Artículo de Mara Mago
Reflexión
impetuosa, como enamorarse, a propósito de la festividad de San
Valentín.
El pasado fin de semana dos mujeres han
sido asesinadas por sus respectivas parejas. En los 45 días
transcurridos de 2016, más de diez mujeres han sido asesinadas por
sus parejas o exparejas sentimentales. En 2015, cada semana murió
una mujer asesinada por un hombre al que quería o quiso alguna vez.
En 2014 fueron 60. En 2013 y 2012 fueron 57 cada año. En 2011, las
víctimas fueron 67. Y en 2010, 85.
Un goteo incesante. Que no para. Por el
contrario, parece ir a más entre las generaciones jóvenes.
20 años de denuncia en la calle. Una
ley estrella que parece ser la panacea. El reconocimiento del
problema como un drama social. Programas educativos. Medidas
policiales, jurídicas. Recursos sociales y de acogida. Servicios de
asistencia a las víctimas por doquier. Los medios concienciados. En
fin, todo dispuesto para acabar con el problema. Pero, el problema no
acaba.
Después del largo camino recorrido,
reconociendo, incluso que algo, o mucho, se habrá hecho bien, sin
embargo, la pregunta que me corroe desde hace tiempo es ¿Qué
estamos haciendo mal? ¿En
qué nos estamos equivocando?
No podemos conformarnos con el estado
actual de las cosas. NO podemos decir que ya no se puede hacer más.
Y tenemos que hacer un nuevo esfuerzo en buscar otros caminos. Ante
todo, reconocer errores.
Personalmente, no creo que victimizar
al hombre por norma sea un buen camino. Eso hay que corregirlo. Las
personas que yo más quiero en este mundo son hombres. No quiero
verlos pasar una noche en la cárcel porque una mujer despechada o
con problemas de salud mental interpone contra ellos una denuncia
falsa. No quiero ni una mujer, ni un niño maltratado más. Pero
tampoco ni un hombre víctima de la utilización perversa de una
norma que no guarda el principio básico igualdad ante el derecho de
defensa, porque el legislador, en un alarde de insensatez histórica,
decidió que la mujer está no es igual al hombre.
Personalmente creo que en la escuela
nos estamos equivocando, no sólo vale con imponer valores y
comportamientos dentro del aula a modo de machaqueo constante,
mientras se permiten situaciones de acoso a diario y en una mayoría
de centros, tanto públicos como privados.
Personalmente creo que en el domicilio
familiar nos estamos equivocando. Socialmente nos estamos equivocando. Los medios se están equivocando.
En esta diatriba me encontraba cuando
ayer, 14 de febrero, -fecha simbólica donde las haya para el asunto
que nos ocupa en este artículo y entre muchos mensajes
contradictorios-, una amiga me envía un manifiesto que acababa de
firmar para que le dé mi opinión. Y dice así:
Contra la generalización del género
Las aquí presentes, que no abajo firmantes, tenemos algo que
decir, por si alguien quisiera escuchar. No como mujeres. Como
individuas, cada una con sus gustos, colores, lecturas, edades,
canciones. Por si a alguien le sigue dando por hablar en nombre de
“las mujeres”. Y nos sale esto.
La situación de las mujeres en España, según todas las
estadísticas de organismos
internacionales, es de las mejores del mundo,
sin que ello signifique que no pueda mejorar. En la actualidad, hay
más mujeres en la universidad que hombres, el fracaso escolar es
masculino y la presencia femenina se hace cada vez más evidente en
profesiones como la medicina, la judicatura, la alta Administración
del Estado o los niveles más altos de la política.
En los últimos años, sin embargo, coincidiendo con la entrada en
vigor de la Ley de Violencia de Género, se ha instalado en el
discurso predominante una corriente que presenta a las mujeres por
defecto como víctimas del heteropatriarcado, de una sociedad
machista, lo que nos parece dañino para las expectativas de
cualquier mujer y, sobre todo, de niñas y jóvenes que
deben saber que, ahora, en España, pueden llegar donde se propongan.
Las desventajas para colmar las más altas ambiciones de las mujeres
que las tengan pueden venir de un ámbito estrictamente doméstico
donde el Estado no puede poner remedio con leyes. La diferencia
salarial se da entre madres frente a hombres y mujeres sin hijos. La
conciliación atañe tanto a las madres como a los padres, ambos
responsables de la educación de sus hijos y de un reparto de tareas
que ellos estimen conveniente.
El número de víctimas de la llamada violencia de género
no
ha mejorado con la entrada en vigor de
la ley. En estos diez años ha habido picos de sierra pero no ha
bajado significativamente el número de víctimas mortales, por eso
creemos necesario hacer una evaluación rigurosa de qué ha fallado
para que se frustren las expectativas puestas en esa legislación.
Creemos que conviene estudiar científicamente el perfil de los
asesinos y de sus víctimas para poder abordar las políticas
necesarias con datos empíricos y no conjeturas como la que dice que
cualquiera de nosotras puede ser víctima. Cabe recordar que en los
países nórdicos, paraíso del igualitarismo, hay más asesinatos de
mujeres que en las sociedades del Sur de Europa. No podemos ignorar,
además, la cantidad de hombres que se han asociado para denunciar
atropellos en la aplicación de la ley de Violencia de Género. Una
sociedad sin miedo a la verdad debería investigar si hay padres a
los que se les ha hurtado de una relación con sus hijos por una mala
aplicación de esta ley. Investigando y evaluando es como siempre se
ha progresado.
Además, nos rebelamos contra el uso de “las mujeres” como
expresión de un bloque monolítico de pensamiento, iguales en sus
aspiraciones y en sus quejas. Ya hemos visto esa estrategia con los
nacionalistas, por ejemplo, cuando han usado “los vascos” o “los
catalanes”. Las mujeres en España son libres para elegir si
quieren reducción de jornada en el caso de ser madres o si prefieren
que sean los padres los que la pidan, libres para dar el pecho el
tiempo que quieran o libres para elegir que el padre dé biberones,
libres para aspirar a estar en una empresa del Ibex o en su casa. Son
libres para elegir carreras universitarias que les lleven a trabajos
mejor pagados o para escoger otras de futuro laboral más incierto.
Las niñas de hoy necesitan saber que ellas no son víctimas, que
ellas tienen el futuro en sus manos. En 2015, la revista Time votó
como el antiguamente llamado Hombre del Año a Angela Merkel. Sigue
habiendo menos mujeres en las jefaturas de Gobierno pero desde hace
tiempo las ha habido en el poder de países tan importantes como Gran
Bretaña, con Margaret Thatcher, hace ya tres décadas.
Nuestros hijos deben saber que han tenido la inmensa suerte de
nacer en un país donde existe el respeto a las mujeres y donde las
niñas llegarán donde quieran. Porque ya lo han hecho. Porque ya hay
rectoras, investigadoras, políticas, médicos, abogadas, escritoras
de best sellers, diplomáticas, periodistas, empresarias y también
juezas que han puesto coto a la corrupción. Como los hombres. Queda
camino y, sobre todo, mucha negociación en cada casa donde haya
parejas con aspiraciones profesionales. En España, somos libres e
iguales en derechos y en deberes a los hombres. No ocurre en muchos
países del mundo. Según UNICEF, se estima que 133 millones de niñas
han sufrido mutilación genital, sobre todo en Oriente Medio y en
África. Eso no es terrorismo machista, es barbarie en nombre de una
supuesta tradición cultural. Las mujeres en España hace 40 años
que dejaron de depender de los hombres para ser iguales que ellos. A
muchas les sobra el paternalismo. No nacemos víctimas.
Yo también lo voy a firmar. Mara Mago
Es que este comunidado es magnífico. Yo creo que tuvo inicio en un grupo de periodistas féminas de El Mundo. Yo lo firmo también
ResponderEliminarMis felicitaciones a todas las firmantes y por supuesto a todos quienes comparten esa reflexión, aunque yo preguntaría mejor¿que se ha hecho bien?, y es que esa ley llamada de discriminación positiva, solo ha dado como resultado mucho dolor.Tanto que seria inexpresable, y lo digo por que la he sufrido dos veces, dos detenciones en calabozos, dos juicios rápidos y uno mas pasado un año y medio, tres juicios de los que no salió ni una orden de alejamiento, ni pena alguna salvo la total absolución, con la particularidad de que en el auto del juez dice por escrito que las denuncias rayan los limites de la denuncia falsa y que carece de credibilidad. Claro que en ese año y medio y desde entonces, la denunciante no cumple ni la sentencia de divorcio y además insiste en denunciarme por acoso por el simple hecho de verme, asunto que llevé a juicio y donde quedó probada la amenaza, pero de la que salió absuelta por entenderse que amenazar con denunciar no es una amenaza, aun cuando esa denuncia sea falsa y conlleve el cumplimiento del protocolo de actuación, que no es otro que detener inmediatamente al denunciado y repetir de nuevo el encierro en calabozos y tener que demostrar tu inocencia de nuevo ante un juez y un fiscal que por lo general discriminan positivamente, no sea que en una de estas el denunciado sea un asesino de verdad y les fastidie.
ResponderEliminar¿Que habremos hecho mal? o ¿que se está haciendo bien?.
Lo cierto es que lo único que se ha hecho bien es anular la presunción de inocencia de los hombres, arrebatarles su derechos y sus bienes y destinar muchos recursos a una batalla tan mal enfocada que hay tanta gente viviendo y aprovechándose de esa ley, que no creo que tengan interés en acabar con esta lacra del maltrato, el cual condeno categóricamente y del que estoy convencido no acabaran con ella en tanto no cambien esa ley de discriminación "positiva" y la conviertan en una ley igual para todos, hombres y mujeres, y condenen las denuncias falsas tanto como el maltrato.