzosa invasión de las competencias ajenas.
Para ostentar liderazgos sociales hay que suscitar confianza y ganarse un mínimo de credibilidad. El rigor exige que, fracasada la investidura, y más con la doble contundencia del fracaso, el contador de los pactos debe ponerse a cero y buscar, de verdad, los apoyos que sumen aritméticamente, no sólo para la investidura sino para la permanencia de un gobierno estable y eficaz. Ser investido por un tercio de la Cámara lo único que garantiza es un buen plan de pensiones para el investido, en su calidad de expresidente que, seguramente, se produciría con bastante brevedad en el tiempo.
Un personaje como Pedro Sánchez que, al decir de sus correligionarios, es experto en engaños y traiciones (y citan a Balbás, Blanco, Rubalcaba, Zapatero, Tomás Gómez, Carmona, y un largo etcétera), da protagonismo a un multiimputado como Besteiro en Galicia mientras no tiene empacho en asegurar que se ve como Presidente porque "al final las fuerzas del cambio se unirán". Estamos, comentan algunos digitales, ante una "ambición desmedida sobre una cabeza mediocre", lo que ratifica aquella profecía de Zapatero cuando le dijo a su esposa: "Sonsoles, no te puedes imaginar la de decenas de miles de personas que pueden ser presidentes del Gobierno de España". Y así nos va.
"Algún acuerdo habrá" dice el socialista ambicioso, mientras visita al presidente de la Generalitat, a cuyos representantes les regaló dos grupos en el Senado, no para advertirle que la legalidad hay que cumplirla, según consta en el acuerdo contra el secesionismo que rubricó, sino para tender puentes por si, con la abstención de Podemos y la ausencia de los separatistas, consigue su investidura en una nueva intentona que le permita alcanzar la pensión vitalicia que tanto ansía.
Palabras.- Como siempre ha ocurrido, los que manejan, o creen manejar, pócimas milagrosas aprovechan las crisis para escalar puestos en sus ambiciones de mando. Es lo que ha ocurrido en España con la aparición de auténticos embaucadores de la enorme legión de indignados por la corrupción y la crisis económica. Ante tal circunstancia los cautivadores chamanes saben, como dice el profesor Víctor Lapuente, que "la ira motiva más que la reflexión".
La puesta en escena de estos seductores ha sido proverbial, bien paseando al bebé en la sesión constitutiva de las Cortes, bien besuqueándose para protagonizar la sesión de investidura, o bien ofreciéndose como alcahueta vulgar para encuentros amorosos. Todo ello adobado con gestos y palabras, ora altisonantes y agresivas, ora sutiles y cadenciosas. Pero siempre con su afán populista propio de la palabrería del demagogo en el que, como decía Abraham Lincoln, "las ideas menores se disfrazan con las palabras mayores", acreditando una vez más que la ira es campo abonado para la demagogia.
En todo caso, por mucha fanfarria arrogante y presuntuosa que destilen estos personajes, las críticas periodísticas a la sobre exposición de Pablo Iglesias han sido coincidentes, tildando al nuevo grupo populista de "antiguos, chuscos, groseros y machistas".
Promesas.- Mientras a comienzos de la anterior Legislatura, en 2012, el Gobierno hacia ímprobos esfuerzos para evitar el rescate, miles de ciudadanos, orquestados desde la ira y la manipulación, inundaban espacios públicos en contra de lo que llamaban recortes, cuando puede acreditarse documentalmente que la sanidad, la educación y las pensiones siguieron prestándose eficazmente, sin disminuir ni un céntimo las partidas presupuestarias destinados a tales servicios. Estas mareas blancas, verdes, amarillas y de los mil colores han desaparecido en cuanto algunos han tocado poder y no quieren, demócratas ellos, que se les hagan acosos ni protestas.
Conviene no olvidar, como advierte el ministro Luis de Guindos, que "lo peor para el Estado de bienestar es que nadie te preste dinero", que es lo que ocurría cuando el Gobierno de Rajoy asumió el poder. Hoy a España se le presta dinero a treinta años, con un interés entre el 2,5 y el 3 %.
Para los vendedores de promesas fáciles habrá que recordarles a donde nos lleva la política desmesurada del gasto público. Basta que leyeran el "memorandum" del rescate de Portugal a la que, como contrapartida del dinero recibido para poder seguir pagando pensiones, sanidad, educación y políticas sociales, se le impusieron medidas como las siguientes: Visitas al médico de cabecera 5 euros, 20 si era en urgencias y hasta 50 si se precisaban pruebas diagnósticas. Indemnización por despido rebajada a 12 días por año trabajado. Rebaja de sueldos de funcionarios y reducción de 40.000 plazas. Reducción de 25 a 22 los días de vacaciones. Reducción de 13 a 9 el número de festivos. Subida al 23 % del IVA en algunos productos básicos. Retraso de un año en la edad de jubilación. Y así un largo etcétera.
Eso sí son recortes y no digamos los que padecen los griegos. Como mínimo sería de agradecer que los españoles valoraran la gestión en este campo del Gobierno de Rajoy, ese tan malo al que le quieren poner la proa porque juega por libre, sin más criterio que el suyo propio y el de su partido. Ante la eventualidad de unas nuevas elecciones hay que estar vacunados con las veleidades de algunos que se empeñan en propuestas derogatorias y de gasto desmedido que sin duda pondrían en riesgo la mejora conseguida.
Raúl del Pozo recogía el otro día el comentario que le hizo una vecina de su barrio diciéndole que "esto está muy entretenido desde que vinieron estos chicos". El problema es que la gestión de los intereses generales, que es la política, es algo más serio que un entretenimiento. Si a ello añadimos que el programa del cambio consiste en echar a Rajoy, sin que nadie haya hecho, en sus múltiples comparecencias, una fundada exposición de cómo va a mantener el Estado de bienestar, qué política educativa persigue o cómo va a garantizar la subsistencia de las pensiones, resulta obvia la orfandad de políticos de altura, con un mínimo sentido de Estado.
Así las cosas, hay unos nuevos políticos que lo cifran toda a su imagen, a la palabrería y a las promesas, en una interpretación maquiavélica de la política que utiliza la astucia como forma de conquistar y conservar el poder, mediante mensajes que el ciudadano quiere oír, como paz, diálogo, solidaridad y otros semejantes. Frente a esa ideología adánica y gaseosa, Giulio Mazarino ya nos advirtió a mediados del siglo XVII respecto a los gobernantes en el sentido de que "no nos fiáramos nunca de un hombre que lo promete todo". En eso estamos.
Mientras nuestros políticos pierden el tiempo en vetos, líneas rojas y falsas apelaciones al diálogo, el reloj avanza inexorablemente hacia una nueva cita con las urnas que, de producirse, nos llevará a la realidad de optar por una de estas dos corrientes: o elegir el pragmatismo de una gestión razonable y posibilista; o reeditar una política relajante, contemporizadora y dispendiosa del gasto público.
Imágenes.- La obsesión por la imagen ha llevado a que se pierdan tres meses en postureos políticos, de tal modo que, de persistir los actores, la retransmisión vespertina de las sesiones del Congreso de los Diputados pondría en grave riesgo de "share" a las cadenas televisivas que programan la conocida como telebasura.
La constante de este tiempo ha sido una permanente lucha de "egos", un "todo por la imagen", dando solemnidad a un pacto doblemente fracasado, después de múltiples reuniones con todo tipo de grupos y personajes que nada tienen que ver con la aritmética electoral. Se trata de encumbrar como estadista a quien es incapaz de mantener tres minutos seguidos el mismo discurso, excepción hecha de su no, no y no a quien se quiere, por un coincidente coro de grupos mediáticos y de presión, retirar de la actividad política, en lo que constituye una vergonzosa invasión de las competencias ajenas.
Para ostentar liderazgos sociales hay que suscitar confianza y ganarse un mínimo de credibilidad. El rigor exige que, fracasada la investidura, y más con la doble contundencia del fracaso, el contador de los pactos debe ponerse a cero y buscar, de verdad, los apoyos que sumen aritméticamente, no sólo para la investidura sino para la permanencia de un gobierno estable y eficaz. Ser investido por un tercio de la Cámara lo único que garantiza es un buen plan de pensiones para el investido, en su calidad de expresidente que, seguramente, se produciría con bastante brevedad en el tiempo.
Un personaje como Pedro Sánchez que, al decir de sus correligionarios, es experto en engaños y traiciones (y citan a Balbás, Blanco, Rubalcaba, Zapatero, Tomás Gómez, Carmona, y un largo etcétera), da protagonismo a un multiimputado como Besteiro en Galicia mientras no tiene empacho en asegurar que se ve como Presidente porque "al final las fuerzas del cambio se unirán". Estamos, comentan algunos digitales, ante una "ambición desmedida sobre una cabeza mediocre", lo que ratifica aquella profecía de Zapatero cuando le dijo a su esposa: "Sonsoles, no te puedes imaginar la de decenas de miles de personas que pueden ser presidentes del Gobierno de España". Y así nos va.
"Algún acuerdo habrá" dice el socialista ambicioso, mientras visita al presidente de la Generalitat, a cuyos representantes les regaló dos grupos en el Senado, no para advertirle que la legalidad hay que cumplirla, según consta en el acuerdo contra el secesionismo que rubricó, sino para tender puentes por si, con la abstención de Podemos y la ausencia de los separatistas, consigue su investidura en una nueva intentona que le permita alcanzar la pensión vitalicia que tanto ansía.
Palabras.- Como siempre ha ocurrido, los que manejan, o creen manejar, pócimas milagrosas aprovechan las crisis para escalar puestos en sus ambiciones de mando. Es lo que ha ocurrido en España con la aparición de auténticos embaucadores de la enorme legión de indignados por la corrupción y la crisis económica. Ante tal circunstancia los cautivadores chamanes saben, como dice el profesor Víctor Lapuente, que "la ira motiva más que la reflexión".
La puesta en escena de estos seductores ha sido proverbial, bien paseando al bebé en la sesión constitutiva de las Cortes, bien besuqueándose para protagonizar la sesión de investidura, o bien ofreciéndose como alcahueta vulgar para encuentros amorosos. Todo ello adobado con gestos y palabras, ora altisonantes y agresivas, ora sutiles y cadenciosas. Pero siempre con su afán populista propio de la palabrería del demagogo en el que, como decía Abraham Lincoln, "las ideas menores se disfrazan con las palabras mayores", acreditando una vez más que la ira es campo abonado para la demagogia.
En todo caso, por mucha fanfarria arrogante y presuntuosa que destilen estos personajes, las críticas periodísticas a la sobre exposición de Pablo Iglesias han sido coincidentes, tildando al nuevo grupo populista de "antiguos, chuscos, groseros y machistas".
Promesas.- Mientras a comienzos de la anterior Legislatura, en 2012, el Gobierno hacia ímprobos esfuerzos para evitar el rescate, miles de ciudadanos, orquestados desde la ira y la manipulación, inundaban espacios públicos en contra de lo que llamaban recortes, cuando puede acreditarse documentalmente que la sanidad, la educación y las pensiones siguieron prestándose eficazmente, sin disminuir ni un céntimo las partidas presupuestarias destinados a tales servicios. Estas mareas blancas, verdes, amarillas y de los mil colores han desaparecido en cuanto algunos han tocado poder y no quieren, demócratas ellos, que se les hagan acosos ni protestas.
Conviene no olvidar, como advierte el ministro Luis de Guindos, que "lo peor para el Estado de bienestar es que nadie te preste dinero", que es lo que ocurría cuando el Gobierno de Rajoy asumió el poder. Hoy a España se le presta dinero a treinta años, con un interés entre el 2,5 y el 3 %.
Para los vendedores de promesas fáciles habrá que recordarles a donde nos lleva la política desmesurada del gasto público. Basta que leyeran el "memorandum" del rescate de Portugal a la que, como contrapartida del dinero recibido para poder seguir pagando pensiones, sanidad, educación y políticas sociales, se le impusieron medidas como las siguientes: Visitas al médico de cabecera 5 euros, 20 si era en urgencias y hasta 50 si se precisaban pruebas diagnósticas. Indemnización por despido rebajada a 12 días por año trabajado. Rebaja de sueldos de funcionarios y reducción de 40.000 plazas. Reducción de 25 a 22 los días de vacaciones. Reducción de 13 a 9 el número de festivos. Subida al 23 % del IVA en algunos productos básicos. Retraso de un año en la edad de jubilación. Y así un largo etcétera.
Eso sí son recortes y no digamos los que padecen los griegos. Como mínimo sería de agradecer que los españoles valoraran la gestión en este campo del Gobierno de Rajoy, ese tan malo al que le quieren poner la proa porque juega por libre, sin más criterio que el suyo propio y el de su partido. Ante la eventualidad de unas nuevas elecciones hay que estar vacunados con las veleidades de algunos que se empeñan en propuestas derogatorias y de gasto desmedido que sin duda pondrían en riesgo la mejora conseguida.
Raúl del Pozo recogía el otro día el comentario que le hizo una vecina de su barrio diciéndole que "esto está muy entretenido desde que vinieron estos chicos". El problema es que la gestión de los intereses generales, que es la política, es algo más serio que un entretenimiento. Si a ello añadimos que el programa del cambio consiste en echar a Rajoy, sin que nadie haya hecho, en sus múltiples comparecencias, una fundada exposición de cómo va a mantener el Estado de bienestar, qué política educativa persigue o cómo va a garantizar la subsistencia de las pensiones, resulta obvia la orfandad de políticos de altura, con un mínimo sentido de Estado.
Así las cosas, hay unos nuevos políticos que lo cifran toda a su imagen, a la palabrería y a las promesas, en una interpretación maquiavélica de la política que utiliza la astucia como forma de conquistar y conservar el poder, mediante mensajes que el ciudadano quiere oír, como paz, diálogo, solidaridad y otros semejantes. Frente a esa ideología adánica y gaseosa, Giulio Mazarino ya nos advirtió a mediados del siglo XVII respecto a los gobernantes en el sentido de que "no nos fiáramos nunca de un hombre que lo promete todo". En eso estamos.
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