Artículo de Rafa G. García Cosío
Cualquier alemán al que ustedes pregunten sabe dónde y qué
fue lo que desencadenó la caída del muro de Berlín. El dónde fue una rueda de
prensa con el portavoz de la República Democrática Alemana, Günter Schabowski.
El qué, la oportunísima pregunta del periodista italiano Riccardo Ehrmann:
''Saben cuándo entrará en vigor la Ley de Viajes de la RDA [que flexibilizaba
el flujo de alemanes del este al oeste]?'', ante la que un tembloroso y
notablemente confuso Schabowski balbuceó: ''Según tengo entendido... desde...
desde ya mismo, es inmediato''. La reacción aquella noche de 1989, aunque aún
no hubiera móviles como ahora, fue la que todos tenemos grabada a fuego en la
memoria o en fotos, la de aquellos cientos de alemanes subidos al muro con
martillos para tumbar la frontera de la efímera y criminal república
socialista.
Me acordaba de esto esta semana al ver las imágenes del
presidente Obama en Cuba. O, mejor dicho, de la rueda de prensa conjunta de
Raúl Castro y Obama. Un periodista con acento americano preguntaba en español a
Castro (que se llevaba el auricular traductor a la cabeza, cosa que sólo me
explico con que quisiera ganar tiempo para buscar una buena respuesta, o quizá
fue solo un reflejo senil) si en Cuba había presos políticos. El viejo Castro se
enfadó y contestó sin disimular el autoritarismo que ha caracterizado al
régimen desde 1959. Pidió, desafiante, una lista de presos políticos (que el
periodista debiera haber tenido a mano) y ofreció liberarlos esa misma noche, si
existieran.
No sé si son ustedes conscientes de la oportunidad histórica
-perdida- en esta conferencia de prensa de este día de marzo de 2016. Verán, he
estado viendo multitud de entrevistas en televisión a Fidel Castro esta semana,
y en todas se reconoce un patrón que se repite sin fallar una sola vez, hasta
nuestros días: es ese mantra usado hasta la extenuación por regímenes
totalitarios e incluso democráticos, según el cual la culpa de todo lo malo que
sucede a un país es atribuible a un malvado imperio. En el caso de Cuba es Estados
Unidos y su supuesto bloqueo, pero tenemos un caso muy cercano en casa:
Cataluña y el imperio español que la estrangula. Pues bien, en las entrevistas
de Fidel Castro de los 90, la época más dura para Cuba tras el derrumbe de la
Unión Soviética, el comandante (el coma andante, se mofan los cubanos) no sólo
achacaba los males económicos de su país al ahogo imperialista americano, sino
que atribuía las informaciones que no le convenían a la propaganda yanqui.
Dado que Obama llegaba a Cuba esta semana en un viaje en el
que el régimen castrista tenía mucho más que perder que Estados Unidos, y dado
que la conferencia de prensa no habría aceptado preguntas más allá de las del
corresponsal de Cubavisión (Cuéeeeentenos, comandante, cuáles son los desafíos
a los que se enfrenta ahora la nasiónnnn) si el invitado no hubiera sido Obama,
no habría estado genial que ese periodista con acento americano hubiera
aprovechado la ocasión y se hubiera levantado con un papel, aunque fuera el
ticket de su última compra en Walmart (nadie se hubiera puesto a leerlo, de
todas formas), y se hubiera intentado acercar al dictador cubano, aunque eso le
hubiera costado haber quedado reducido de manera humillante -pero gloriosa al
mismo tiempo, sin duda- por la policía?
El incidente habría circulado por el mundo con mucha más
intensidad que la que ha tenido hasta ahora, y tanto Obama como Castro habrían
quedado retratados como dos fracasados. Obama, ante la evidencia de que la
nación que presume de ir cagando democracias por los retretes del mundo en los
que se sienta estaba a punto de darle la mano a un sátrapa sin ninguna gana de
apertura. Castro, porque habría perdido el apoyo de los pocos descerebrados que
aún confían en el sueño del paraíso socialista desde sus cómodos salones del
mundo libre. Obama y Castro, Castro y Obama habrían quedado automáticamente
ante la espada y la pared. Menos el periodista, que, con o sin chichones, se
habría convertido en el puto amo que habría recogido el testigo del Riccardo
Ehrmann de hace 26 años! Se lo imaginan? ''Aquí tengo la lista, comandante.
Sabe cuándo saldrán los presos?''. Y Raúl: ''Esto... según tengo entendido, mijo,
esta misma noche, ya''.
Llámenme iluso por imaginarme esto. Pero ya pasó en
Alemania. Y sería precioso contemplarlo en Cuba. Tengo además una querencia
especial por Cuba, por muchos motivos. Primero, porque fue el primer país que
visité -y recorrí- de Sudamérica, con solo 21 años. Segundo, porque no fue un
viaje cualquiera: durante 20 días, fui de un extremo a otro de la isla con una
cámara de vídeo casera grabando testimonios y rutinas de todo tipo para luego
hacer un montaje que acabó emitiéndose en Intereconomía bajo el título ''Cuba:
50 años revuelta'', y que comparto con ustedes más abajo. Tercero, y no por
ello menos importante, porque Cuba fue uno de los primeros territorios de
Ultramar que conquistó España, y el último que perdió. Eso es algo que hace a
este país la más española de nuestras excolonias.
Cuba: 50 años revuelta (primera parte)
Cuba: 50 años revuelta (segunda parte)
Tengo una querencia especial por Cuba porque no todo lo que viví en ese viaje fue contado en el reportaje de Intereconomía. Hay muchas cosas que tuve que callarme, y muchos diálogos o imágenes que no pude grabar. A mis 21 años, creo que fue la primera vez que vi a un hombre llorar; fue el primer viaje en que vi a un taxista referirse a Fidel Castro como ''Él'', como si hablara de Lord Voldemort; fue la primera vez en mi vida que hablaba con la gente de una dictadura (luego vendrían muchas más), siempre en un lugar cerrado por lo que se arriesga en público; fue la primera vez que, entrando en una panadería de Camagüey, la encargada me desvelaba que hacía falta cartilla de racionamiento pero que, sin embargo, me regalaría un par de bollos; fue la primera vez que me di cuenta del valor de la libertad para aquellos que no la tienen.
Por todo este cúmulo de recuerdos que me gusta dejar escritos de vez en
cuando para no olvidarlos, siento verdadera pena al ver la ligereza con que
Barack Obama se ha tomado la política internacional de Estados Unidos. Criticar
la flexible e irracional política internacional de Obama no es automáticamente
defender la de George Bush, pero sí es lamentarse por no lograr ver ese término
medio necesario en cualquier país. Esa manita caída de Obama tomada por Castro
representa, como las mejores imágenes que dejaron el siglo XX, todo un símbolo
de lo que es occidente ahora. Una sociedad dormida que se deja llevar. Se
preguntarán ustedes si serán casualidades de la vida que al día siguiente de
esa foto los terroristas del IS volaran un aeropuerto y el metro de Bruselas.
Yo creo que no.
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