Artículo de Manu Ramos
En estas fechas y escribiendo desde Sevilla uno tiende a dejarse arrastrar por el torrente de las calles en pos de las procesiones de Semana Santa. Algo así me pasó el año pasado, pero este año voy a apartarme de temas religiosos aunque no necesariamente de los folclóricos. Precisamente voy a hablar de gente del espectáculo pero no de pasadas glorias de la copla española como Rocío Jurado, Lola Flores o Marifé de Triana. Centrándonos en el hoy, no encontraremos diva más peculiar que la presidenta de la Junta de Andalucía.
Como cada cual tiene sus referencias de modo que, en vez de las alusiones a la canción española, Teresa Rodríguez ha preferido referirse a la dama de rojo con las suyas: "La vemos aparecer en el Parlamento como si fuera Madonna, como quien sale del fondo del escenario para votar o para comparecer en sus intervenciones, y de la que nunca más se supo". Desde luego “la gente” del partido Podemos han comprendido desde los comienzos de su andadura en la partidocracia cómo emplear las expresiones populacheras para captar la atención del televidente. Un televidente que, como la etimología de su nombre indica, lo ve todo desde lejos.
En su declaración, los periodistas se han centrado en la declaración de la jefa de Podemos en Andalucía referente a la innecesariedad de adelantar unas votaciones autonómicas si la actual presidente decide optar por otro cargo en el Estado. El de presidente del gobierno, por ejemplo. En estas afirmaciones hay tal lejanía de cualquier concepto de representación o democracia que voy a intentar andar, si cabe, unos metros que nos acerquen a la civilización.
Para empezar, que Susana Díaz (jefa del PSOE-Andalucía) decida escalar dentro del organigrama de su partido no es algo nuevo. Es lo que ha hecho toda su vida y, en puridad, es para lo que sirven los partidos estatales, para establecer una red por la que escalar dentro del Estado. Es algo tan normal que la jefa de Podemos simplemente lo ha obviado y espera que pongan en su lugar a cualquier sustituto: he aquí la representación española, inexistente.
Teresa Rodríguez espera que esta nueva persona no sea tan “refractaria” como ha sido Susana Díaz. No sabemos, sin embargo, a cuál de los significados de la palabra se refería. Si al de la persona que no cumple con sus promesas o al de la persona que no quiere aceptar una idea.
Descarto el tercer significado (resistente a la acción del fuego) porque imagino que no habrán empleado lanzallamas en el charlamento andaluz. La soberbia con la que “la gente” de Podemos tiende a mirar incluso al resto de oligarquía política se manifiesta también en estos resquicios semánticos. A Rodríguez no le gusta que no piensen como ella y por eso llama refractaria a cualquier persona que no “innove” como Podemos. Hay una tensión constante entre imponer su poder, tomar el cielo por asalto, y el consenso de partidos que obliga a todos a estar de acuerdo en todo, es decir, en nada. El partido del color morado tiende al fascismo pues su orientación es a acaparar mediante un solo partido el Estado. Esa es la diferencia respecto a los demás partidos.
Unos por ser viejos oligarcas (PP, PSOE) y otros por ser sangre nueva del régimen (Ciudadanos), son sólo piezas del engranaje del Estado de partidos. Son conscientes de que les hace falta el consenso para sobrevivir. A Podemos no le interesa el consenso de este régimen, quiere imponer su consenso.
Pero volvamos al folclore. Rodríguez se queja de que Díaz tiene una relación con ella “inexistente”. Afirma que “sólo aparece en los momento estelares, cuando le toca cantar”. Como si fuera una amante despechada, la jefa de Podemos lamenta, con las maneras que empleó también el jefe supremo, que no quiera verla, que sea tan distante. Esa es la tendencia al consenso que siempre sufre Podemos, pero se le pasa pronto. No es más que la careta que obliga a ponerse el régimen. La realidad oculta, el desprecio latente, se observa en la metáfora empleada: “como si fuera Madonna”. No es mala metáfora. Hay un escenario, hay unas actuaciones, hay una canción, hay una vestimenta... y demás parafernalia. Como siempre, la mayor parte de la izquierda social, cuando se adentra en el Estado, tiende a no darse cuenta de que también está en el escenario, de que también es clase política. Por lo tanto, o baila y canta como todos los demás o echa del escenario al resto de artistillas.
Llama también la atención la total indiferencia en el relevo de los puestos políticos. Ya lo vivimos cuando, por arte de birlibirloque, Griñán se retiró y apareció Díaz. Son asuntos de partido, opinarán algunos, pero al ser partidos de Estado también son asuntos de Estado. A Rodríguez le da igual quién esté al frente de las diferentes facciones del Estado, ya se apañará el partido. Mientras, los gobernados observan sin inmutarse el trasiego de cargos, pactos, acuerdos bajo manta que tratan de disfrazar esto como la cosa más democrática que hay. Nada más lejos de la realidad.
Yo no sé ustedes pero yo no quiero pagar por este espectáculo. Al menos no voto y no se me puede acusar de que contribuyo como público. ¿Se imaginan unas elecciones con una abstención de más del 60%? Eso sí que sería un espectáculo, pero no el del escenario sino el de una nación que se rebela ante el desprecio por la libertad de sus gobernantes. Yo sí pagaría por eso.
No creo que sea posible un 60% de abstención en Andalucia; pienso que más del 40% de la población, de alguna que otra manera, forma parte del establishmen. Vendidos estamos!
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