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lunes, 15 de febrero de 2016

¿Qué estamos haciendo mal?

                                                                    Artículo de Mara Mago

Reflexión impetuosa, como enamorarse, a propósito de la festividad de San Valentín.

El pasado fin de semana dos mujeres han sido asesinadas por sus respectivas parejas. En los 45 días transcurridos de 2016, más de diez mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas sentimentales. En 2015, cada semana murió una mujer asesinada por un hombre al que quería o quiso alguna vez. En 2014 fueron 60. En 2013 y 2012 fueron 57 cada año. En 2011, las víctimas fueron 67. Y en 2010, 85.

Un goteo incesante. Que no para. Por el contrario, parece ir a más entre las generaciones jóvenes.

20 años de denuncia en la calle. Una ley estrella que parece ser la panacea. El reconocimiento del problema como un drama social. Programas educativos. Medidas policiales, jurídicas. Recursos sociales y de acogida. Servicios de asistencia a las víctimas por doquier. Los medios concienciados. En fin, todo dispuesto para acabar con el problema. Pero, el problema no acaba.

Después del largo camino recorrido, reconociendo, incluso que algo, o mucho, se habrá hecho bien, sin embargo, la pregunta que me corroe desde hace tiempo es ¿Qué estamos haciendo mal? ¿En qué nos estamos equivocando? 

No podemos conformarnos con el estado actual de las cosas. NO podemos decir que ya no se puede hacer más. Y tenemos que hacer un nuevo esfuerzo en buscar otros caminos. Ante todo, reconocer errores.

Personalmente, no creo que victimizar al hombre por norma sea un buen camino. Eso hay que corregirlo. Las personas que yo más quiero en este mundo son hombres. No quiero verlos pasar una noche en la cárcel porque una mujer despechada o con problemas de salud mental interpone contra ellos una denuncia falsa. No quiero ni una mujer, ni un niño maltratado más. Pero tampoco ni un hombre víctima de la utilización perversa de una norma que no guarda el principio básico igualdad ante el derecho de defensa, porque el legislador, en un alarde de insensatez histórica, decidió que la mujer está no es igual al hombre.

Personalmente creo que en la escuela nos estamos equivocando, no sólo vale con imponer valores y comportamientos dentro del aula a modo de machaqueo constante, mientras se permiten situaciones de acoso a diario y en una mayoría de centros, tanto públicos como privados.

Personalmente creo que en el domicilio familiar nos estamos equivocando. Socialmente nos estamos equivocando. Los medios se están equivocando.

En esta diatriba me encontraba cuando ayer, 14 de febrero, -fecha simbólica donde las haya para el asunto que nos ocupa en este artículo y entre muchos mensajes contradictorios-, una amiga me envía un manifiesto que acababa de firmar para que le dé mi opinión. Y dice así:

Contra la generalización del género

Las aquí presentes, que no abajo firmantes, tenemos algo que decir, por si alguien quisiera escuchar. No como mujeres. Como individuas, cada una con sus gustos, colores, lecturas, edades, canciones. Por si a alguien le sigue dando por hablar en nombre de “las mujeres”. Y nos sale esto.
La situación de las mujeres en España, según todas las estadísticas de organismos internacionales, es de las mejores del mundo, sin que ello signifique que no pueda mejorar. En la actualidad, hay más mujeres en la universidad que hombres, el fracaso escolar es masculino y la presencia femenina se hace cada vez más evidente en profesiones como la medicina, la judicatura, la alta Administración del Estado o los niveles más altos de la política.
En los últimos años, sin embargo, coincidiendo con la entrada en vigor de la Ley de Violencia de Género, se ha instalado en el discurso predominante una corriente que presenta a las mujeres por defecto como víctimas del heteropatriarcado, de una sociedad machista, lo que nos parece dañino para las expectativas de cualquier mujer y, sobre todo, de niñas y jóvenes que deben saber que, ahora, en España, pueden llegar donde se propongan. Las desventajas para colmar las más altas ambiciones de las mujeres que las tengan pueden venir de un ámbito estrictamente doméstico donde el Estado no puede poner remedio con leyes. La diferencia salarial se da entre madres frente a hombres y mujeres sin hijos. La conciliación atañe tanto a las madres como a los padres, ambos responsables de la educación de sus hijos y de un reparto de tareas que ellos estimen conveniente.
El número de víctimas de la llamada violencia de género no ha mejorado con la entrada en vigor de la ley. En estos diez años ha habido picos de sierra pero no ha bajado significativamente el número de víctimas mortales, por eso creemos necesario hacer una evaluación rigurosa de qué ha fallado para que se frustren las expectativas puestas en esa legislación. Creemos que conviene estudiar científicamente el perfil de los asesinos y de sus víctimas para poder abordar las políticas necesarias con datos empíricos y no conjeturas como la que dice que cualquiera de nosotras puede ser víctima. Cabe recordar que en los países nórdicos, paraíso del igualitarismo, hay más asesinatos de mujeres que en las sociedades del Sur de Europa. No podemos ignorar, además, la cantidad de hombres que se han asociado para denunciar atropellos en la aplicación de la ley de Violencia de Género. Una sociedad sin miedo a la verdad debería investigar si hay padres a los que se les ha hurtado de una relación con sus hijos por una mala aplicación de esta ley. Investigando y evaluando es como siempre se ha progresado.
Además, nos rebelamos contra el uso de “las mujeres” como expresión de un bloque monolítico de pensamiento, iguales en sus aspiraciones y en sus quejas. Ya hemos visto esa estrategia con los nacionalistas, por ejemplo, cuando han usado “los vascos” o “los catalanes”. Las mujeres en España son libres para elegir si quieren reducción de jornada en el caso de ser madres o si prefieren que sean los padres los que la pidan, libres para dar el pecho el tiempo que quieran o libres para elegir que el padre dé biberones, libres para aspirar a estar en una empresa del Ibex o en su casa. Son libres para elegir carreras universitarias que les lleven a trabajos mejor pagados o para escoger otras de futuro laboral más incierto. Las niñas de hoy necesitan saber que ellas no son víctimas, que ellas tienen el futuro en sus manos. En 2015, la revista Time votó como el antiguamente llamado Hombre del Año a Angela Merkel. Sigue habiendo menos mujeres en las jefaturas de Gobierno pero desde hace tiempo las ha habido en el poder de países tan importantes como Gran Bretaña, con Margaret Thatcher, hace ya tres décadas.
Nuestros hijos deben saber que han tenido la inmensa suerte de nacer en un país donde existe el respeto a las mujeres y donde las niñas llegarán donde quieran. Porque ya lo han hecho. Porque ya hay rectoras, investigadoras, políticas, médicos, abogadas, escritoras de best sellers, diplomáticas, periodistas, empresarias y también juezas que han puesto coto a la corrupción. Como los hombres. Queda camino y, sobre todo, mucha negociación en cada casa donde haya parejas con aspiraciones profesionales. En España, somos libres e iguales en derechos y en deberes a los hombres. No ocurre en muchos países del mundo. Según UNICEF, se estima que 133 millones de niñas han sufrido mutilación genital, sobre todo en Oriente Medio y en África. Eso no es terrorismo machista, es barbarie en nombre de una supuesta tradición cultural. Las mujeres en España hace 40 años que dejaron de depender de los hombres para ser iguales que ellos. A muchas les sobra el paternalismo. No nacemos víctimas.
Yo también lo voy a firmar. Mara Mago


2 comentarios:

  1. Es que este comunidado es magnífico. Yo creo que tuvo inicio en un grupo de periodistas féminas de El Mundo. Yo lo firmo también

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  2. Mis felicitaciones a todas las firmantes y por supuesto a todos quienes comparten esa reflexión, aunque yo preguntaría mejor¿que se ha hecho bien?, y es que esa ley llamada de discriminación positiva, solo ha dado como resultado mucho dolor.Tanto que seria inexpresable, y lo digo por que la he sufrido dos veces, dos detenciones en calabozos, dos juicios rápidos y uno mas pasado un año y medio, tres juicios de los que no salió ni una orden de alejamiento, ni pena alguna salvo la total absolución, con la particularidad de que en el auto del juez dice por escrito que las denuncias rayan los limites de la denuncia falsa y que carece de credibilidad. Claro que en ese año y medio y desde entonces, la denunciante no cumple ni la sentencia de divorcio y además insiste en denunciarme por acoso por el simple hecho de verme, asunto que llevé a juicio y donde quedó probada la amenaza, pero de la que salió absuelta por entenderse que amenazar con denunciar no es una amenaza, aun cuando esa denuncia sea falsa y conlleve el cumplimiento del protocolo de actuación, que no es otro que detener inmediatamente al denunciado y repetir de nuevo el encierro en calabozos y tener que demostrar tu inocencia de nuevo ante un juez y un fiscal que por lo general discriminan positivamente, no sea que en una de estas el denunciado sea un asesino de verdad y les fastidie.
    ¿Que habremos hecho mal? o ¿que se está haciendo bien?.
    Lo cierto es que lo único que se ha hecho bien es anular la presunción de inocencia de los hombres, arrebatarles su derechos y sus bienes y destinar muchos recursos a una batalla tan mal enfocada que hay tanta gente viviendo y aprovechándose de esa ley, que no creo que tengan interés en acabar con esta lacra del maltrato, el cual condeno categóricamente y del que estoy convencido no acabaran con ella en tanto no cambien esa ley de discriminación "positiva" y la conviertan en una ley igual para todos, hombres y mujeres, y condenen las denuncias falsas tanto como el maltrato.

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