Artículo de Luis Marín Sicilia
“La campaña que hoy finaliza Pedro Sánchez, en su primera parte, se
encuentra en la fase tercera de las prioridades, de modo que, si no triunfa su
pacto con Ciudadanos, será por culpa de Podemos”
“Cualquiera que sea el final de esta obra de teatro tan nauseabunda
para muchos ciudadanos, han quedado patentes las mentiras y medias verdades de
Sánchez”
Acorde con la campaña que el candidato Pedro Sánchez se ha
montado, con el apoyo sectario del Presidente del Congreso Patxi López, y en
contra de la costumbre habitual de las sesiones de investidura, el líder
socialista comenzó a desgranar su programa con la pretensión de alcanzar la
presidencia del Gobierno de España.
Ello no obstante, como a todos los tramposos se les suele descubrir el gatuperio con la suficiente claridad, en una sociedad mediática como la nuestra se contrarrestó el monopolio de los medios, derivado de la exposición programática del candidato, con una cadena de ruedas de prensa de todos los grupos parlamentarios, que anticiparon sus críticas al discurso de Sánchez.
Hoy, el candidato sigue representado el acto final de su campaña, cimentada durante treinta días desde que el Rey le encomendó la investidura, sin duda porque le daría muestras claras de sus potenciales aliados. Porque reducir la función real a un mero encargo "a ver si es capaz de buscar apoyos" resulta tan pueril que abocaría a que, ante un fracaso previsible, se elija a otro "a ver si éste lo consigue" sin que antes se haya razonado suficientemente cómo y con qué apoyos lo lograría.
Como señala Óscar Alzaga en sus comentarios de la Constitución de 1978, el Rey de España, a diferencia de la tradición de las Monarquías parlamentarias, no tiene en este tema la flexibilidad de la que suelen gozar estas últimas en las cuales "la designación del presunto Presidente de Gobierno va precedida de una recolección de información por el Monarca mediante audiencias a las personalidades políticas más relevantes de sus respectivos países", designándose en alguno de estos a un "informador" que le prepara "un dictamen especial acerca de los condicionantes políticos coyunturales que deben contemplarse para designar al candidato".
La lógica del rigor hace previsible pensar que Felipe VI, para no dar pábulo a interpretaciones de "borboneo flexibilizador" sobre sus facultades constitucionales, ha debido inspirarse en los compromisos indiciarios que le trasladaran los grupos políticos en las consultas realizadas. Y en base a la manifestada voluntad de Sánchez para ahormarlas, lo propuso como candidato.
La realidad ha sido que Pedro Sánchez ha seguido el siguiente orden egoísta de prioridades en su trayectoria como candidato: 1) Reforzar su endeble posición en su propio partido. 2) Dar imagen de transversalidad, con contactos a izquierda y derecha, exclusión palmaria, incluso ofensiva, de Bildu y PP. 3) Culpar a Podemos de que, si no se acaba con Rajoy, es porque no apoyan su pacto con Ciudadanos. Y 4) Trasladar a los grupos de presión la imagen de que ha hecho todo lo posible para no entenderse con Podemos, culpando al PP, por no abstenerse, del posible entendimiento con los de Iglesias.
La campaña que hoy finaliza Pedro Sánchez, en su primera parte, se encuentra en la fase tercera de las prioridades, de modo que, si no triunfa su pacto con Ciudadanos, será por culpa de Podemos evitando con ello la posibilidad de laminar al PP, que es su gran obsesión.
La siguiente fase, si fracasa la investidura, será poner en marcha la cuarta prioridad, virando hacia el abrazo con los podemitas, culpando al PP de ello por no haberse abstenido en su pacto con Ciudadanos, pacto que, desvergonzadamente, lo presentaba para derogar toda la política del PP mientras su socio pedía el apoyo pepero.
Cualquiera que sea el final de esta obra de teatro tan nauseabunda para muchos ciudadanos, han quedado patentes las mentiras y medias verdades de Sánchez, según ponen de manifiesto la ristra de dobles y triples versiones de sus pactos con Ciudadanos, al explicarlos a los distintos grupos a la izquierda del PSOE, lo que motivó la advertencia de Albert Rivera de que, si el pacto no se aplica en su integridad, no habrá apoyo a la investidura.
Quien ha engañado a tantos, empezando por sus propios correligionarios que le autorizaron a consultar a las bases sobre un pacto concreto, no sobre un cheque en blanco para su voluntad, no es de extrañar que lo haya intentado con el Rey, haciéndole creer que tenía los apoyos necesarios para su investidura, prostituyendo la búsqueda sincera de un pacto de gobierno al canjearla por continuos contactos insustanciales con multitud de fuerzas políticas, eso sí, con un gran despliegue televisivo, para mayor gloria del candidato.
Mientras escribo, la televisión bombardea la reiterada palabrería sobre el cambio con la que ayer nos obsequió el candidato. Mensajes cortos con retóricas vulgares sobre "que hay que buscar el entendimiento", "hay que romper barreras y practicar el diálogo", "hay que tener capacidad de ceder para sumar", "construir una sociedad donde quepamos todos", "poner en marcha la revolución del respeto"... Y así, un largo etcétera. Y un montón de cosas buenas que pueden hacerse "a partir de la próxima semana".
Todo ello muy bonito y esperanzador, si hubiera voluntad real de diálogo y medios suficientes para llevarlo a cabo. Pero la mejora económica y social que propugna se nos viene abajo sin una mínima referencia a su coste y financiación. Y la voluntad de acabar con las líneas rojas se cae por su base cuando todo su discurso político queda limitado a construir una coalición de todos contra el PP, que reduce su voluntad de cambio a algo tan poco sustancial como es la base de su programa consistente en "echar a Rajoy y al PP" que para él son la expresión de todos los males sin mezcla de bien alguno.
Ello no obstante, como a todos los tramposos se les suele descubrir el gatuperio con la suficiente claridad, en una sociedad mediática como la nuestra se contrarrestó el monopolio de los medios, derivado de la exposición programática del candidato, con una cadena de ruedas de prensa de todos los grupos parlamentarios, que anticiparon sus críticas al discurso de Sánchez.
Hoy, el candidato sigue representado el acto final de su campaña, cimentada durante treinta días desde que el Rey le encomendó la investidura, sin duda porque le daría muestras claras de sus potenciales aliados. Porque reducir la función real a un mero encargo "a ver si es capaz de buscar apoyos" resulta tan pueril que abocaría a que, ante un fracaso previsible, se elija a otro "a ver si éste lo consigue" sin que antes se haya razonado suficientemente cómo y con qué apoyos lo lograría.
Como señala Óscar Alzaga en sus comentarios de la Constitución de 1978, el Rey de España, a diferencia de la tradición de las Monarquías parlamentarias, no tiene en este tema la flexibilidad de la que suelen gozar estas últimas en las cuales "la designación del presunto Presidente de Gobierno va precedida de una recolección de información por el Monarca mediante audiencias a las personalidades políticas más relevantes de sus respectivos países", designándose en alguno de estos a un "informador" que le prepara "un dictamen especial acerca de los condicionantes políticos coyunturales que deben contemplarse para designar al candidato".
La lógica del rigor hace previsible pensar que Felipe VI, para no dar pábulo a interpretaciones de "borboneo flexibilizador" sobre sus facultades constitucionales, ha debido inspirarse en los compromisos indiciarios que le trasladaran los grupos políticos en las consultas realizadas. Y en base a la manifestada voluntad de Sánchez para ahormarlas, lo propuso como candidato.
La realidad ha sido que Pedro Sánchez ha seguido el siguiente orden egoísta de prioridades en su trayectoria como candidato: 1) Reforzar su endeble posición en su propio partido. 2) Dar imagen de transversalidad, con contactos a izquierda y derecha, exclusión palmaria, incluso ofensiva, de Bildu y PP. 3) Culpar a Podemos de que, si no se acaba con Rajoy, es porque no apoyan su pacto con Ciudadanos. Y 4) Trasladar a los grupos de presión la imagen de que ha hecho todo lo posible para no entenderse con Podemos, culpando al PP, por no abstenerse, del posible entendimiento con los de Iglesias.
La campaña que hoy finaliza Pedro Sánchez, en su primera parte, se encuentra en la fase tercera de las prioridades, de modo que, si no triunfa su pacto con Ciudadanos, será por culpa de Podemos evitando con ello la posibilidad de laminar al PP, que es su gran obsesión.
La siguiente fase, si fracasa la investidura, será poner en marcha la cuarta prioridad, virando hacia el abrazo con los podemitas, culpando al PP de ello por no haberse abstenido en su pacto con Ciudadanos, pacto que, desvergonzadamente, lo presentaba para derogar toda la política del PP mientras su socio pedía el apoyo pepero.
Cualquiera que sea el final de esta obra de teatro tan nauseabunda para muchos ciudadanos, han quedado patentes las mentiras y medias verdades de Sánchez, según ponen de manifiesto la ristra de dobles y triples versiones de sus pactos con Ciudadanos, al explicarlos a los distintos grupos a la izquierda del PSOE, lo que motivó la advertencia de Albert Rivera de que, si el pacto no se aplica en su integridad, no habrá apoyo a la investidura.
Quien ha engañado a tantos, empezando por sus propios correligionarios que le autorizaron a consultar a las bases sobre un pacto concreto, no sobre un cheque en blanco para su voluntad, no es de extrañar que lo haya intentado con el Rey, haciéndole creer que tenía los apoyos necesarios para su investidura, prostituyendo la búsqueda sincera de un pacto de gobierno al canjearla por continuos contactos insustanciales con multitud de fuerzas políticas, eso sí, con un gran despliegue televisivo, para mayor gloria del candidato.
Mientras escribo, la televisión bombardea la reiterada palabrería sobre el cambio con la que ayer nos obsequió el candidato. Mensajes cortos con retóricas vulgares sobre "que hay que buscar el entendimiento", "hay que romper barreras y practicar el diálogo", "hay que tener capacidad de ceder para sumar", "construir una sociedad donde quepamos todos", "poner en marcha la revolución del respeto"... Y así, un largo etcétera. Y un montón de cosas buenas que pueden hacerse "a partir de la próxima semana".
Todo ello muy bonito y esperanzador, si hubiera voluntad real de diálogo y medios suficientes para llevarlo a cabo. Pero la mejora económica y social que propugna se nos viene abajo sin una mínima referencia a su coste y financiación. Y la voluntad de acabar con las líneas rojas se cae por su base cuando todo su discurso político queda limitado a construir una coalición de todos contra el PP, que reduce su voluntad de cambio a algo tan poco sustancial como es la base de su programa consistente en "echar a Rajoy y al PP" que para él son la expresión de todos los males sin mezcla de bien alguno.
Coda.- Tras el
debate siguen, en mi opinión, vigentes las dos únicas salidas posibles, aparte
de la repetición de elecciones:
1.- Pacto de izquierdas con apoyo de separatistas.
2.- Gran coalición de constitucionalistas.
Me inclino por la segunda opción, muy próxima al término del plazo para repetir
elecciones, con posibles sacrificios personales.
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