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viernes, 4 de marzo de 2016

Cu-cu… Traaas!

Artículo de Eduardo Maestre

Realidófobos.

Tras dedicar mucho tiempo a pensar en ellos, creo haber encontrado la clave de lo que les pasa a esta gente de Podemos: que son realidófobos, término que me he visto obligado a acuñar tras buscar inútilmente en diccionarios mil. Realidófobo: adj. m. que tiene o manifiesta fobia a la realidad.

Claro, ustedes me podrán pedir ahora que defina qué sea la realidad; porque lo que para unos es real, puede pasar inadvertido para otros. Y en ese plan! Pero todos ustedes saben perfectamente a qué se refiere cualquier interlocutor con el que ustedes departan cuando introduce el concepto realidad en una conversación que no esté versando sobre filosofía y/o fenomenología ontológica! Vamos: cuando está uno en un bar, hablando con los amigos y uno de ellos dice “ese tío es que está fuera de la realidad”, refiriéndose a algún conocido común al que
están despellejando, aprovechando su ausencia. A ese concepto indefinido pero comprensible de la realidad me refiero. Queda claro, no?

Dicho lo cual, y volviendo al inicio, he observado una novedosa tendencia a huir de la realidad entre aquellos miembros de Podemos que han conseguido hacerse con alguna parcela de Poder; esta tendencia se ha puesto de manifiesto –ya, de una manera escandalosa!- en esos pocos pero importantes ayuntamientos españoles en donde, por las carambolas postelectorales y contra todo pronóstico, han acabado colocando en el sillón de la Alcaldía a este partido pese a no haber conseguido siquiera un porcentaje digno en las elecciones.

Ojo! Que esta reflexión no es fruto de un ejercicio teorético, sino que está fundada en la observación directa de la actualidad; sólo hay que leer las noticias, cada día, para percatarse de que lo que afirmo es cierto.

Las pruebas

Qué ha sido, si no, la mascarada, la parodia, la estilizada huida de la realidad que organizaron en Madrid desde el Ayuntamiento para celebrar la llegada de sus Majestades de Oriente? En aquella sonadísima cabalgata consiguieron eludir todas y cada una de las estructuras simbólicas que habitualmente hacen que un espectáculo callejero contenga en su interior una rememoración religiosa; concretamente, católica. Los Reyes Magos no iban vestidos de reyes, sino de Teletubbies; no había camello alguno, salvo los que suelen abastecer de yerba a los concejales afectos al Patio Maravillas; las carrozas de sus Majestades eran entes psicodélicos de geométrica factura, algoritmos especulares sobre los que ningún ser humano podría establecer dominio; seres pokemomorfos declaraban en directo y ante todos los niños de España que los Reyes Magos eran los padres; letras luminosas formaban consignas propias de Educación para la Ciudadanía Socialista. Como guinda, Baltasar resultó no venir de Oriente, sino del África profunda, y nos cantó, acompañándose con una cora, una preciosa canción subsahariana. En definitiva: una chapuza llena de unicornios.

A lo largo de estos meses, las ciudades que han caído bajo el yugo de los realidófobos han visto cómo surgían, ex nihil, las comuniones laicas, los bautizos laicos y las tres Reinas Magas (que, por cierto, parecían tres putas viejas recién salidas del saloon de algún western otoñal). Los ciudadanos de estas localidades regentadas por estos escapistas de la realidad han tenido que sufrir la desaparición del busto o de los cuadros del Rey Juan Carlos –porque ya no es rey (sic)- o de su hijo el Rey Felipe VI –porque su hermana está siendo juzgada-, o la sustitución de las placas que daban nombre a un número enorme de calles, plazas y avenidas porque, según la Complutense (allí donde amontonan los cadáveres, sí), estaban vinculadas con el franquismo (otro sic).

El Ayuntamiento de Manuela Carmena ha contratado filoetarras con escoliosis en la columna y una abundante dosis de odio en los hemisferios para dar entretenimiento a los niños a base de volcar sobre títeres de aspecto amenazador (todos los títeres me parecen terroríficos: lo reconozco!) actitudes tan enriquecedoras y edificantes como la violación de una monja, el linchamiento de un juez o el asesinato de un policía. También los niños aprendieron durante ese titiritero día que la policía española es tan mala malísima que es capaz de colocar pruebas falsas en las manos de las pobres gentes de la izquierda; pruebas que involucren a la gente guay en el delito de apología del terrorismo, como lo fue sin duda la exhibición del cartel de Gora Alka-ETA en manos de la protagonista de tan websteriana tragedia.

La negación de la realidad

Estos realidófobos quieren obviar la manía social que hay en casi todas las ciudades españolas por acudir a ver los pasos de la Semana Santa. Es curioso: a mí, que, pese a ser sevillano (nacido y criado en el centro de Sevilla!), me aburre sobremanera  la Semana Santa y la evito en lo que puedo, jamás se me ha ocurrido negar la existencia de la misma, y mucho menos parodiarla o insultar a quienes la esperan con ilusión, que –debo reconocerlo- son mayoría. Pero éstos de Podemos, aparte de la pedantería que supone renombrar esta fiesta religiosa como Semana de Festividades (como si cambiándole el nombre se pudiera suprimir no sólo el aspecto de la fiesta, sino lo que representa!), se empeñan en interponer, desde los ayuntamientos en los que gobiernan, toda suerte de obstáculos para la financiación y desarrollo de la misma. Menudos panolis!

Pero qué actitud es ésta? Qué diferencia hay entre esta negación de la realidad social y la que demuestran los niños pequeños tapándose con las sábanas antes de dormirse con la vana esperanza de que, desapareciendo de su vista el entorno, desaparezcan también los monstruos que acechan en la noche? Ninguna! Esta actitud negacionista delata a las claras un enorme terror a constatar que son una minoría intolerante. Este modo de comportarse deja a las claras que sienten pánico a la confirmación tajante de pertenecer a un grupo sociófobo cuyo máximo dolor consiste en contemplar cómo la realidad circundante desmiente en cada una de las manifestaciones populares sus apotegmas maximalistas y sus tesis draconianas. Cambiar repentina y masivamente decenas de nombres del callejero sin importarles un pimiento que tanto los taxistas como los ciudadanos se vuelvan locos durante meses para orientarse en su propia ciudad es exactamente lo mismo que taparse la cara con las sábanas!

Cuando se está en el Poder, la contemplación de las verdaderas querencias populares, que se manifiesta groseramente durante las festividades religiosas en forma de masiva concurrencia a los eventos tradicionales (la Navidad, la noche de los Reyes Magos, la semana santa, el Corpus, etc.), debe asumirse con naturalidad y paciencia si quien gobierna no participa de estas manifestaciones culturales, o con actividad y entusiasmo si se es religioso o simplemente profolclore. Pero pretender ocultarlo a base de bandos, decretazos, obstáculos administrativos o pedantes cambios de nomenclatura es tan efectivo como tapar el sol con un dedo y proclamar que ha llegado la noche.

Podemos detesta a la gente

La verdad, amigo lector, es que estos concejales y alcaldes de Podemos detestan al pueblo llano. Siempre he mantenido que los dirigentes de este tan interesante como incoherente movimiento político, así como sus acólitos, sus monaguillos laicos y los turiferarios que les perfuman de incienso leninista las ruedas de prensa pertenecen a una especie de aristocracia postuniversitaria mucho más cercana a los esnobs europeos del último tercio del XIX que a los verdaderos comunistas. Hay muchas generaciones de burocracia urbana ungida a los genes de Pablo Iglesias, Monedero, Errejón y sus satélites: esas mandíbulas retraídas; esa emergencia craneana; esa necesidad de lentes correctoras denotan la ausencia de familiares campesinos o proletarios en sus árboles genealógicos desde hace más de cien años. El prurito de llamar lumpen a la masa perroflautística, o la incomodidad que manifiestan las contadísimas veces en que se les ha visto mezclados con mecánicos de taller de barrio es síntoma inequívoco de que el contacto físico con el vulgo les pone nerviosos; se les nota muchísimo que, aunque manoseen el término y anden a vueltas con el concepto, se encuentran mejor manteniendo ese magma idílico que denominan “la gente” dentro de los márgenes de lo teórico.

La educación del bebé

Miren: cuando un bebé crece sano y se siente querido, hay un momento en que comienza a discriminar el Yo de todo aquello que conforma el resto del mundo; su persona, de la de sus padres. Hay un instante en el que el bebé toma conciencia de que él no ocupa todo el Universo, sino que éste es compartido y está ocupado por algunas personas más; personas que no son él. El juego que ilustra y ayuda a que el bebé vaya comprendiendo este complejo concepto discriminatorio lo hemos jugado creo que todos, y consiste en que le tapamos la cara al bebé y decimos dónde está mi niño? Luego, lo destapamos y decimos aquiiiií! O, como se hace en tantos sitios, Cu-cu… Traaaas! Los bebés se ríen bastante, se muestran muy felices por el hallazgo de que el mundo desaparece por un instante pero vuelve a aparecer. Y, con el paso de las semanas, los niños empiezan a tomar conciencia de que el universo no existe porque ellos lo hayan construido, sino que está construido ya y que otros seres son capaces de hacerlo desaparecer y reaparecer sin que intervenga en absoluto su voluntad de lactante.

La rabieta del antisistema

Pues bien: a éstos de Podemos, o de pequeños no les han hecho suficientemente este ejercicio de construcción del propio universo, o carecen de la circunvolución cerebral en la que probablemente resida la capacidad de aceptar la realidad como algo ajeno al propio Yo; porque actúan dando la espalda a lo que realmente hace la inmensa mayoría de la gente; la verdadera gente, no ese fantasma conceptual que han creado! Y, del mismo modo que los niños pequeños y malcriados se tapan los oídos, cierran los ojos y cogen una rabieta cuando no les gusta o no quieren enfrentarse a unos hechos que ineludiblemente tendrán que aceptar para poder crecer, estos aristócratas postuniversitarios quitan bustos y cuadros del Rey de España, arrancan rótulos de calles cuyos nombres no significan ya nada para nadie más que para ellos, prohíben fiestas, amenazan a las viejas con quemarlas en las iglesias, le cambian compulsivamente el nombre a celebraciones religiosas que para la mayoría son ya poco más que una buena excusa para tener vacaciones, destruyen la ilusión de los niños la mismísima víspera de la llegada de los Reyes Magos, sacan en procesión enormes vaginas de cartón piedra imitando a la Virgen y vejando y profanando las creencias de la mayoría de los ciudadanos comunes.

Pero también prohíben poner veladores en las terrazas de los bares, cierran el paso al turismo, ponen toda suerte de trabas a los hoteles, contratan espectáculos violentos y terroríficos para niños, van a recibir a la puerta de la cárcel a miserables etarras, y antes se cortan la lengua que pronunciar la palabra España!

No es ésta una forma inteligente de gobernar. Los políticos, y -por encima de todos ellos- los gestores de los ayuntamientos no han llegado al Poder mediante unas elecciones para aleccionar en su ideología a los empadronados en su ciudad, por muy fantástica y libérrima que fuera dicha ideología, que, desde luego, no es el caso del marxista-leninista-bolivariano y oscuro entramado de Podemos, verdadera miscelánea concebida en una noche de sexo duro y anfetas entre Marilyn Manson y Lucrecia Borgia.

Cada bando que proclaman es una rabieta; cada espectáculo que organizan es un berrinche; cada fiesta que organizan oculta un drama enquistado entre las sábanas aún húmedas de su infancia terrible.

Reeducación

Por ello, y contrariamente a lo que ustedes pudieran esperar de este artículo, no pienso hacer un alegato ni una llamada a la acción o a la resistencia. Lo lamento, pero debo decirles que no podemos ni debemos combatirlos con meros razonamientos legales; ni siquiera éticos. Porque son personas que lo han debido pasar muy mal durante alguna etapa crucial de su infancia. Quizás sus padres no tuvieron tiempo para jugar con ellos en el momento clave en el que los niños aprenden a estructurar el mundo. Tenemos, pues, que ser pacientes con estos podemitas sin humor; incluso armarnos de cariño. Y cuando veamos a alguno insultando nuestros principios esenciales o mofándose de las tradiciones que han sostenido nuestra infancia y la de nuestros padres, hemos de ser conscientes de que hay que ejercer una tarea de educación emocional que, por muy triste que nos resulte y por muy duro que nos parezca, no se hizo en su momento.


De modo que respiremos hondo, contemos hasta nueve, y luego, con dulzura y acompañándonos de un simple pañuelo o de cualquier servilleta de papel que tengamos a mano acercarnos, taparles los ojos lentamente y decirles varias veces cu-cu… Traaaas!



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